martes, 24 de mayo de 2011

Beloved


Fue una mañana de Septiembre la que escogió para huir de lo que había hecho de sí mismo. Para entonces, ya había acumulado gran cantidad de ideas y justificaciones en su cabeza que lejos estaban de hacer su vida más placentera. El habitar en ese cuerpo se había convertido en un tormento y últimamente sentía incluso su peso, como si cargara un incómodo objeto ajeno del que no podía desprenderse con facilidad. Buscó algún viejo paquete de cigarrillos y con ansia encendió el último tabaco que fumaría en su vida. Esperaba que estando en el lugar al que iría no necesitara de ningún placer mundano para justificar su profunda necesidad de morir pronto. Las ganas de vivir habrían de ser suficientes para mantenerse en pie y poder disfrutar de los diminutos detalles que lo rodearían y harían lo suficientemente feliz. Mientras fumaba pensó en las muchas veces que lo invadió ese sentimiento de alegría por vivir. Estando junto a ella todo parecía más fácil, más soportable, no había cosas imposibles en ese momento que compartieron. Solo bastaba con estar para poder, al fin, ser.
Terminó de sacar la última ropa del clóset y la empacó en la bolsa de basura. Nunca creyó poder acumular tantas cosas en ese lugar que ocupó con la esperanza insulsa de encontrar la tranquilidad y la paz interior. Se había hastiado de preguntarse cómo hacía la demás gente para mantener la cordura en un lugar tan desorganizado y tan invivible como ese. Tal vez todos habrían de estar locos ya para poder seguir marchando hacia alguna parte. Tal vez para ese entonces todos habían ya olvidado lo que era la cordura. O peor aún, él era el último cuerdo en ese salvaje lugar.

Cerró la puerta con llave a pesar de no haber nada de valor en el interior y esto le pareció divertido. Era un autómata y esa denominación le hizo lanzar una corta carcajada que retumbó en el largo corredor llenándolo de un misterio que nunca había percibido hasta entonces. Lanzó las 17 bolsas de basura por el shut y así se desprendió de un gran peso material del que se había vuelto dependiente sin darse cuenta. Hasta esa mañana, su vida había estado sustentada por una infinidad de adornos que distraían su atención de lo primordial, acercándolo más a eso de lo que siempre quiso huir. Era cont
radictorio, como todo lo que decía tan solo para alardear y así, poder ubicarse en un cómodo lugar de su entorno.

Encendió su auto y rodó en busca de la vía que lo sacara de allí pronto. Mientras conducía recordó el momento en el que ella se despidió. Era algo que ambos sabían tenía que ocurrir en algún momento, más pronto que tarde. Mientras el momento de la separación se acercaba, su amor por ella creció tomando tanta fuerza que creyó sería suficiente para impedir que el destino cumpliera su cometido. Una vez más jugó a ser el héroe y lo perdió todo. Ahora que no tenía nada más que perder, se alejó de su leyenda para acercarse a una vida más real e inspiradora por sí misma.

El camino hacia el mar aparecía como la opción más acertada así que giró hacia la izquierda y tomó la autopista. Al cabo de un poco tiempo ya respiraba el aire del campo y sentía cómo su cuerpo se revitalizaba con cada kilómetro alcanzado. Era

el mismo viaje que tiempo atrás ambos habían soñado, así que no era del todo un viaje en solitario. El asiento del copiloto se mantenía desocupado y era inevitable no echarle una mirada de vez en cuando para revivir su imagen. La música ya no sonaba en la radio sino en sus recuerdos y se compactaba con ese instante de una extraña manera complementándolo todo.

El cansancio lo detuvo en un restaurante junto a la carretera. El ambiente árido rodeaba el lugar y le daba ese extraño aire de soledad y misticismo propio de algún spaguetti western. Una vez entró al lugar la idea se reforzó al convertirse en el centro de las miradas de esos campesinos sucios y desaliñados. Era un forastero que huía de sus pecados en busca de una nueva oportunidad y ni él mismo sabía si ese era el lugar indicado para encontrarla. Pidió un café cargado y un par de panecillos aún bajo la mirada del público que parecía esperar que un espectacular hecho los sacara de sus aburridas vidas. Sacó su revólver y disparó contra el anciano sentado a su lado con tan buena puntería que su cráneo se abrió como una cáscara de nuez antes de chocar contra el suelo. Luego apuntó contra la madre de una horrible niña pecosa quedando ésta salpicada de sangre oscura por todo su rostro. Los gritos lo despertaron y su café ya estaba servido. La mesera preguntó si deseaba algo más pero él negó. Aún estaba aturdido y trataba de recuperarse luego de ese abrupto paréntesis. Algo de satisfacción quedaba siempre en él luego de tener este tipo de alucinaciones que aparecían aleatoriamente sin él proponérselo.

El lugar parecía otro cuando salió y se dirigió de nuevo a su auto. El cielo se había nublado y la luz del Sol tenía un extraño color púrpura que le daba otro aspecto aún más inquietante al desierto. Encendió el motor y se acomodó en la silla bajo la mirada fija de la gente dentro del lugar. La niña pecosa movió con timidez su mano despidiéndose y dejó escapar una leve sonrisa. No se hizo más bella por eso, seguía siendo horrible, pero era como si una pequeña dosis de paz hubiera penetrado su alma para recordarle el sentido de su viaje. Arrancó dejando una nube de polvo que lo hizo perder de vista el lugar para siempre.

El Sol se ocultó y la noche comenzó acompañada por una fuerte tormenta. Pronto se hizo imposible seguir andando pues la visibilidad era casi nula y la única manera de mantenerse en el camino era gracias a los truenos que iluminaban a intervalos el lugar. Orilló el carro donde pudo y apagó el motor quedando completamente aislado del mundo por la densa lluvia. Bajó el espaldar de la silla y cerró los ojos para dejar pasar el tiempo con tranquilidad. Al cabo de un rato, como producto de imágenes e ideas sin sentido predecesoras del sueño profundo, en su memoria fue surgiendo una vieja melodía que pronto cobró forma invadiendo su cabeza mientras los recuerdos iban aflorando. Entonces ahí, en medio de ese lugar desconocido donde el tiempo había perdido su significado, tuvo una revelación que lo llenó de miedo al darse cuenta que lo único que lo mantenía atado al pasado era ella. Se despertó de un salto y el espaldar se reclinó con fuerza empujando su cara contra el volante. El golpe le rompió la nariz y lo hizo perder el sentido de orientación una vez más. La lluvia no cesaba y caía con más violencia sobre las latas del carro. Maldijo su suerte y estiró la manga de su saco para limpiarse la sangre y detener la hemorragia. Con la mirada al frente pensó lo miserable que debía verse ahí, en medio de la nada, escampando en un viejo carro y con la cara ensangrentada por un ridículo golpe. De pronto, la luz de los relámpagos iluminó por un momento la carretera y surgió una figura a lo lejos que desapareció de nuevo en la oscuridad. Se fijó con atención esperando que otro rayo develara el misterio. Con la manga del saco limpió el vidrio panorámico para ver con más claridad. Enfocó su mirada y entonces otro relámpago le mostró a una persona que se acercaba despacio. Llevaba una especie de capota que cubría su figura y no pudo distinguir qué tipo de persona podría ser. En todo caso, dadas las particulares circunstancias y basado en sus propias experiencias y fobias del pasado, desconfió y estuvo alerta dispuesto a salir corriendo del carro a la menor muestra de peligro. Tomó el bate bajo la silla y esperó pacientemente hasta que la figura estuvo lo suficientemente cerca, entonces encendió las luces altas del carro. La figura se detuvo y cubrió sus ojos con fastidio. Gritó preguntando qué quería al misterioso ser que volvió a avanzar contra el viento y la lluvia. Una vez estuvo lo suficientemente cerca, éste se detuvo y se quitó la capota; se trataba de una mujer que fijó su mirada en el interior del carro, a pesar de no poder ver con claridad lo que había en él. Con algo de desconfianza fue soltando el bate y apagó las luces. Subió los seguros de las puertas e hizo una señal invitando a la mujer a subirse. Ella accedió y pronto estuvo a su lado. Le agradeció y se presentó como "una caminante perdida". Él, sostuvo la mirada sobre ella hasta que fue evidente que intentaba develar algún misterio que no sería posible resolver en tales circunstancias. Era claro que le tomaría algún tiempo llegar al fondo del problema y quién sabe si alcanzara el tiempo para resolverlo. Quién sabe si valiera, incluso, la pena hacerlo.

La lluvia fue cesando y el cielo poco a poco se fue despejando dejando ver las primeras estrellas. La primera en descubrirse fue esa a la que hacía ya tiempo él mismo hubiera bautizado con el mismo nombre de su único amor. Encendió el auto y retomó el camino hacia el Este al son de un viejo CD con varias canciones minuciosamente escogidas. Durante un buen rato ella no habló, solo miraba al cielo con su cabeza recostada contra el marco de la puerta y de vez en cuando murmullaba alguna parte de una canción para luego suspirar y volver a retomar su profundo silencio.

Era ya tarde y la medianoche se acercaba. Los ojos le pesaban y le costaba mantenerse despierto. Le preguntó si quería descansar en algún hotel del camino a lo que ella respondió con una negativa. Su propuesta fue aún más audaz. Propuso conducir mientras él descansaba a su lado. Al cabo de un rato, él yacía dormido en el asiento del copiloto y ella conducía tragándose la carretera con gran tranquilidad. Una idea lo atacó antes de entrar en estado de inconsciencia, "solo es un sueño, mañana ya se habrá marchado". Y así, se hundió en sus sueños.

Lentamente la imagen fue componiéndose y tomando forma real. Un viejo poste del que colgaba un teléfono descompuesto de SOS se impuso ante él y lo trajo de vuelta a la realidad. El Sol ya despuntaba envuelto en un silencio mortuorio. Miró a su lado para buscar algo que aún no recordaba qué podría ser. El asiento del chofer estaba vacío. El freno de mano estaba puesto y las llaves permanecían colgadas del switcher. No tenía muy claro por qué el color del llavero había cambiado. Hasta donde supo, siempre había sido anaranjado y ahora era azul celeste. Abrió la puerta y se bajó para desperezarse y tomar la primera bocanada de aire en el día. Estuvo unos minutos ahí, en silencio, viendo cómo el suave viento desprendía la arena de la superficie haciéndola formar círculos sobre el árido paisaje. Miró a su alrededor buscando indicios de vida en alguna parte, tal vez un techo de lata o una cerca que delimitara algún terreno. Nada. Estaba él solo. Caminó en círculos un rato frente al carro esperando que el pasar del tiempo trajera alguna sorpresa que lo sacara de ese letargo. Finalmente se decidió y de una vez por todas fue hacia la parte trasera del auto. Se paró frente a la puerta del baúl y lo detalló. Estaba la marca del carro completamente hecha en aluminio y adornada con delicados caracteres que le daban una burda elegancia. Miró hacia todas partes antes de decidirse a abrir la puerta. Una vez ubicado espacialmente dio un jalonazo a la manija y la puerta se abrió como un resorte. Lo que vio fue impactante, claro, sin embargo lo era mucho más el saber que la idea ya había pasado por su cabeza como una estela que duró proyectada en su inconsciente desde el momento en que ambos decidieron unirse para compartirlo todo. El viaje había terminado sin ningún océano cristalino ni cielo púrpura como redención. Ahí, bajo el Sol del desierto, ahora sin ninguna culpa, ni siquiera una razón, esculpió en el último trozo de su memoria el que fuera su epitafio, en soledad.



lunes, 2 de mayo de 2011

HURT

El sabor había desaparecido al tiempo que el color comenzaba a desvanecerse por entre las persianas entreabiertas. Las luces del edificio contiguo se colaban por la ventana y hacían brillar de manera particular sus ojos, dándoles un leve brillo que nunca antes habían tenido. La sola idea de seguir tiñendo su vida de los mismos tonos le era tan absurda, como lo era ya para ese entonces, el hecho de haber confiado en esa gran ilusión en la que tanto tiempo y energía vital había dedicado. El reflejo en su plexo solar siempre le había advertido sobre el riesgo de sobrepasarse con el denominado “autocontrol”, después de todo, tanta confianza no podía aflorar de sus delicadas ideas por muy en lo profundo que ellas se encontraran. Levantó su mano derecha y la miró en contraluz alcanzando a detallar una que otra arteria importante de su organismo. La sangre seguía fluyendo sin descanso desde hacía ya 29 años; no importaban sus ideas, pensamientos, ideales, ni ninguna de esas mentiras sobre las que había edificado lo que alguna vez llamó con orgullo “yo”. Ya estaba cansado, si había aprendido algunas cosas, ya le eran suficientes como para no querer ver más de lo mismo. Una nueva oportunidad apareció de manera intempestiva en el único momento en el que no quería hacer absolutamente nada. Tal vez alguna fuerza superior la había enviando para que se cruzara en su camino y lo distrajera un rato de su profunda tristeza, esa misma de la que nunca pudo escapar y que tuvo que aprender a acallar solo para que los demás se sintieran a gusto con él. Estando ahí, desnudo sobre su cama, tuvo la única revelación que devolvió el color al lugar. Al tiempo que su corazón se iba deteniendo, supo que el viaje debía emprenderlo solo, evitándole tanta angustia a ella, que solo quería darle lo mejor de su ser. Él no era capaz de recibir tanto amor, no tenía dónde guardarlo, ni siquiera sabía cómo conservarlo. Cerró su puño y dejó que toda su sangre escapara por la herida abierta a lo largo de su antebrazo. La habitación pronto se tornó azul celeste y la luz del exterior comenzó a oscurecerse llenándose de tonos púrpura y rojo. Recordó la primera vez que la vio a los ojos y se sintió tranquilo pues, después de todo, pudo saborear un pedazo de amor puro antes de llevarse todos sus recuerdos al único lugar donde no la dañarían. La amó y luego se marchó.