sábado, 15 de septiembre de 2012

Enjoy the Silence

De donde vengo la gente tiene varias cosas en común. Una de ellas es la exuberante  fealdad que desborda sus almas. En este lugar la gente tiene varias cosas en común: un ojo desviado y esa particular manera de pronunciar la doble L como lo hacían nuestros abuelos, mejor adoctrinados bajo el régimen de la regla y el castigo humillante. Supongo que es el clima, y no el nivel de alicoramiento que en mí crece, el que me hace percibir cierto tono insinuante de índole sexual en cada chiquilla que pasa frente a mí mostrando sus muslos y carnes aún firmes apenas ocultas tras unas pocas ropas. Soy un provinciano, un extranjero en mi propio país incapaz de reconocer los códigos  que todos acá parecen manejar con tanta naturalidad y sutileza. El acento, la temperatura, la distante ciudad gélida cuyo recuerdo parece titilar como un faro que se ahoga en el horizonte de una cruda tormenta, me hace sentir como un hombre sin hogar, fuera del espacio y, hoy más que nunca, fuera del tiempo.

Un matrimonio acaba de consumarse en este lugar impregnado de sudor y despreocupación,  cuyas gentes parecen salidas de un guión de El Zorro versión 1930. Sin embargo, la noche no es pretexto para dejar de hacerme esta pregunta: ¿Cómo carajos puede alguien vestirse con traje y corbata en este clima que, muy a pesar de la mismísima noche, supera los 20 grados centígrados? Este hecho que se consolida sin miramientos ni dudas, hace que dentro de mí crezca de nuevo esta desazón que me excluye de todo lugar, de todo tiempo, aligerando el peso de un pasado que parece hundirse con el recuerdo de una ilusión siempre esquiva e hilarante que se desvanece como fina arena roja entre mis dedos.

“En el silencio, todos nos perdemos para volvernos a encontrar…”