martes, 10 de octubre de 2017

Fenêtre

La misma ventana, el mismo olor a tabaco, el mismo ruido en el parque allá abajo, los mismo ebrios llenándose de razones para intoxicarse y olvidarse un rato de dónde venían y borrar de su cabeza toda idea de hacia dónde debían ir. A veces se apiadaba de ellos, a veces recordaba cuando él también lo había hecho pero últimamente nada le ayudaba a huir más que esa profunda idea que se había incrustado en su cabeza desde hacía unos pocos meses. El sentido que había moldeado a su conveniencia ya no parecía satisfacerlo, solo había una profunda zanja rodeándolo una vez más tal como la había presentido varios años antes. Sintió que estaba en el punto de partida desde el que había comenzado a creer para llenarse de valor y decidirse a vivir una vida que solo podía disfrutarse a través de un espejo que él mismo había ensamblado con pedazos rotos de vidrio que había ido recogiendo desde muy joven. Los años pasaron y siempre pudo atravesarlos no sin salir con algunas heridas, unas más profundas que las otras pero al fin de cuentas marcas que deformaron su carácter y esencia innata. La música nunca sonó igual y siempre trajo con ella un olor a placer que lo llenaba de razones para seguir en pie sin resbalarse. Nick Cave sonaba esa noche allí, su reflejo en la misma ventana, con el mismo olor a tabaco y el mismo ruido en el parque allá abajo que comenzaba a disiparse con el despejar del cielo nocturno sobre esa urbe hecha de ladrillo y pegamento fósil. Vida pegada con muerte, ideas sostenidas con sueños que tal vez jamás se cumplirían. Jubelee Street comenzaba a cobrar sentido ahora en ese lugar recurrente y se hacía cada vez más desconocido a pesar de habitarlo desde hacía meses. Las ideas tomaban ya formas desconocidas y la zanja se iba inundando a medida que el álbum se desenvolvía por sí mismo. Creer en el amor, en los días luminosos, en el calor de un lugar seguro lo había llevado hasta donde estaba una vez más pero ahora estaba solo a pesar de siempre estar cerca de aquellos que no podían ignorar su presencia. La soledad lo había seducido y ahora lo apretaba del cuello haciéndolo escupir humo de tabaco quemado contra la ventana, la misma en la que podía ver el reflejo de aquello que había construido para sí mismo y de lo que jamás podría escapar enmarcándolo y definiéndolo en un único plano.