lunes, 12 de agosto de 2019

Cry, cry, cry


Pidan sus deseos que hoy el cielo está abierto, tan abierto que si no se echó bloqueador por la mañana ya puede ser muy tarde para evitar ese quemado boyaco que solo se ve acá y en los cachetes de los finlandeses. Poca gente es tan rozagante y feliz como un colombiano promedio –porque conozco varios que no están en ese promedio- y es que así parece que se siente un poquito menos el baldado de mierda con el que nos reciben todos los días esos a lo que ni los cachetes se les queman. No confío en alguien que no se quema en esta ciudad, así sea un poquito, al menos el verraco tabique. Si no se quema es que no camina, es que no espera el SITP 91 por una hora en el paradero, es que no tiene “vueltas de banco” por hacer, es que no le gusta caminar para oír música conectado a sus audífonos y armarse su propia banda sonora, es porque prefiere no sentir la vida desde adentro mientras se tuesta desde afuera.

Hoy, mientras caminaba por la 53 y oía “Cry, cry, cry” de Johnny Cash,  pedí un deseo de esos que cuando se sueltan al aire uno siente que se llevan un pedazo de riñón pegado. Dejé que se fuera y comenzara su viaje, le tomé una foto y la subí a mi cuenta de Instagram para chicanear que yo también pido deseos y que siento el tirón renal cuando deseo mucho algo. El cielo estaba tan abierto que apenas tomé la foto la luz que rebotaba en el suelo se devolvió y las nubes se reacomodaron para comenzar a irse llevando al Sol envuelto detrás del horizonte como a una canasta dorada viajando río abajo hasta perderse.

Llegué a mi casa y saludé a Mara y a Napoleón, les di de esa comida con olor a atún que –supongo- también sabe a atún porque se enloquecen solo con ver el paquete. Me eché en la silla del escritorio y comencé a pensar en algo para escribir; algo con música de fondo, siempre con música y algo de oscuridad. Un último rayo de luz desapareció al fondo de la ventana y entonces lo supe: Primero, no habría oscuridad en el cuento, y segundo, alguien ya recogió la canasta con lo que venía dentro y cuando esto comenzaba a parecerse a un viejo cuento bíblico en el país de los gatos y Cleopatra sonó un mensaje entrando al Whatsapp: “Su deseo ha sido recibido. En los próximos días le notificaremos para darle más información”. Napoleón se tiró al sofá lamiéndose toda la cara, Mara raspó la pega de sus platos y yo lo único que pude hacer fue poner a hacer café y cargar el celular para no perderme la entrega final de ese mensaje cualquiera fuera la hora de su llegada.