viernes, 28 de diciembre de 2012

RED SEASON


Estos son los buenos momentos, llenos de dulzura y cosquilleo pectoral cada vez que sus cuerpos se acercan y sus miradas se cruzan por fracciones de segundo. Fue inevitable no dejar aflorar todas esas palabras que por tanto tiempo permanecieron inconexas adornando las imágenes que se sucedían como idealizaciones de momentos aún irreales. El pasado comenzaba a borrarse de una vez por todas para empezar desde cero al son de una bien definida banda sonora. La primera vez que la vi, supe tan solo por un instante que iba a estar irremediablemente junto a ella; el color rojo de su vestido parecía vibrar con los rayos del sol que sobre él caían haciéndola sobresalir del frío corredor grisáceo por el que con tanta propiedad andaba dejando una estela de luz de vida. Sus ojos brillaban con intensidad y desde lo lejos parecieron hundirse sobre mí por un momento tan corto que todo alrededor perdió su bien definida concepción temporal. Al cabo de un rato estuvimos tan cerca el uno del otro, aún sin conocernos, aún sin cruzar palabra, que tan solo con oír su voz a la distancia pude disfrutar de ese corto momento en que sus rojos labios sonrieron y entonces no hubo más remedio que llevármela a donde nadie pudiera separarnos. Ahora comencé a dejar de imaginarla, basta con recordar esos buenos momentos que juntos compartimos en medio del torbellino arrasador de un pasado que comienza a desvanecerse para recordarnos de qué estamos hechos. En las noches tomo su mano, escucho su respiración acompasada y observo el palpitar de su cuerpo adormecido. Solo un momento, único e imperecedero es lo que necesitamos para seguir andando al son de esta banda sonora que está en constante evolución para llevarnos al único lugar al que en verdad pertenecemos. 

lunes, 22 de octubre de 2012

Bright


En el universo de todas las posibilidades envueltas en un terso velo, justo acá pareciera que todo recobra el peso perdido por el desgaste de un tiempo ya desdibujado. No queda más que oír, sentir y disfrutar mientras intento moldear el tiempo para tomar de él solo esos preciosos momentos que logro retener en sueños y que me acompañan para recordarme de qué estamos hechos cada vez que cruzo mi mirada con su silueta resplandeciente y estilizada.  




sábado, 15 de septiembre de 2012

Enjoy the Silence

De donde vengo la gente tiene varias cosas en común. Una de ellas es la exuberante  fealdad que desborda sus almas. En este lugar la gente tiene varias cosas en común: un ojo desviado y esa particular manera de pronunciar la doble L como lo hacían nuestros abuelos, mejor adoctrinados bajo el régimen de la regla y el castigo humillante. Supongo que es el clima, y no el nivel de alicoramiento que en mí crece, el que me hace percibir cierto tono insinuante de índole sexual en cada chiquilla que pasa frente a mí mostrando sus muslos y carnes aún firmes apenas ocultas tras unas pocas ropas. Soy un provinciano, un extranjero en mi propio país incapaz de reconocer los códigos  que todos acá parecen manejar con tanta naturalidad y sutileza. El acento, la temperatura, la distante ciudad gélida cuyo recuerdo parece titilar como un faro que se ahoga en el horizonte de una cruda tormenta, me hace sentir como un hombre sin hogar, fuera del espacio y, hoy más que nunca, fuera del tiempo.

Un matrimonio acaba de consumarse en este lugar impregnado de sudor y despreocupación,  cuyas gentes parecen salidas de un guión de El Zorro versión 1930. Sin embargo, la noche no es pretexto para dejar de hacerme esta pregunta: ¿Cómo carajos puede alguien vestirse con traje y corbata en este clima que, muy a pesar de la mismísima noche, supera los 20 grados centígrados? Este hecho que se consolida sin miramientos ni dudas, hace que dentro de mí crezca de nuevo esta desazón que me excluye de todo lugar, de todo tiempo, aligerando el peso de un pasado que parece hundirse con el recuerdo de una ilusión siempre esquiva e hilarante que se desvanece como fina arena roja entre mis dedos.

“En el silencio, todos nos perdemos para volvernos a encontrar…”  



martes, 21 de agosto de 2012

Alatriste

- Todos amamos una vez o varias. Y un día, deja de ocurrir. Eso es todo.
- Así de fácil?
- Así de difícil

                                                                                   











Capitán Diego Alatriste

lunes, 30 de julio de 2012

Breathe


Después de todo, es una condición natural del hombre el no poder andar más que en círculos.

Era hora de intentarlo con poesía.

Aprieto el pecho para sentir algo de este corazón que parece hundirse en el vacío
Aprieto el pecho para sentir algo más que esta desazón que destruye esa frágil idea
La misma que alguna vez fue tan fuerte y bien definida
Como el tronco de aquel viejo árbol cautivo en un poema de amor otoñal
Y que tuvo que desdibujarse para cambiar de color y forma
Hoy cierro los ojos, aprieto el pecho por última vez para no dejar ir ese último recuerdo 
El único que aún conservo y que cada noche
Antes de perderme en las profundidades de este letargo mortal
He de evocar para poder dar nueva luz al día que tercamente ya comienza.

Salió cursi y hasta predecible; una aproximación de lo que puede ser y que, aún siendo ya, todavía no alcanza a serlo del todo. Una simpleza fugitiva que debe desaparecer una vez haya sido calcada de algún lugar equidistante y nocivo para cualquiera que se atreva a indagar mucho.

El precio debe ser el destierro, una maldición de la que parece no haber escapado por más distracciones que haya tenido que inventar en la marcha hacia alguna parte.

Ha errado la dirección, ha perdido el Norte, y el Sur, y el Occidente y, claro, el Oriente también. Sin más, sale ya del plano para reencontrarse fuera de él, en algún lugar que todavía no recuerda pero desde el que sin duda alguna es más fácil hoy respirar.

martes, 8 de mayo de 2012

Spore


Hacía mucho que había perdido la esperanza de que algo pudiera remediar ese terrible episodio tan hondamente grabado en sus recuerdos. Había jugado a ser Dios y el precio fue tan alto que tuvo que engullir su propia carne para poder volver a habitar ese cuerpo sin ningún sentimiento de culpa o vergüenza. Por un tiempo pareció que todo era posible, incluso alejar definitivamente los vicios que tan fieramente se agarraban de sus singulares prejuicios. El miedo, lejos de hacerlo más vulnerable, lo transformó en un desconocido que pudo albergar en algún rincón de su cuerpo ese único trauma que lo hacía ser tan humano como a cualquier otro y que, de alguna manera, aligeraba el peso al caminar evitándole tener que avanzar encorvado y sediento. Pudo ser una creencia, tal vez la única sobreviviente del paraíso en cenizas, pero lo cierto es que una única vez fue suficiente para volver a comenzar sin mirar atrás.

miércoles, 11 de abril de 2012

Search and Destroy


¿Cómo habría, pues, de adivinar el secreto de esta mujer que apenas si se atrevía a mirar a los ojos pese a haber pasado con ella las últimas horas del día? Pese a haber revivido las mismas sensaciones viscerales de un pasado lejano, le era aún imposible adquirir ese grado de iluminación y responder con firmeza sin temor a arruinar todo el trabajo y tiempo invertido durante ese frío día de comienzos de año.  El objetivo era claro, siempre lo había sido, sin embargo, había un punto en el que la historia podía, si bien, dar un giro fatal o seguir su agonizante transcurrir con la promesa del sexo casual sin más. En este punto de su existencia prefería esta última opción, sin duda, pero también era conciente de que pasara lo que pasara, nunca sería por una elección tomada a conciencia, así que no podía hacer nada más que dejárselo todo al lento transcurrir de los minutos. El hecho de haber perpetuado su estatus de “extranjero” en este país tan parecido a una de esas ilustraciones de Hansel y Gretel, pero con más yonkis y prostitutas regados por las calles, hacía que una especie de aura misteriosa y casi sensual lo rodeara atrayendo a su lado a ese tipo de mujeres por las que tan fácil, y tan rápido, perdía la cabeza. Ya para ese entonces había perdido mucho más que eso gracias a ese prototipo tan personal de “femme fatal” que durante tantos años había ido construyendo y en el que había depositado tantas expectativas a cambio de absolutamente nada. ¿Experiencias de vida? ¿aprendizajes? Nada de eso, la realidad era mucho más unidimensional y aburrida que lo que los libros de autoayuda nos mostraba, de eso estaba seguro. El discurso de “vive rápido, muere joven” ya lo tenía en su información genética, irremediablemente, así que lejos de intentar adornar con justificaciones pomposas y frases de cajón su propio vivir, se dedicó a hacer lo posible por tener sexo con esa mujer que acababa de conocer sin esforzarse en siquiera gustarle un poco. Tomó una botella a medias de cualquier trago que encontró en la sala y bebió llenando el vacío que le dejaba el seguir intentándolo. Paradójicamente, parecía que esta vez el efecto que esto causaba en ella no era el de repulsión, en absoluto. Por el contrario, encontró que ella lo miraba con interés y poco a poco, a medida que el alcohol iba invadiendo su cabeza, la imagen de mujer fatal se fue desdibujando. Al final del último trago, parecía más una niña absorta por asomarse por primera vez a la ventana de un avión y descubrir el manto de nubes que oculta el diminuto transcurrir de nuestras vidas como hijos paridos por la tierra y el placer. Estiró su pesada mano hasta la delgada pierna de ella y fue subiendo su falda para descubrir el blanco muslo oculto tras esa maya que tanto lo excitaba para ese momento de intoxicada lucidez. Ella suspiró y descansó su cabeza en el sillón viejo y roído, dejándose invadir por el creciente placer que el contacto físico iba produciendo mientras él se acercaba torpemente para seguir ratificando lo que ambos tanto deseaban ya sentir. Antes de que el sexo fuera prohibido, ya lo habían condenado con un sinnúmero de enfermedades minuciosamente ilustradas. El miedo, una vez más, fue usado por los pocos de siempre y, tal vez, de ellos mismos surgió la idea de crear la más letal de todas las armas para combatir la libertad y todo lo que de ella se desprendía para aliviar el dolor del paso del tiempo. No hubo más remedio que renunciar y dejar de buscar lo que hacía rato se había ya perdido. Ambos se despidieron y prometieron en silencio nunca más volverse a ver. Era cuestión de tiempo para reincidir y continuar con la búsqueda, después de todo, algo de humano todavía corría por sus venas. Esa noche, en esa decadente habitación, respirando bilis y alcohol, ambos lo supieron y el secreto se mantuvo a salvo por última vez.

domingo, 8 de abril de 2012

Beginner


Aún recordaba esos días lejanos en los que podía pasar el tiempo tan solo mirando el transcurrir de la gente frente a su casa en aquel tranquilo barrio de los suburbios. En aquellos tiempos, el único ruido perturbador era poco común y podía surgir del klaxon de un automóvil, del llanto histérico de un bebé o de un avión que sobrevolaba muy bajo, sin embargo, ninguno de estos ruidos perduraba en su memoria por más de unos contados segundos para luego desaparecer en el mar de sus sencillos recuerdos. El día de hoy había comenzado con una leve llovizna muy propia del clima de la ciudad; el cielo estaba cubierto por un velo grisáceo y muy poco se podía ver a través de la ventana que permanecía empañada por el calor que del agua caliente de la ducha se desprendía. Héctor miraba el agua escurrir por su cuerpo flaco, venoso y pálido; sus preocupaciones se iban diluyendo con el caer de cada gota cálida mientras sus ojos se iban cerrando con el trasfondo musical previamente seleccionado para acompañarlo un rato en el baño. Era curioso cómo comenzaban los días desde que su secreta elección se hizo irremediablemente tangible hasta el punto de dejarlo en el total abandono. La desidia lo había alejado de sus seres más allegados, de aquellos que lo acompañaron durante los momentos más memorables y de los que ya casi no podía ni siquiera acordarse pese a haber dejado marcas todavía perceptibles en su cuerpo. Cicatrices ahora suturadas para su propio beneficio, ese mismo que por tanto tiempo se empeñó en buscar tras tantas relaciones fallidas. No podía huir de lo que era ni de lo que quería, simplemente faltaba una única pieza del extenso rompecabezas para poder completar la línea temporal sobre la que podría andar sin correr más riesgos innecesarios que los elegidos por su terco inconsciente.

Estando frente al espejo empañado descubrió una frase anónima escrita hacía tiempo y que hasta hoy cobraba un valor entrañable: “Mierda eres y mierda serás”. Silencio entre una canción y la siguiente, goteo de agua sobre el piso encharcado y finalmente un suspiro de alivio que se perpetuaba con un nuevo acorde musical. Por primera vez se sintió acompañado en esta historia y el hecho de que alguien hubiera podido describirlo con tal exactitud era razón suficiente para que se decidiera a lanzarse a la calle con la cabeza en alto, alejando de una vez por todas esa duda que lo carcomió en vida desde el instante en que pretendió comenzar a reconocerse.   

jueves, 1 de marzo de 2012

True Faith

La última noche en que la vió, su rostro resplandecía sobre su oscura vestimenta; hacía días que se vestía como una viuda perpetuando el luto por su amante aún no fallecido. Cuando abrió la puerta y la vio ahí parada, recordó la primera vez que entregaron sus miradas el uno al otro. La escena era similar, en otro contexto, casi como si se tratara de otras personas, de un par de extraños que cruzan sus caminos por una insensata coincidencia. Esa tarde de Mayo pasaron las horas hablando, reconociéndose, riendo y, en secreto, jurando no volver a separarse a pesar del tiempo y de sus trampas mortales. Los años habían pasado, ambos habían cambiado, sus vidas los habían llevado por caminos inimaginables hasta volverlos a depositar, con toda delicadeza, el uno junto al otro. Heridos, confundidos por los planes que no pudieron cumplir y aún soñolientos por esas largas noches en vela, cada detalle, cada amor y desamor, parecía al fin tener una razón que estaban próximos a descubrir. El velo prontamente cayó y sus verdaderas intenciones quedaron expuestas esa noche. Ella entró con paso firme y se sentó en el único sillón de la pequeña sala. “Quieres algo de tomar”, preguntó Santiago al tiempo que empezaba a alistar un par de tazas para té. “No, gracias, no me puedo demorar”, respondió ella sin siquiera mirarlo. Algo andaba mal, algo había cambiado, en fin, toda clase de locas ideas comenzaron a desfilar por la hasta ahora apacible mente de Santiago mientras preparaba su taza de té caliente. “Tú sabías en lo que te estabas metiendo, verdad?”, preguntó ella desde el cómodo sillón. “A qué te refieres?”, respondió el hombre desde la cocina. Claro que sabía en lo que se estaba metiendo, desde que la besó por primera vez sabía muy bien que su vida en adelante giraría en torno a ella irremediablemente. Se sentía tan profundamente atado a esa mujer como un recién nacido al seno materno; a su lado encontraba la tranquilidad que el disparatado mundo en el que le había tocado nacer no le podía dar. Desnudo junto a ella, podía recortar el tiempo y sobrevivir a él con tal solo mirarla y descubrir en su delgada figura a la única persona por la que daría todo, incluso su existencia. Lejos de cursilerías o romanticismos insulsos, su vida ya hacía tiempo que no le pertenecía, y no haber perdido el control sobre ella, era la única gran ganancia que encontraba en todo este caótico sermón que ahora se extendía ralentizando el paso de los minutos en el pequeño apartamento de una sola habitación. Ella hablaba intentando hacerse comprender con cada gesto, tomando aire para comprimirlo por unos instantes en su pecho y así poder seguir hablando con el mismo ímpetu con el que había comenzado esta conversación. El agua hirvió y Santiago apagó el fogón. Tomó del cajón una caja con sobres de té de varios sabores. Pensó en qué sabor le convendría más para pasar este momento; canela, muy picante; naranja, demasiado cítrico; frutos rojos, le encantaba su sabor, pero no para este momento en particular; menta, el sabor que eligió fue menta. Ella se puso de pie y abrió la pesada ventana dejando entrar el viento que bajaba de la montaña más cercana. Desde su posición en la cocina, Santiago encontraba en extremo poética la imagen de su bella amante bajo el halo de luz que venía de la calle; parecía bañar su silueta y transformaba sus cabellos en fuego incandescente que pronto se apagaban al ir bajando por su espalda hasta perderse en la curvatura de su sensual cadera. “Lo he matado, y ahora está en el baúl de mi carro”, dijo mientras se giraba hacia él. “Ahora qué vamos a hacer?”, preguntó sin siquiera parpadear. El viento dejó de soplar; el vapor del agua caliente detuvo su ascenso y no se evaporó más; Santiago solo pudo retener por unos segundos el sabor a menta fresca en su lengua antes de que éste desapareciera para nunca más volver. Lo había hecho. La muy loca había matado a su marido y ahora estaba en su casa preguntándole qué IBAN a hacer? Por supuesto que Santiago no tenía ni la más puta idea de lo que IBAN a hacer! Desde que se encontró de nuevo con ella, tuvo el presentimiento de que por ésta única vez, las cosas marcharían o definitivamente se acabarían, pero no iba a haber un estado intermedio al que pudiera sobrevivir por mucho tiempo. Su pecado se había consumado, el tiempo se había agotado y por querer acaso burlarse de él, ahora éste le pasaba la cuenta de cobro con ese gesto burlón que todos detestan cuando les dicen estas tres palabras: “te lo dije”. Rápidamente y más como un reflejo que se adelanta a cualquier razonamiento, Santiago abrió el cajón de la cocina y tomó el cuchillo de mango negro con el que cortaba todo tipo de alimentos, desde los vegetales hasta los animales. Ella lo miró sin entender, al menos eso pensó Santiago, pues en ese momento se percató de que le era imposible distinguir algún gesto en el rostro de esa mujer desconocida. “Por qué has venido? Qué quieres de mí? Aún no es mi tiempo y tú muy bien lo sabes”, dijo Santiago con un hilo de voz apenas perceptible como producto del pánico que helaba su cuerpo. Ella comenzó a avanzar lentamente, como lo hacen algunos animales antes de lanzarse sobre su presa. “Qué estás haciendo? Suelta eso y hablemos, Santiago”, su voz sonaba hipócrita e insoportable. No le creía; por primera vez pudo ver la sombra que se ocultaba tras los ojos de su hermosa amante y era como si se hubiera librado de su belleza, dejando alojar ahora en ese tentador cuerpo a la muerte misma. “Hice lo que tú querías, lo que ambos habíamos soñado, no lo recuerdas Santi?” De repente, todas las ideas inconexas que flotaban por su mente comenzaron a transformarse en recuerdos, y estos recuerdos pronto fueron momentos perdidos en el pasado de Santiago.

Ahí estaba ella ahora, desnuda, tendida sobre su cama aún con los rastros en sus mejillas rojizas, que ahora comenzaban a desvanecerse, como producto del acto sexual recién consumado. Santiago a su lado la observaba con ternura y detenimiento. Pasó sus dedos sobre su pierna blanca, acariciando su cintura y subiendo por su vientre hasta llegar a sus suaves senos; los besó y retuvo su olor por un instante llenando sus pulmones enteramente de ella. Siguió besando sus hombros, los mismos por los que se olvidó de todas las mujeres que pasaron por su vida; acarició su mejilla y le dio un último beso a sus pálidos labios. Con la misma delicadeza, acarició su larga cabellera y, por última vez, cerró sus párpados librándose al fin de su cruel recuerdo y enmendando de una vez por todas el fatídico error de un amor imposible.

domingo, 12 de febrero de 2012

The Beauty and the Grace

Cuántas miradas intrusas atravesando los cristales, apuntándole fijamente al centro de su cara, donde nada puede ocultar, donde todo resulta un cruel reflejo del paso de los días sobre su ser. No puede evadirlas, intenta hacerlo buscando objetivos al alcance de sus flacas manos, pero siempre llegan hasta él, punzantes y electrificantes. El día había pasado relativamente rápido, en compañía el tiempo siempre parecía más amable y mucho menos pesado que de costumbre. Mientras todas esas personas regresaban a casa, con el claro objetivo de descansar y estar con sus seres queridos, así fuera para rechazarlos tajantemente, Edgar solo esperaba el momento en que toda esta secuencia de acciones repetidas dejara por fin de estorbarle para darle paso a algo mucho más ameno. Siempre creyó en que iba a llegar ese momento, más temprano que tarde, y lo esperaba con ansias desde aquel día en que descubrió su propia naturaleza y para su propio asombro, no tuvo miedo. Las llantas del bus chillaron contra el pavimento y en seguida su cuerpo se desprendió del suelo y voló pasando escuálidamente por entre varias personas cuyos esqueletos se desencajaban y quebraban unos contra los otros. Fue verdaderamente hermoso poder respirar un nuevo aire adornado por las pequeñas partículas de vidrios que parecían flotar como estrellas en el firmamento, mientras la música de su reproductor mp3 seguía andando imperturbable. “The Beauty and the Grace” de Covenant jamás había retumbado tan profundamente en su interior como lo hacía en este momento. Durante 3 décadas se empeñó en buscar algo que lo sacara de esa vida que él mismo había despreciado desde el comienzo, desde que empezó a aburrirse prematuramente; ahora, flotaba y sentía que su cuerpo ya no le pertenecía. Ninguna de sus dolencias físicas ni espirituales parecía aturdirlo ya más. Solo estaba su alma escabulléndose entre todas esas personas que se aferraban a las mismas pequeñeces a las que él había renunciado ya hacía bastante tiempo. Por su memoria pasaron miles de recuerdos pero ninguno de ellos logró crear en sí algún reflejo por leve que pudiera ser. Lo último que vio fue el brillo, el mismo que había encontrado en tan pocas canciones, en tan pocos libros, en tan pocos momentos, y que por tanto tiempo se había empeñado en buscar en tantos seres. Solo en ella encontró ese brillo que nunca cesó, el mismo que ahora lo llevaba de vuelta a donde pertenecía, para poder inmortalizar la única imagen a la que nunca pudo renunciar, de la que no pudo desprenderse y a la que ahora arrastraba hasta el infinito para jamás dejarla ir.

viernes, 3 de febrero de 2012

T. Gautier

"Cuán imprudente es aquel que no llega a un pacto con sus ojos... ¡Qué ojos! Con un destello decidían el destino de un hombre; tenían una vida, una transparencia, un ardor, una humedad brillante que jamás había visto en ojos humanos; lanzaban rayos como flechas dirigidas a mi corazón. No sé si la llama que los iluminaba venía del cielo o del infierno, pero ciertamente venía de uno o de otro. Esta mujer era un ángel o un demonio, quizá las dos cosas, no había nacido del costado de Eva, la madre común."

lunes, 30 de enero de 2012

Hold on You

Éste tipo de ideas nunca le habían sido ajenas en absoluto. De hecho, cientos de veces cruzaban por su mente las mismas fórmulas que lo alejarían de una vez por todas de cualquier situación que expusiera su vulnerabilidad ante el filoso asfalto ennegrecido. No soportaba comenzar la semana tejiendo este tipo de pensamientos, necesitaba algo sólido sobre qué sostenerse, al fin de cuentas, su cuerpo era lo suficientemente frágil como para no caerse por su propio peso. Con una mano sostenía la bola de hilo que ella le había arrojado hacía algunos años, antes de que decidiera volver la mirada sobre otros horizontes extraños de los cuales él mismo se había cuidado de no mirar por pura prudencia. Ahora había regresado, mucho más brillante que de costumbre, mucho más vital y avasalladora. Por largo rato sostuvieron sus miradas sobre el otro, intentando descubrir lo que nunca pudieron olvidar, lo que pretendieron confesar en otros cuerpos lejanos para comprenderse mejor desde la distancia. El hilo brillaba y se tensionaba invitándolo a seguir la marcha unido a ella una vez más. Un camino no del todo desconocido, una mano amiga de la cual colgarse para no caer al precipicio, un hombro suave para besar y sobre el cual llorar. Acá estaban de nuevo, eran los mismos, y sin embargo, todo era diferente a su alrededor. Ahora el contacto físico no era más que un puente tendido para unir sus propias almas. Eran mortales.

miércoles, 11 de enero de 2012

No Love Lost

Esa noche, antes de dormir, evocó el sabor de ese beso y prolongó su recuerdo hasta que pudo volver a sentirlo. Era puro, sin pretensiones ni engaños, no había en él falsas promesas, ambigüedades ni dudas. Llevaba ya un buen tiempo buscando certezas en su vida y fue en esa oscura calle donde las encontró. Viéndola de nuevo directo a los ojos pudo sentir lo que había olvidado hacía ya varios años. Sin embargo, durante ese tiempo, nunca pudo desprenderse de su recuerdo. Ella siempre paseaba por su cabeza en cuanto despertaba cada mañana y justo antes de dormirse, volvía para llevarlo de la mano al único lugar al que pertenecían enteramente para seguir amándose sin que nadie los viera, solo estaban ellos dos en ese inmenso vacío lleno de música. Era allí a donde iba esta noche, comenzando el viaje en solitario, aún con el sabor de ese beso en sus labios.