martes, 19 de noviembre de 2013

An End Has a Start

Siempre al acecho, levanta la persiana, da una ojeada del otro lado, nada. Toma un cigarro, pone el “Push the sky away”  de Nick Cave, enciende el cigarro, levanta la persiana, da una ojeada del otro lado, nada. Reconfirma la hora en su reloj de pulso, lo sincroniza con su reloj de pared, tan solo 7 segundos de adelanto y todo vuelve a la normalidad. Tararea el coro de “Wide lovely eyes”, exhala una bocanada de humo y antes de sentarse en el sillón, levanta la persiana, da una última ojeada del otro lado….. nada. No ha pasado ni una hora desde que ella se marchó sin decir tan solo “adiós”, “ya regreso”, “me largo”. Con un cigarro bastará, uno nada más y entonces ya no tendrá que esperar más.

Los pasos presurosos por la vieja escalera de madera lo despiertan. Mierda! Se ha quemado su bata con la ceniza del cigarro extinto. Se abalanza sobre la puerta y antes de que esta se abra desde afuera la asegura con la cadena y da dos vueltas a la llave. Esta vez no entrará, no esta vez, mucho menos ahora que definitivamente es la última vez. Ya ha sentido este ímpetu antes, muchas veces, esta vez espera que no desaparezca con la primera duda, con la primera idea. Debe poner su mente en blanco, arranca la nota pegada sobre la pantalla de su computador: “No Pienses” y la pega sobre la puerta hermetizada. Desde afuera vienen golpes, arañazos, insultos y mucha saliva.

Nick Cave ha estado cantando por horas ininterrumpidamente y quién sabe cuántas veces ha cantado ya esta canción. Es “Jubilee street”. La ventana entreabierta deja que esa única voz salga del departamento para escabullirse entre las calles mojadas y vuelva a subir por las escaleras para empujar la puerta con más fuerza. ¿Qué hacer? ¿Qué carajos hacer? Debe pensar, es lo único que lo puede salvar de su trágico destino. Desprende la nota de la puerta y la tira lejos, gira la llave dos veces en sentido contrario y retira la cadena. Dos, tres, cuatro y cinco disparos cruzan el marco de la puerta y por entre ellos el final de la canción que se escurre hasta desaparecer. “Mermaids” comienza con una frase, la primera y última de todas, una idea, un epitafio, un sueño: “She was a catch, we were a match, i was the match, that would fire up her snatch…”

... silencio…


martes, 5 de noviembre de 2013

05/11/2013

El desayuno de la mañana: la primera imagen suculenta del día, después de las largas piernas de su soñolienta mujer estiradas sobre la cama. Huevos revueltos con cebolla, tomate y maíz tierno; un pan de queso (caliente); una taza de café con un poquito de leche y un poco de mermelada de mora. No necesitaba más para medio sonreír antes de que lo atacaran los pensamientos y recuerdos horribles que solo le producían escalofrío. Masticó los huevos cremosos y bebió un sorbo de café. Algo estaba mal. No lo supo inmediatamente y mientras su cerebro identificaba el error, miró de reojo a su alrededor. Siempre había esperado a que de atrás de alguna pared saliera un equipo de producción con camarógrafo, sonidista, script y realizador para decirle “tranquilo, tranquilo, es una joda para Videomatch!”, a lo que él respondería con una buena puñetera seguida de un inconsolable llanto y una serie de preguntas que lograran despejar todas las dudas que siempre había tenido, todas sin excepción. Hubiera sido más sencillo si uno de esos escritores solitarios y con su vida hecha un caos hubiera sido quien escribiera esa escena que estaba viviendo, aún en calzoncillos y con lagañas esparcidas por sus párpados. Pero no. No había realidad más cruda e insípida que la que estaba viviendo en ese preciso instante, pues lo extraño de todo el asunto era que lo putos huevos no le sabían a nada y, en cuanto al café, le sabía a yogur de melocotón. Su respiración comenzó a agitarse y su pie derecho empezó a repetir el mismo movimiento insistentemente de arriba hacia abajo a 782 Km/h. Miró el reloj de pared colgado en la sala. Marcaba las 8:82 de la mañana. Estaba temprano, si no fuera porque los 60 minutos regulares se habían extendido sobrepasándose hasta 82. Mierda, mierda, ¿qué carajos hacer? Arrancó un pedazo de pan de queso y le esparció mermelada encima. Miró un momento el trozo de harina blancuzca que parecía tener una hemorragia de mora agridulce y se lo llevó a la boca. Cerró los ojos como si invocara el poder de todos los dioses del universo en busca de la respuesta acertada para ese instante. El reloj avanzó aún un minuto más; ya eran las 8:83 am. Sus papilas gustativas se activaron secretando más saliva de la normal. Los camarones al ajillo nunca le habían sabido tan bien bajo la apariencia de un simple pan de queso untado de mermelada de mora. Engulló el bocado y permaneció en silencio unos segundos. La tetera pitó. El agua para el té de su mujer ya debía estar lista. ¿Desde cuándo le gustaba el té a su mujer? Era ella la que siempre se despertaba primero y preparaba dos tazas de café para ambos. Luego se sentaban en la cama y sintonizaban en el televisor al gordo con cara de umpa lumpa que recitaba los signos zodiacales y toda clase de consejos para tener un día lleno de paz y amor. Detestaba la presencia casi galáctica del tipejo pero tenía que admitir que alguna vez se sorprendió con sus predicciones. La tetera siguió pitando pero nadie acudía en su ayuda así que no tuvo más remedio que pararse de la mesa e ir por ella, pero antes de que la alzara del fogón, ya se había callado. Sirvió el agua en el pocillo de su mujer, el mismo que llevaba el nombre de su signo zodiacal, soltó en él una bolsa de té de frutos rojos y mezcló con dos cucharaditas de azúcar. Ya conocía la medida exacta y la delicadeza de su paladar. Caminó hasta el cuarto donde ella descansaba. Dejó el pocillo sobre la mesa de noche y levantó con mucho cuidado las cobijas para despertarla, pero cuando lo hubo hecho por completo, se encontró con que una llama rumiante descansaba en la cama. Bueno, eso sí que era raro e impensable. Su mujer siempre le había recriminado el hecho de que fuera tan distraído y olvidadizo, pero sin duda, no podía serlo tanto como para no darse cuenta de que había estado conviviendo con una llama durante los últimos 4 años. ¿Qué hacer? ¿Despertarla para interrogarla? ¿Obligarla a tomar una ducha para despercudir sus lanas? ¿O, simplemente llevarle un atado de heno para acompañar el té? No había enfrentado tantos dilemas desde aquella vez en que apostó a los caballos por primera y única vez. Tantos caballos reunidos, tantas habilidades y debilidades, tantos enanos jinetes haciéndose fieros entre sí, pero sobre todo, tan poco dinero a cambio de tanto. Tanto lo pensó que terminó perdiendo y tuvo que devolverse en un atestado bus repleto de enfermos terminales que hacían su última parada antes de regresar al hospital para siempre. La yama seguía ahí, profunda, con los ojos en estado REM y un leve tic en su mandíbula. Tal vez soñaba con un suculento desayuno en casa de algún magnate, o con un partido de fútbol en las praderas andinas del Perú. Tal vez ni soñaba y el único que todavía lo hacía era él. Bebió el té de frutos rojos azucarado, se arropó junto a su llama y la besó con ternura en la oreja. Era tiempo de arruncharse ya y dejar a un lado tanta reflexión. Sintonizó el canal de astrología y lo único que oyó fue: "Prepárate porque me sale el arcano del extraño y la carta de la inocencia..."