martes, 20 de noviembre de 2018

SANCTIFIED

Era exactamente la persona que pretendía parecer. Cada mañana, desde hacía más de tres décadas, elegía cuidadosamente la ropa que vestiría al día siguiente intentando renovarse con una que otra prenda colorida, pero irremediablemente terminaba cayendo en el monocromo oscuro que, entre otras cosas, adoraba por la simple razón de que no se le notaba el mugre y así no tenía que lavar tan seguido la ropa y así no gastaba tanta agua y así contribuía con el uso responsable de los recursos hídricos que comenzaban a escasear. El Capitán Planeta no podía sentirse más orgulloso. Se miró al espejo y supo lo que necesitaba: poner a sonar ese Pretty Hate Machine. Era lo único en lo que podía improvisar y la sensación era completamente placentera. La idea siempre surgía como un fogonazo en su cerebro seguido de una explosión corta pero profunda de dopamina que se esparcía por todo su cuerpo manteniéndose hasta el final exacto en que el álbum terminaba. Luego venía el cigarrillo y todo quedaba listo. El Sol hacía rato invadía el lugar y sus rayos habían ya tumbado a sus gatos que a duras penas respiraban llevados por el placer que suponía sentir el calor sobre sus pelajes blancos. Él, en cambio, odiaba el Sol y la sensación de calor sobre su cuerpo. Desde siempre, la sangre había irrigado perfectamente por su cuerpo haciendo sudar sus manos y axilas aún en los días más fríos. En las noches debía dormir sin medias, en camiseta de manga corta y pantalón jipi de rayas. Solo así podía meterse bajo la única cobija con la que se arropaba para pasar las noches lejos del desespero y el calor. Mientras tomaba su café obligatorio y miraba a sus gatos aún en coma inducido, pensó en su extraña relación con el Sol. Siempre le atormentaba saber que había tanta luz afuera y la ansiedad comenzaba a atacarlo en lo más profundo de su estómago. Sentía esa extraña sensación de que debía de estar afuera haciendo algo extremadamente productivo para sí mismo a manera de retribución por tan espectacular clima. El Sol, la luz, la energía, la fotosíntesis, los colores resplandecientes, todo hacía parte de un ritual de agradecimiento al que se sentía obligado a pertenecer pero del que había huido desde hacía muchísimo tiempo. Su naturaleza no estaba diseñada para sentir agradecimiento por tener tanta luz sobre sí; tanto calor lo único que le hacía sentir era la extrema necesidad de una buena ducha fría que limpiara todas las toxinas que su cuerpo expelía como olla de agua en ebullición; tantos brillos lo único que conseguían era que tuviera que entrecerrar los ojos con fastidio para escapar de tanta alegría y proactividad.

No tuvo más remedio que tomar su morral con todo lo necesario para sobrevivir un día afuera y cerrar la puerta dejando a sus gatos perdidos en el éxtasis calenturiento de “un día hermoso y soleado”. Se subió a su bicicleta, se puso su máscara antipolución y arrancó a enfrentarse con los mecanizados que competían frenando y exostando como organismos vivos entre las angostas calles ennegrecidas por el hollín de las que sobresalían peatones acorralados intentando escapar hacia alguna parte. No era su caso, no tenía a donde ir ni mucho menos tenía afán de llegar a alguna hora en particular, solo debía andar derecho hasta que supiera que ya había sido suficiente. Pedaleó durante horas esquivando todo tipo de vehículos y de personas, su corazón bombeaba como un pistón y sus pulmones se esforzaban por alcanzar a sacar purificado la mayor cantidad de aire posible para poder seguir pedaleando. La ciudad ya iba quedando atrás y comenzaban a aparecer las primeras vacas estáticas, con mirada sospechosa y siempre mascando algo. El Sol arremetía con toda su furia sobre su cuerpo sudoroso así que pensó en quitarse la máscara antipolución pero la competencia no terminaba y todavía pasaban muchos camiones oxidados escupiendo humo a su lado. Decidió quitarse la chamarra negra y arrancándosela de encima la tiró dejándola volar como una bolsa plástica entre el viento bajo una coreografía muy tipo Belleza Americana. Eso bastó para que su cuerpo comenzara a nivelar su temperatura y pudiera tomar más velocidad al pedalear. Entendió entonces la importancia de la ropa blanca al sentir cómo el Sol no lo castigaba sino que al contrario lo repelía. El tráfico de camiones y de vehículos pesados comenzó a mermar, solo era señal de que comenzaba a estar donde quería: lejos. Se orilló junto a una tienda de carretera y entró como forastero de espagueti western bajo la mirada de un par de niños gemelos que jugaban lotería sobre la mesa. La rockola neón vibraba con “Play the Goddamned Part” de NIN haciendo bailar sobre las paredes todos los extraños cuadros de animales silvestres vestidos como humanos de principios del siglo XX; el sapo con chaleco, sombrero de copa y reloj de cadena era sin duda todo un clásico. Pidió una botella de agua ozonizada y pagó con un par de monedas gruesas. Los gemelos no le quitaban los ojos de encima y por un momento imaginó toda una secuencia de imágenes en la que los niños pateaban la mesa y sacaban sus revólveres disparando sobre él; el cuadro del zorro con overol, la nutria con sombrero de paja y el búho con gafas vestido de profesor recibían las ráfagas de balas directamente pues él alcanzaba a saltar hasta la entrada y atravesaba la puerta subiéndose a su bicicleta de un solo brinco. No alcanzó a ver el final de la secuencia cuando se descubrió ya pedaleando muy lejos de la tienda. En la puerta, el brillo del Sol del resplandecía sobre el pelo castaño de los gemelos que lo miraban alejarse sin entender por qué tanta prisa si hacía un hermoso día.

El puente sobre la antigua represa apareció a lo lejos y sintió que ya podía bajar el ritmo, en todo caso la carretera comenzaba a descender así que se dejó llevar por el impulso que traía. Soltó los tirantes de su morral y este salió volando chocándose contra el pavimento, regando todo su contendido sobre él y dejando trazada en el camino una huella de desechos de los que ya nunca más dependería. Las llantas de la bicicleta comenzaron a chirrear con agudeza y los amortiguadores a vibrar esparciendo todo el movimiento sobre el vehículo metalizado. Se arrancó la máscara antipolución y esta salió despedida por los aires quedando enredada entre las ramas secas de un viejo árbol al lado de la carretera a manera de poética señal. Todo comenzaba a transformarse en un símbolo, él mismo seguía adelante con su metamorfosis dejando atrás lo que lo había definido para seguir su camino hacia sus propios orígenes. Ya no veía nada a su alrededor más que una mancha borrosa análoga que lo envolvía como una burbuja y comenzaba a elevarlo sobre el pavimento, primero con pequeñísimos y esporádicos saltos hasta convertirse finalmente en un único trayecto aéreo hacia el viejo puente. Desde arriba todo se veía con mayor claridad, más definido y hasta más ameno. Alcanzó a extrañar a sus gatos pero seguro para ellos su única preocupación en ese momento era darse la vuelta a tiempo para recibir más calor sobre el otro costado de su cuerpo y así seguir manteniendo la temperatura en pleno equilibrio. Él, por su lado, ya había recuperado el equilibrio y ahora volaba hacia una represa ya desaparecida para perpetuarse en sus aguas extintas respirando el aire que sopló sobre su cara por primera y última vez.




viernes, 24 de agosto de 2018

Mile End

Como un árbol de navidad adornado de luces intermitentes que pasan por todos los ritmos. Así se veía Bacatá desde su ventana y fue entonces cuando supo que había pasado más tiempo de lo normal postrado en esa silla fumando cigarrillos de grilla. Decidió encender otro para terminar de decidirse por cuál sabor era el más sabroso para endulzar ese momento que Pulp comenzaba a adornar con “Mile End”. El mojito fue el ganador y mientras aspiró el primer plon tuvo una particular sensación de libertad viéndose a sí mismo sentado en una playa de Cuba oyendo esta magnífica canción. Por un momento todo fue tranquilidad y autocontrol. Sus voces callaron y el cielo se volvió plateado, mezcla de la fría noche en Bacatá y del soleado aterdecer cubano. Descubrió que podía estar en dos lugares al mismo tiempo y esta idea lo llenó de placer mientras comenzó una tanda de blues inaugurada por “Turn me loose”. Las cuerdas parecieron deslizarse entre sus recuerdos y algo en su interior se encendió como un mechero repleto de gasolina. Se empelotó y comenzó a bailar salpicando sus pies en el mar mientras el sabor a mojito comenzaba a extinguirse, pues todo llega rápidamente a su fin y más si hubo una exacerbación de sentidos previa. Decidió quedarse en esa playa oyendo el playlist de alguien al otro lado del Atlántico, sintiendo cómo la sal y la arena trepaban por todo su cuerpo hasta hacerlo sentir la extrema necesidad de prender otro cigarrillo de grilla con sabor a mojito mientras se veía a sí mismo bailando entre partículas de escarcha bajo la luz de una luna cualquiera. 

domingo, 15 de abril de 2018

Knight of Cups

"Hay tanto amor entre nosotros que no se acabará"...
- El lío es por dónde comenzar.