domingo, 8 de abril de 2012

Beginner


Aún recordaba esos días lejanos en los que podía pasar el tiempo tan solo mirando el transcurrir de la gente frente a su casa en aquel tranquilo barrio de los suburbios. En aquellos tiempos, el único ruido perturbador era poco común y podía surgir del klaxon de un automóvil, del llanto histérico de un bebé o de un avión que sobrevolaba muy bajo, sin embargo, ninguno de estos ruidos perduraba en su memoria por más de unos contados segundos para luego desaparecer en el mar de sus sencillos recuerdos. El día de hoy había comenzado con una leve llovizna muy propia del clima de la ciudad; el cielo estaba cubierto por un velo grisáceo y muy poco se podía ver a través de la ventana que permanecía empañada por el calor que del agua caliente de la ducha se desprendía. Héctor miraba el agua escurrir por su cuerpo flaco, venoso y pálido; sus preocupaciones se iban diluyendo con el caer de cada gota cálida mientras sus ojos se iban cerrando con el trasfondo musical previamente seleccionado para acompañarlo un rato en el baño. Era curioso cómo comenzaban los días desde que su secreta elección se hizo irremediablemente tangible hasta el punto de dejarlo en el total abandono. La desidia lo había alejado de sus seres más allegados, de aquellos que lo acompañaron durante los momentos más memorables y de los que ya casi no podía ni siquiera acordarse pese a haber dejado marcas todavía perceptibles en su cuerpo. Cicatrices ahora suturadas para su propio beneficio, ese mismo que por tanto tiempo se empeñó en buscar tras tantas relaciones fallidas. No podía huir de lo que era ni de lo que quería, simplemente faltaba una única pieza del extenso rompecabezas para poder completar la línea temporal sobre la que podría andar sin correr más riesgos innecesarios que los elegidos por su terco inconsciente.

Estando frente al espejo empañado descubrió una frase anónima escrita hacía tiempo y que hasta hoy cobraba un valor entrañable: “Mierda eres y mierda serás”. Silencio entre una canción y la siguiente, goteo de agua sobre el piso encharcado y finalmente un suspiro de alivio que se perpetuaba con un nuevo acorde musical. Por primera vez se sintió acompañado en esta historia y el hecho de que alguien hubiera podido describirlo con tal exactitud era razón suficiente para que se decidiera a lanzarse a la calle con la cabeza en alto, alejando de una vez por todas esa duda que lo carcomió en vida desde el instante en que pretendió comenzar a reconocerse.   

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