jueves, 29 de diciembre de 2011

Acuité

Si la felicidad es efímera, qué más da? Orgulloso de cargar emociones por acá y por allá, recuerdos del andar, miradas que vienen y que van. Todo pasa, la brisa, el Sol de la mañana que atraviesa esta ventana para revestir nuestros cuerpos; la noche que ilumina con su candor; el día que transcurre con su lento parecer. Al final, no importa la carga del día, poco importa cuánto hayamos cargado con este cadáver encima, todo parece desvanecerse y retornar a su lugar de origen, donde este aparente caos entra en absoluta armonía y donde todo es coherente. Tal vez algún día retorne a este fatídico paraíso, donde todo es incierto y efímero. Por ahora, prefiero escoger una vida mortal, llena de pasiones, ilusiones, decepciones, intuiciones; abandono toda inmortalidad para renacer de una vez por todas y, así, lograr alcanzar ese lugar resplandeciente en el firmamento, evidente solo para aquellos que tienen la agudeza para descubrirlo e intuirlo.

martes, 20 de diciembre de 2011

Hesse IV

“Pero en realidad ningún yo, ni siquiera el más ingenuo, es una unidad, sino un mundo altamente multiforme, un pequeño cielo de estrellas, un caos de formas, de gradaciones y de estados, de herencias y de posibilidades. Que cada uno individualmente se afane por tomar a este caos por una unidad y hable de su yo como si fuera un fenómeno simple, sólidamente conformado y delimitado claramente: esta ilusión natural a todo hombre (aún al más elevado) parece ser una necesidad, una exigencia de la vida, lo mismo que el respirar y el comer”

lunes, 19 de diciembre de 2011

Hesse III

"Así se producen, como preciosa y fugitiva espuma de felicidad sobre el mar de sufrimiento, todas aquellas obras de arte, en las cuales un solo hombre atormentado se eleva por un momento tan alto sobre su propio destino, que su dicha luce como una estrella, y a todos aquellos que la ven, les parece algo eterno y como su propio sueño de felicidad"... "Entre los hombres de esta especie ha surgido el pensamiento peligroso y horrible de que acaso toda la vida humana no sea sino un tremendo error, un aborto violento y desgraciado de la madre universal, un ensayo salvaje y horriblemente desafortunado de la naturaleza. Pero también entre ellos es donde ha surgido la otra idea de que el hombre acaso no sea sólo un animal medio razonable, sino un hijo de los dioses y destinado a la inmortalidad." H.H.

viernes, 16 de diciembre de 2011

A. Caicedo I

"Tal vez yo sea únicamente el que escribe; no, ese tampoco soy yo: yo soy el que piensa un montón de cosas que decirte, el que busca claridad en las palabras y las putas palabras no salen claras."

domingo, 11 de diciembre de 2011

Hesse I

“¡Ah, es difícil encontrar esa huella de Dios en medio de esta vida que llevamos, en medio de este siglo tan contentadizo, tan burgués, tan falto de espiritualidad, a la vista de estas arquitecturas, de estos negocios, de esta política, de estos hombres! ¿Cómo no había yo de ser un lobo estepario y un pobre anacoreta en medio de un mundo, ninguno de cuyos fines comparto, ninguno de cuyos placeres me llama la atención?” H.H.

Hesse II

"Soledad era independencia, yo me la había deseado y la había conseguido al cabo de largos años. Era fría, es cierto, pero también era tranquila, maravillosamente tranquila y grande, como el tranquilo espacio frío en que se mueven las estrellas" H.H.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Moonlight Drive

Y así, sin más, esa noche de luna llena, a la madrugada, descubrió que había sobrepasado la primera etapa del enamoramiento, y que contrario a lo previsto, le había tomado más de 5 años llegar hasta donde estaba ahora. Algunas vidas con sus historias propias se habían cruzado en el camino ya recorrido, y sin embargo, una única línea trazada con firmeza hacía ya tiempo era lo único tangible sobre el terso relieve. Un único camino que llevaba directo a sus ojos, profundos, brillantes, directos.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

KUNDERA

"Sintió en su boca el suave olor de la fiebre y lo aspiró como si quisiera llenarse de las intimidades de su cuerpo. Y en ese momento se imaginó que ya llevaba muchos años en su casa y que se estaba muriendo. De pronto tuvo la clara sensación que no podría sobrevivir a la muerte de ella. Se acostaría a su lado y querría morir con ella. Conmovido por esa imagen hundió en ese momento la cara en la almohada junto a la cabeza de ella y permaneció así durante mucho tiempo.... Y le dio pena que en una situación como aquella, en la que un hombre de verdad sería capaz de tomar inmediatamente una decisión, él dudase, privando así de su significado al momento mas hermoso que había vivido jamás (estaba arrodillado junto a su cama y pensaba que no podría sobrevivir a su muerte). Se enfadó consigo mismo, pero luego se le ocurrió que en realidad era bastante natural que no supiera qué quería: El hombre nunca puede saber qué debe querer, porque vive solo una vida y no tiene modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas posteriores. No existe posibilidad alguna de comprobar cuál de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación. Como si un actor representase su obra sin ningún tipo de ensayo. Pero que valor puede tener la vida si el primer ensayo para vivir es ya la vida misma? Por eso la vida parece un boceto. Pero ni un boceto es la palabra precisa, porque un boceto es siempre un borrador de algo, la preparación para un cuadro, mientras que el boceto que es nuestra vida es un boceto para nada, un borrador sin cuadro" M.K

miércoles, 26 de octubre de 2011

MODERN RUIN


Una promesa rota. Esa fue la única razón que lo trajo a estas tierras de las que poco o nada se sabía por esos días; sin embargo, solo una persona pudo oír esas tres palabras que Humberto había alcanzado a pronunciar antes de caer tendido sobre la mesa como producto de la terrible borrachera de la que era presa hacía ya varios días. Nadie más lo escuchó, hubiera sido el fin de un mito que llevaba consumándose largos años, desde aquel día acalorado de fin de año en el que lo vieron atravesar la plaza central por primera vez. Muchas historias se habían tejido alrededor del hombre que llegó para quedarse y comenzar a construir su propia morada en medio de las montañas de las que cada vez más hombres huían en busca de la prosperidad y comodidad que ofrecían las grandes ciudades muy lejos de allí. Algunos decían que solo un fugitivo se internaría en la selva para huir del peso de la ley; otros, que se trataba de un millonario venido a menos que no tuvo otra opción más que esconderse en el último rincón del mundo por pura vergüenza; los más audaces, aseguraban que se trataba de un hombre con el corazón roto en busca de un lugar tranquilo para olvidar. Ésta última versión, llenaba de emoción y de curiosidad a las mujeres del pueblo, que veían en Humberto un misterio que solo podría ser develado por aquella mujer que lograra robarse el corazón del reservado hombre. Al cabo de unas semanas, un grupo de trabajadores ya comenzaba a erigir el que sería el palacio del único rey sin trono que hubieran conocido los humildes campesinos de la región y ante el cual comenzaban a mostrarse ya temerosos. Una noche, lo vieron surgir de entre la montaña muy bien vestido, con sombrero de ala ancha y un impecable traje color blanco que hacía contrastar su foulard de color vino tinto. Caminaba a paso lento pero firme, con la frente en alto y la espalda erguida. Ante las miradas silenciosas de aquellos que se quitaban de su camino tan solo para admirarlo con curiosidad desde el andén, el hombre se dirigió hasta la casa de Don Cosme, el anciano diputado retirado hacía años del que se sabía en su juventud había luchado junto al ejército libertador y que descendía de respetable familia. El anciano lo recibió con un efusivo abrazo y al cabo de un rato, ambos hombres yacían sentados en el gran salón cuyas paredes estaban forradas por infinidad de libros y souvenirs del Viejo Mundo. Don Cosme era reconocido por ser un hombre en extremo serio e incluso soberbio. Eran muy pocos los hombres con quienes se detenía a entablar una conversación que durara más de 5 minutos. Solo Don Joaquín, el abogado del pueblo, y Don Ignacio, el barbero, podían darse el lujo de sacarle algunas palabras, siempre que el tema fuera historia o religión, nada de filosofía, porque ese tema siempre lo acaloraba y terminaba discutiendo. Sin embargo, esa noche Don Cosme estaba dichoso como nunca nadie lo hubiera visto.

- Así que te has decidido al fin por venir a verme – dijo con la mirada fija en Humberto que sostenía tranquilo una copa de coñac francés.

- He encontrado el camino de vuelta, finalmente – dijo tras mojar sus labios en el exquisito licor. 

Permanecieron en silencio un momento, solo mirándose bajo el inquieto ruido de las manecillas del reloj de pared que marcaba las 8:43 de la noche.

- He venido por la misma razón por la que usted regresó hace ya tantos años, Don Cosme. Espero no ser inoportuno al romper con la tranquilidad de este pequeño pueblo y la suya propia – añadió y bebió otro sorbo de coñac. 

El anciano suspiró y se puso de pie acercándose a un cuadro que mostraba a una joven de ojos claros y profunda mirada que sostenía delicadamente un abanico sobre su vestido de seda de colores. Parecía una muñeca de porcelana, rubia, de tez blanca y suave. Sin embargo, había algo en su expresión que faltaba; un brillo en sus ojos, o tal vez un poco más de color y humanismo que le permitiera ser el recuerdo completo de una mujer que alguna vez vivió. 

- Nunca la volví a encontrar. Pasé tanto tiempo hundido en mis recuerdos y en mis culpas, que olvidé su rostro. Solo me quedó este cuadro de aquella época en la que ambos éramos tan solo unos jóvenes llenos de ganas de soñar – dijo el anciano con la voz grave y entrecortada. 

Humberto dejó su copa sobre la pequeña mesa central y se acercó a la biblioteca, indagando los cientos de títulos que reposaban organizados minuciosamente por temas.

- Cosas de niños. Si se hubieran cruzado de nuevo, seguro no la hubiera usted reconocido tampoco. Los sueños ya los he dejado en el pasado distante, ella me los arrebató y por mucho que intenté volverlos a encontrar, nunca pude siquiera sentir el candor que desprendían cuando los evocaba – dijo Humberto como si poco le importara el valor de estas palabras que acababa de pronunciar. Luego fijó su atención en un libro de cubierta amarilla y negra, lo sacó de la fila de libros y lo abrió en las primeras páginas leyendo un párrafo en silencio. Por un momento su mirada se perdió como si lograra atravesar el papel para indagar qué había más allá de éste. Permaneció así hasta que pudo volver y, como si se tratara de un texto sagrado, depositó de nuevo el libro con delicadeza junto a los demás en la biblioteca.

- Como ya debe saberlo, Don Cosme, he venido para quedarme. Estoy construyendo una casa en la montaña y muy pronto estaré en capacidad de cultivar sus tierras. He traído mis propias semillas para ponerle un toque personal a esta tierra por la que ya nadie se preocupa – dijo volviéndose a sentar y tomando la copa en sus manos. Don Cosme caminó despacio repasando cada palabra dicha por el hombre. Apretó los labios con preocupación y se sentó frente a Humberto.

- Nada germinará, ya lo verás. Llevo tantos años enterrando mis dedos en la tierra, depositando semillas de todos los colores, esperando el día en que florezcan y me devuelvan ese pedazo de vida que extravié y que solo ella podrá devolverme cuando haya nacido la primera flor – terminando de decir esto, Don Cosme sollozó y se alejó hacia su habitación con paso torpe y débil. Solo se oyó una puerta cerrarse y el reloj que marcaba las 9:00 de la noche.

El tiempo pasó, sin miramientos, sin arrepentimientos, sin la más mínima intención de detenerse para dar un poco de sí mientras el corazón disecado del hombre daba muestras de avivamiento. El jardín fue cuidadosamente sembrado mes tras mes, año tras año, Humberto esperó a que algún color sobresaliera sobre la negra tierra. Hubo sequías, lluvias torrenciales, pero ninguna flor se asomó sobre el suelo que cada vez se endurecía más, muy a pesar del agua. Decidió que ya era suficiente, era tiempo de retirarse a su casa y envejecer naturalmente sin esperar más cambios que los que estaba destinado a sufrir desde el momento en que abrió los ojos por primera vez y creyó poder tomar las riendas de su vida.

Cuando Don Cosme murió, la casa fue saqueada por los pobladores que en su afán por poseer, arrancaron las cortinas, libros y adornos dejando solo las migajas de los recuerdos de uno de los grandes hombres de nuestros tiempos. No se sabe si por el mismo afán, por descuido o por temor, el cuadro de la mujer sin brillo en su mirada permaneció donde estaba sin que nadie lo removiera de la pared en la que por tantos años había descansado. Por cosas del azar, o del destino, según se diría tiempo después, Humberto terminó colgando el mismo cuadro en su propia casa, junto a la biblioteca en la que había acumulado tal cantidad de libros con bellísimas imágenes de flores que ya le era imposible mirar hacia el exterior, hacia el jardín y la montaña que poco a poco fueron devorando los muros y techos hasta ocultarlos de toda vista. Hasta el día de hoy, hay quienes dicen que un inmenso jardín de flores blancas se extiende oculto en algún lugar de la montaña, vigilado por la mirada impávida de una bella mujer que sigue esperando una razón por la cual volver a hacer palpitar el corazón de su amado.

viernes, 1 de julio de 2011

El Último Ramón


Le había tomado 46 años llegar hasta acá. Había valido la pena, después de todo. El momento decisivo de su vida, la culminación de cada momento, cada sueño, cada meta alcanzada, de cada fracaso, había llegado al fin para quedarse con él y hacerlo sentir como el último héroe de una generación venida a menos, sobretodo a partir del nuevo siglo. El televisor permanecía encendido a un volumen moderado para cumplir, una vez más, esa extraña función de acompañante sin objeciones que tanto le gustaba a Santi. Mientras intentaba encontrar los ingredientes perfectos para un buen sánduche de atún (especie en vía de extinción) con lechuga (fertilizada y cultivada en laboratorios de la Zona 51 en E.U) y un poco de mayonesa (se ignora su procedencia hasta el momento), se hizo un nuevo anuncio en la pantalla: Marky Ramone, el último de los Ramones, iba a dar un concierto dentro de dos semanas antes de retirarse a su casa de campo en Vevey (Suiza) para morir en paz y harmonía. Era un honor para Santi, que el último de los Ramones tuviera la delicadeza de venir a este roto de ciudad a tocar ante el público más fiel y pusilánime, si bien el punk ya había muerto hacía muchos años. Se negaba a profundizar mucho en esa clara idea, así que simplemente la evadía con música a alto volumen que pronto disparaba su adrenalina aniquilando cualquier duda u objeción que pudiera surgir de su ya debilitado razonamiento. Durante días enteros cultivó la idea de cómo sería el concierto; qué estaría pensando Marky cuando decidió venir a dar su último concierto justamente acá?; y lo más importante, podría exhibir su camiseta favorita de Rancid sin herir susceptibilidades entre los demás asistentes? Era un gran misterio, todo lo había sido hasta ahora, pero a medida que se acercaba el día definitivo las cosas se fueron aclarando. En gran parte debido a una serie de sucesos que Santi pudo apreciar con extrema claridad y que asumió con una recatada imparcialidad. Un mensaje escrito con aerosol en un muro de la avenida por la que tanto disfrutaba caminar fue la revelación que durante tanto tiempo esperó. “El Fin Está Re-cerca”. Rotundo, contundente, sin que de la frase se desprendiera la más mínima posibilidad de algún error o malentendido. Al llegar a casa abrió su correo y encontró un mensaje: “Todos a las calles. No calles”. De qué se trataba? Una idea comenzó a surgir con la rapidez de una bala que luego choca contra un muro blindado. No podía ser! Sería acaso posible que el día en verdad hubiera llegado? Se preparó tanto tiempo para él y gastó tantas neuronas descifrando las teorías conspirativas erigidas para coartar la libertad del hombre, que justo ahora no sabía qué hacer. Por qué Marky ahora cobraba el valor de un mensajero divino que traería al fin la paz a este ruidoso lugar? El televisor interrumpió de nuevo: “Cientos de personas marchan a ésta hora hacia la plaza central para exigir el cambio de gobierno por la fuerza”. Al fin habían despertado de su letargo. Santi desempolvó su chaqueta de cuero con taches ennegrecidos y ganchos nodriza cuidadosamente dispuestos por todas partes. Sacó sus Dr. Martens de la vieja caja en la que las había empacado aquel lejano día en el que descubrió que el punk había nacido en Perú en los años 60, lo que generó en él un choque étnico y ético y la pregunta con la que decidió olvidarse de su par de botas: debería usar en adelante alpargatas incas? Se paró frente al espejo y recordó los años de abundancia capilar, cuando erguía su cresta a punta de gel perfumado (a manera de oscuro secreto, siempre quiso que se incluyera escarcha entre los ingredientes del mismo) y pasaba entre los oficinistas de traje y corbata simplemente para sentir el placer de no tener un trabajo tan desdichado como el de esos jóvenes, seguros de sí mismos y de su sus exitosos destinos. Ahora solo quedaban dos opciones: afeitarse la cabeza o usar bisoñé. Así fue como esa fría noche Santi decidió enfrentar su destino, tomando una única decisión que definiría lo que había sido él. Con su cráneo abrigado por un elegantísimo bisoñé de color anaranjado, frases comenzaron a formarse en su cabeza para ensamblarse e ir componiendo su epitafio. La gente marchaba a toda prisa hacia el centro, algunos llevaban pancartas, banderines, camisetas con frases alegóricas y claro, había quienes también aprovechaban para llevar a sus mascotas modificadas para caber exactamente en un bolso de mano. La decisión ya estaba tomada desde el momento en que nació y no había ninguna posibilidad de que las cosas fueran de otra manera. Si así llegara a serlo, sería poco consecuente con el discurso que prematuramente se instaló en su cabeza. Sin duda valía más la pena ir al último concierto de Marky Ramone que acabar con una dictadura por mano propia. Eso se lo dejaba a la multitud ignara, después de todo, para eso estaban ahí. Todos tenemos un papel en el planeta y en la historia del mundo animal y esa noche, después de 46 años, el destino al fin se declaró inocente de toda culpa. Cuando Santi llegó al lugar del concierto, lo que en un principio fue alegría por ser el primero en el lugar, pronto se desvaneció y se convirtió en el más claro de los epitafios alguna vez imaginados. Un cartel colgaba del micrófono sobre la tarima tenuemente iluminada por un halo de luz color rojo: “Out to the white riot. Next show at 11pm. Loves: Marky R”. Esa noche Santi lo ratificó de una vez por todas. El punk, había muerto.


martes, 24 de mayo de 2011

Beloved


Fue una mañana de Septiembre la que escogió para huir de lo que había hecho de sí mismo. Para entonces, ya había acumulado gran cantidad de ideas y justificaciones en su cabeza que lejos estaban de hacer su vida más placentera. El habitar en ese cuerpo se había convertido en un tormento y últimamente sentía incluso su peso, como si cargara un incómodo objeto ajeno del que no podía desprenderse con facilidad. Buscó algún viejo paquete de cigarrillos y con ansia encendió el último tabaco que fumaría en su vida. Esperaba que estando en el lugar al que iría no necesitara de ningún placer mundano para justificar su profunda necesidad de morir pronto. Las ganas de vivir habrían de ser suficientes para mantenerse en pie y poder disfrutar de los diminutos detalles que lo rodearían y harían lo suficientemente feliz. Mientras fumaba pensó en las muchas veces que lo invadió ese sentimiento de alegría por vivir. Estando junto a ella todo parecía más fácil, más soportable, no había cosas imposibles en ese momento que compartieron. Solo bastaba con estar para poder, al fin, ser.
Terminó de sacar la última ropa del clóset y la empacó en la bolsa de basura. Nunca creyó poder acumular tantas cosas en ese lugar que ocupó con la esperanza insulsa de encontrar la tranquilidad y la paz interior. Se había hastiado de preguntarse cómo hacía la demás gente para mantener la cordura en un lugar tan desorganizado y tan invivible como ese. Tal vez todos habrían de estar locos ya para poder seguir marchando hacia alguna parte. Tal vez para ese entonces todos habían ya olvidado lo que era la cordura. O peor aún, él era el último cuerdo en ese salvaje lugar.

Cerró la puerta con llave a pesar de no haber nada de valor en el interior y esto le pareció divertido. Era un autómata y esa denominación le hizo lanzar una corta carcajada que retumbó en el largo corredor llenándolo de un misterio que nunca había percibido hasta entonces. Lanzó las 17 bolsas de basura por el shut y así se desprendió de un gran peso material del que se había vuelto dependiente sin darse cuenta. Hasta esa mañana, su vida había estado sustentada por una infinidad de adornos que distraían su atención de lo primordial, acercándolo más a eso de lo que siempre quiso huir. Era cont
radictorio, como todo lo que decía tan solo para alardear y así, poder ubicarse en un cómodo lugar de su entorno.

Encendió su auto y rodó en busca de la vía que lo sacara de allí pronto. Mientras conducía recordó el momento en el que ella se despidió. Era algo que ambos sabían tenía que ocurrir en algún momento, más pronto que tarde. Mientras el momento de la separación se acercaba, su amor por ella creció tomando tanta fuerza que creyó sería suficiente para impedir que el destino cumpliera su cometido. Una vez más jugó a ser el héroe y lo perdió todo. Ahora que no tenía nada más que perder, se alejó de su leyenda para acercarse a una vida más real e inspiradora por sí misma.

El camino hacia el mar aparecía como la opción más acertada así que giró hacia la izquierda y tomó la autopista. Al cabo de un poco tiempo ya respiraba el aire del campo y sentía cómo su cuerpo se revitalizaba con cada kilómetro alcanzado. Era

el mismo viaje que tiempo atrás ambos habían soñado, así que no era del todo un viaje en solitario. El asiento del copiloto se mantenía desocupado y era inevitable no echarle una mirada de vez en cuando para revivir su imagen. La música ya no sonaba en la radio sino en sus recuerdos y se compactaba con ese instante de una extraña manera complementándolo todo.

El cansancio lo detuvo en un restaurante junto a la carretera. El ambiente árido rodeaba el lugar y le daba ese extraño aire de soledad y misticismo propio de algún spaguetti western. Una vez entró al lugar la idea se reforzó al convertirse en el centro de las miradas de esos campesinos sucios y desaliñados. Era un forastero que huía de sus pecados en busca de una nueva oportunidad y ni él mismo sabía si ese era el lugar indicado para encontrarla. Pidió un café cargado y un par de panecillos aún bajo la mirada del público que parecía esperar que un espectacular hecho los sacara de sus aburridas vidas. Sacó su revólver y disparó contra el anciano sentado a su lado con tan buena puntería que su cráneo se abrió como una cáscara de nuez antes de chocar contra el suelo. Luego apuntó contra la madre de una horrible niña pecosa quedando ésta salpicada de sangre oscura por todo su rostro. Los gritos lo despertaron y su café ya estaba servido. La mesera preguntó si deseaba algo más pero él negó. Aún estaba aturdido y trataba de recuperarse luego de ese abrupto paréntesis. Algo de satisfacción quedaba siempre en él luego de tener este tipo de alucinaciones que aparecían aleatoriamente sin él proponérselo.

El lugar parecía otro cuando salió y se dirigió de nuevo a su auto. El cielo se había nublado y la luz del Sol tenía un extraño color púrpura que le daba otro aspecto aún más inquietante al desierto. Encendió el motor y se acomodó en la silla bajo la mirada fija de la gente dentro del lugar. La niña pecosa movió con timidez su mano despidiéndose y dejó escapar una leve sonrisa. No se hizo más bella por eso, seguía siendo horrible, pero era como si una pequeña dosis de paz hubiera penetrado su alma para recordarle el sentido de su viaje. Arrancó dejando una nube de polvo que lo hizo perder de vista el lugar para siempre.

El Sol se ocultó y la noche comenzó acompañada por una fuerte tormenta. Pronto se hizo imposible seguir andando pues la visibilidad era casi nula y la única manera de mantenerse en el camino era gracias a los truenos que iluminaban a intervalos el lugar. Orilló el carro donde pudo y apagó el motor quedando completamente aislado del mundo por la densa lluvia. Bajó el espaldar de la silla y cerró los ojos para dejar pasar el tiempo con tranquilidad. Al cabo de un rato, como producto de imágenes e ideas sin sentido predecesoras del sueño profundo, en su memoria fue surgiendo una vieja melodía que pronto cobró forma invadiendo su cabeza mientras los recuerdos iban aflorando. Entonces ahí, en medio de ese lugar desconocido donde el tiempo había perdido su significado, tuvo una revelación que lo llenó de miedo al darse cuenta que lo único que lo mantenía atado al pasado era ella. Se despertó de un salto y el espaldar se reclinó con fuerza empujando su cara contra el volante. El golpe le rompió la nariz y lo hizo perder el sentido de orientación una vez más. La lluvia no cesaba y caía con más violencia sobre las latas del carro. Maldijo su suerte y estiró la manga de su saco para limpiarse la sangre y detener la hemorragia. Con la mirada al frente pensó lo miserable que debía verse ahí, en medio de la nada, escampando en un viejo carro y con la cara ensangrentada por un ridículo golpe. De pronto, la luz de los relámpagos iluminó por un momento la carretera y surgió una figura a lo lejos que desapareció de nuevo en la oscuridad. Se fijó con atención esperando que otro rayo develara el misterio. Con la manga del saco limpió el vidrio panorámico para ver con más claridad. Enfocó su mirada y entonces otro relámpago le mostró a una persona que se acercaba despacio. Llevaba una especie de capota que cubría su figura y no pudo distinguir qué tipo de persona podría ser. En todo caso, dadas las particulares circunstancias y basado en sus propias experiencias y fobias del pasado, desconfió y estuvo alerta dispuesto a salir corriendo del carro a la menor muestra de peligro. Tomó el bate bajo la silla y esperó pacientemente hasta que la figura estuvo lo suficientemente cerca, entonces encendió las luces altas del carro. La figura se detuvo y cubrió sus ojos con fastidio. Gritó preguntando qué quería al misterioso ser que volvió a avanzar contra el viento y la lluvia. Una vez estuvo lo suficientemente cerca, éste se detuvo y se quitó la capota; se trataba de una mujer que fijó su mirada en el interior del carro, a pesar de no poder ver con claridad lo que había en él. Con algo de desconfianza fue soltando el bate y apagó las luces. Subió los seguros de las puertas e hizo una señal invitando a la mujer a subirse. Ella accedió y pronto estuvo a su lado. Le agradeció y se presentó como "una caminante perdida". Él, sostuvo la mirada sobre ella hasta que fue evidente que intentaba develar algún misterio que no sería posible resolver en tales circunstancias. Era claro que le tomaría algún tiempo llegar al fondo del problema y quién sabe si alcanzara el tiempo para resolverlo. Quién sabe si valiera, incluso, la pena hacerlo.

La lluvia fue cesando y el cielo poco a poco se fue despejando dejando ver las primeras estrellas. La primera en descubrirse fue esa a la que hacía ya tiempo él mismo hubiera bautizado con el mismo nombre de su único amor. Encendió el auto y retomó el camino hacia el Este al son de un viejo CD con varias canciones minuciosamente escogidas. Durante un buen rato ella no habló, solo miraba al cielo con su cabeza recostada contra el marco de la puerta y de vez en cuando murmullaba alguna parte de una canción para luego suspirar y volver a retomar su profundo silencio.

Era ya tarde y la medianoche se acercaba. Los ojos le pesaban y le costaba mantenerse despierto. Le preguntó si quería descansar en algún hotel del camino a lo que ella respondió con una negativa. Su propuesta fue aún más audaz. Propuso conducir mientras él descansaba a su lado. Al cabo de un rato, él yacía dormido en el asiento del copiloto y ella conducía tragándose la carretera con gran tranquilidad. Una idea lo atacó antes de entrar en estado de inconsciencia, "solo es un sueño, mañana ya se habrá marchado". Y así, se hundió en sus sueños.

Lentamente la imagen fue componiéndose y tomando forma real. Un viejo poste del que colgaba un teléfono descompuesto de SOS se impuso ante él y lo trajo de vuelta a la realidad. El Sol ya despuntaba envuelto en un silencio mortuorio. Miró a su lado para buscar algo que aún no recordaba qué podría ser. El asiento del chofer estaba vacío. El freno de mano estaba puesto y las llaves permanecían colgadas del switcher. No tenía muy claro por qué el color del llavero había cambiado. Hasta donde supo, siempre había sido anaranjado y ahora era azul celeste. Abrió la puerta y se bajó para desperezarse y tomar la primera bocanada de aire en el día. Estuvo unos minutos ahí, en silencio, viendo cómo el suave viento desprendía la arena de la superficie haciéndola formar círculos sobre el árido paisaje. Miró a su alrededor buscando indicios de vida en alguna parte, tal vez un techo de lata o una cerca que delimitara algún terreno. Nada. Estaba él solo. Caminó en círculos un rato frente al carro esperando que el pasar del tiempo trajera alguna sorpresa que lo sacara de ese letargo. Finalmente se decidió y de una vez por todas fue hacia la parte trasera del auto. Se paró frente a la puerta del baúl y lo detalló. Estaba la marca del carro completamente hecha en aluminio y adornada con delicados caracteres que le daban una burda elegancia. Miró hacia todas partes antes de decidirse a abrir la puerta. Una vez ubicado espacialmente dio un jalonazo a la manija y la puerta se abrió como un resorte. Lo que vio fue impactante, claro, sin embargo lo era mucho más el saber que la idea ya había pasado por su cabeza como una estela que duró proyectada en su inconsciente desde el momento en que ambos decidieron unirse para compartirlo todo. El viaje había terminado sin ningún océano cristalino ni cielo púrpura como redención. Ahí, bajo el Sol del desierto, ahora sin ninguna culpa, ni siquiera una razón, esculpió en el último trozo de su memoria el que fuera su epitafio, en soledad.



lunes, 2 de mayo de 2011

HURT

El sabor había desaparecido al tiempo que el color comenzaba a desvanecerse por entre las persianas entreabiertas. Las luces del edificio contiguo se colaban por la ventana y hacían brillar de manera particular sus ojos, dándoles un leve brillo que nunca antes habían tenido. La sola idea de seguir tiñendo su vida de los mismos tonos le era tan absurda, como lo era ya para ese entonces, el hecho de haber confiado en esa gran ilusión en la que tanto tiempo y energía vital había dedicado. El reflejo en su plexo solar siempre le había advertido sobre el riesgo de sobrepasarse con el denominado “autocontrol”, después de todo, tanta confianza no podía aflorar de sus delicadas ideas por muy en lo profundo que ellas se encontraran. Levantó su mano derecha y la miró en contraluz alcanzando a detallar una que otra arteria importante de su organismo. La sangre seguía fluyendo sin descanso desde hacía ya 29 años; no importaban sus ideas, pensamientos, ideales, ni ninguna de esas mentiras sobre las que había edificado lo que alguna vez llamó con orgullo “yo”. Ya estaba cansado, si había aprendido algunas cosas, ya le eran suficientes como para no querer ver más de lo mismo. Una nueva oportunidad apareció de manera intempestiva en el único momento en el que no quería hacer absolutamente nada. Tal vez alguna fuerza superior la había enviando para que se cruzara en su camino y lo distrajera un rato de su profunda tristeza, esa misma de la que nunca pudo escapar y que tuvo que aprender a acallar solo para que los demás se sintieran a gusto con él. Estando ahí, desnudo sobre su cama, tuvo la única revelación que devolvió el color al lugar. Al tiempo que su corazón se iba deteniendo, supo que el viaje debía emprenderlo solo, evitándole tanta angustia a ella, que solo quería darle lo mejor de su ser. Él no era capaz de recibir tanto amor, no tenía dónde guardarlo, ni siquiera sabía cómo conservarlo. Cerró su puño y dejó que toda su sangre escapara por la herida abierta a lo largo de su antebrazo. La habitación pronto se tornó azul celeste y la luz del exterior comenzó a oscurecerse llenándose de tonos púrpura y rojo. Recordó la primera vez que la vio a los ojos y se sintió tranquilo pues, después de todo, pudo saborear un pedazo de amor puro antes de llevarse todos sus recuerdos al único lugar donde no la dañarían. La amó y luego se marchó.