miércoles, 22 de agosto de 2007

DEL OTRO LADO

Incapaz de conocer a alguien, el tipo comenzó a mirar a través del cristal. Cada vez que asomaba su larga nariz sobre el marco de la ventana, sentía cómo el aire helado invadía todo su cuerpo y le impedía disfrutar de su manía. Mucha gente pasaba bajo él; la acera alcanzaba a albergar al menos a medio millón de personas –sin repeticiones- casi todo el día. Pero él seguía ahí, subido sobre ese montón de ladrillos, lejos de cualquier sentimiento real. Solo, tuvo que construir todo un discurso para mantenerse a flote y evitar chocarse contra el suelo; después de todo, la gravedad es un fenómeno muy real y siempre lo que sube, tiene que bajar –precipitadamente-.

Algún día de los muchos que pasó asomado, olfateando, palpando desde la lejanía todo lo que bajo sus pies pasaba, al fin el tipo pudo sentir algo extraño. Era diferente a todo de lo que se había alimentado durante todo su crecimiento mental y físico. Allá, al fondo del abismo, había una tenue luz de color púrpura. Siempre le gustó ese color. Era hermoso, misterioso y a la vez muy insinuante. Poco a poco, la luz comenzó a ascender directamente hacia él, impregnando todo de color púrpura. Pronto, todo se tornó de ese misterioso color que parecía querer mostrarse completo sin inconvenientes ni complejos.

El aire comenzó a soplar mucho más fuerte que de costumbre. Las montañas parecieron alzar vuelo; el agua chocó contra la roca despiadadamente llevándose muchas vidas por delante. El cielo se nubló rápidamente y todo se volvió gris. Un color triste se coló por cada calle, esquina y tejado del gran poblado. El aroma a hielo seco, mezclado con la preocupación de miles de seres, obliga al tipo a dejar de husmear en lo que definitivamente no le importa. Guarda para sí, muy adentro, ese breve brillo color púrpura y ese destello de pupilas intrigante que cada día desequilibra más esa tensa armonía imaginada por alguien.