jueves, 18 de octubre de 2007

Te Faltan Chispitas de Colores en tu Vida

“Te faltan chispitas de colores en tu vida”. Eso fue lo último que Santiago oyó de ella. Nunca creyó ser el tipo de persona capaz moralmente de involucrarse con una mujer que dijera algo así. Sin embargo, junto a ella vivió muchos de los momentos más felices. Y era extraño en sí, todo lo que había pasado en su vida mientras estuvo con ella. Muchas cosas cambiaron, inclusive su manera de vestir y, más profundamente, su manera de ver y sentir las cosas. Compartió espacios, su espacio vital tan celosamente protegido por su egocentrismo, se lo cedió sin esperar realmente mucho a cambio. Con un beso, un gesto, una buena canción, un suculento plato de pasta, cualquier cosa parecía tener extremo valor si ella estaba presente. Podría todo terminar allí mismo? En la misma habitación que en muchas ocasiones habían decidido compartir? Por medio del mismo teléfono que calentó durante horas mientras hablaban de nada? Así estaban las cosas. Con tan escabrosas palabras todo había llegado a su inesperado final. Un fuerte sentimiento de culpa se empezó a apoderar de todo su pecho mientras caminaba hacia el baño. Inconcientemente, la idea de una ducha fría parecía ser la solución inmediata al sinsabor que estaba experimentando. Afuera el día comenzaba su final acompañado de una leve llovizna. La música del bar más cercano comenzaba a oírse con fuerza retumbando los tambores y los platillos de la percusión. El agua parecía más pesada y por un momento se sintió como mercurio sobre el cuerpo. Todas esas sensaciones, sentimientos, olores, parecían no tener el acostumbrado orden con el que se presentaban antes de colgar el teléfono. “Maldito aparato”, pensó. Siempre lo había odiado por ser tan impersonal y sentía una profunda molestia cuando tenía que usarlo para algo. No era capaz de mantener una conversación por más de 2 minutos y siempre debía excusarse para no cortar tan abruptamente. Ahí estaba ella de nuevo, recorriendo toda la cinta que habían dejado atrás y que en algún momento pensaron continuar para siempre. La presencia de las cosas más insignificantes, como el jabón que habían compartido tantas veces, se hacía insoportable en ese momento. Santiago decidió salir a rodar por ahí, a buscar lo que había perdido a pesar de que la manera como lo recuperaría aún era incierta. Solo llevaba consigo un sentimiento indescifrable, extraño e irreconocible, que en un principio pensó era la amargura mezclada con la aventura por lo desconocido. Tomó el camino habitual para llegar a la gran avenida donde bares, antros y gente de todo tipo confluían para escaparse un rato de lo que los hacía ser humanos. El aire estaba fresco y la gente parecía estarla pasando muy bien entre las húmedas calles. El brillo de las luces adornaba extrañamente todo el ambiente, coloreándolo y llenándolo de matices que absorbían las risas y palabras de toda esa gente. Entonces lo supo: Allí, justamente frente a él, rodeándolo y aplastándolo entre el pavimento y las nubes cargadas de agua estaban las putas chispitas de colores.