Después de todo, es una condición
natural del hombre el no poder andar más que en círculos.
Era hora de intentarlo con poesía.
Aprieto el pecho para sentir algo
de este corazón que parece hundirse en el vacío
Aprieto el pecho para sentir algo
más que esta desazón que destruye esa frágil idea
La misma que alguna vez fue tan
fuerte y bien definida
Como el tronco de aquel viejo
árbol cautivo en un poema de amor otoñal
Y que tuvo que desdibujarse para
cambiar de color y forma
Hoy cierro los ojos, aprieto el
pecho por última vez para no dejar ir ese último recuerdo
El único que aún
conservo y que cada noche
Antes de perderme en las
profundidades de este letargo mortal
He de evocar para poder dar nueva
luz al día que tercamente ya comienza.
Salió cursi y hasta predecible; una
aproximación de lo que puede ser y que, aún siendo ya, todavía no alcanza a serlo
del todo. Una simpleza fugitiva que debe desaparecer una vez haya sido calcada de
algún lugar equidistante y nocivo para cualquiera que se atreva a indagar
mucho.
El precio debe ser el destierro, una maldición de la que parece no haber
escapado por más distracciones que haya tenido que inventar en la marcha hacia
alguna parte.
Ha errado la dirección, ha
perdido el Norte, y el Sur, y el Occidente y, claro, el Oriente también. Sin
más, sale ya del plano para reencontrarse fuera de él, en algún lugar que todavía
no recuerda pero desde el que sin duda alguna es más fácil hoy respirar.