jueves, 11 de noviembre de 2010

PRE

"Que cuando la muerte llegue te encuentre al menos ocupado"... esa frase nunca había resultado tan diciente como en este momento para Erik. Si bien las cosas no eran sencillas, muy dentro de sí sabía que había sido bendecido con una extraña "buena suerte", o como quiera que lo llamaran. Estando ahí sentado en el bus, mirando por la ventana se confrontaba una vez más con sus más profundos miedos, los mismos contra los que siempre combatía cada vez que la soledad lo invadía. En algún punto de su historia, ella había llegado para aquietar esos fantasmas, para invitarlos a convivir y hacer parte de sus vidas. Eso fue antes de que se marchara por tiempo indefinido. Ahora, Erik no sabía qué carajos hacer con ellos. Al despertar ahí estaban esperando por el primer pensamiento para atacarlo con bulla y dudas. El más mínimo temor pronto cobraba un valor poderosamente destructivo y si ese día en especial decidía no salir a la calle, ellos lo empujaban sacándolo semi desnudo sin permitirle prepararse mentalmente para tan dura tarea. Así que esa tarde Erik decidió hablarles de frente. Mientras estuvo en el bus los buscó en cada reflejo, en la mirada de algún transeunte, en el hábito de alguna monja, en los zapatos sucios del indigente, en todo lugar donde siempre los había encontrado. Pero esa tarde, por muy extraño que parezca, sus fantasmas no aparecieron. Caminó por la calle solitaria de la que alguna vez había huído asustado; nada, estaba solo él y su sombra que comenzaba a ennegrecerse. El Sol se ocultaba ya y Erik tuvo el extraño presentimiento de que la respuesta estaría en aquel bar de mala muerte del que tanto había huído tras quedar solo. Trazó la ruta y se encaminó hacia allí. La noche comenzaba ya, la gente celebraba el fin de la semana legal de trabajo mientras bebían y oían música a alto volumen. Todos estaban ahí con el único propósito de mostrarse y admirarse. Erik no, él solo buscaba salir de ésta situación tan particular en la que estaba inmerso y así, poder retomar el camino que lo llevaría hasta donde ella se encontrara. Se sentó en la misma mesa de hace varios años. Pidió una cerveza y esperó. El tiempo pasó y la gente poco a poco se fue acercando a él. Comenzaban a lucir diferente bajo los colores de la noche, como si la piel les sobrara y su esqueleto fuera más fuerte y prominente. Pronto, Erik se vió rodeado de gente desconocida que lo miraba y susurraba. Una que otra burla salía de aquí y de allá al tiempo que lo señalaban. Tomó el último trago de su botella y se puso de pie, confrontando a todas esas personas transformadas en masa. El olor casi lo hace vomitar y a duras penas pudo pronunciar estas palabras: "Solo muéstrenme el camino para llegar a ella". La masa se avalanzó sobre él y en poco tiempo no hubo ya más Erik. Había pasado el letargo de la preocupación y justo como su abuelo lo había predicho, ella lo encontró ocupado al fin. Era tiempo de recomenzar vistiendo otra piel.

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