El sabor había desaparecido al tiempo que el color comenzaba a desvanecerse por entre las persianas entreabiertas. Las luces del edificio contiguo se colaban por la ventana y hacían brillar de manera particular sus ojos, dándoles un leve brillo que nunca antes habían tenido. La sola idea de seguir tiñendo su vida de los mismos tonos le era tan absurda, como lo era ya para ese entonces, el hecho de haber confiado en esa gran ilusión en la que tanto tiempo y energía vital había dedicado. El reflejo en su plexo solar siempre le había advertido sobre el riesgo de sobrepasarse con el denominado “autocontrol”, después de todo, tanta confianza no podía aflorar de sus delicadas ideas por muy en lo profundo que ellas se encontraran. Levantó su mano derecha y la miró en contraluz alcanzando a detallar una que otra arteria importante de su organismo. La sangre seguía fluyendo sin descanso desde hacía ya 29 años; no importaban sus ideas, pensamientos, ideales, ni ninguna de esas mentiras sobre las que había edificado lo que alguna vez llamó con orgullo “yo”. Ya estaba cansado, si había aprendido algunas cosas, ya le eran suficientes como para no querer ver más de lo mismo. Una nueva oportunidad apareció de manera intempestiva en el único momento en el que no quería hacer absolutamente nada. Tal vez alguna fuerza superior la había enviando para que se cruzara en su camino y lo distrajera un rato de su profunda tristeza, esa misma de la que nunca pudo escapar y que tuvo que aprender a acallar solo para que los demás se sintieran a gusto con él. Estando ahí, desnudo sobre su cama, tuvo la única revelación que devolvió el color al lugar. Al tiempo que su corazón se iba deteniendo, supo que el viaje debía emprenderlo solo, evitándole tanta angustia a ella, que solo quería darle lo mejor de su ser. Él no era capaz de recibir tanto amor, no tenía dónde guardarlo, ni siquiera sabía cómo conservarlo. Cerró su puño y dejó que toda su sangre escapara por la herida abierta a lo largo de su antebrazo. La habitación pronto se tornó azul celeste y la luz del exterior comenzó a oscurecerse llenándose de tonos púrpura y rojo. Recordó la primera vez que la vio a los ojos y se sintió tranquilo pues, después de todo, pudo saborear un pedazo de amor puro antes de llevarse todos sus recuerdos al único lugar donde no la dañarían. La amó y luego se marchó.
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