domingo, 14 de febrero de 2010

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Fue completamente normal lo que siguió después de volver al profundo vacío. Los días pasaban rápido ante él sin que tuviera tiempo para reaccionar ni descifrar su contenido. Una gama de colores nuevos se materializaba frente a sus ojos escondiendo tras de sí uno que otro recuerdo y olor de aquella época traslúcida. Perdido en lo que ahora se convertía en su eterno presente, las ideas venían a su cabeza para apaciguar el miedo que ya se había convertido en su irresistible compañero. La calma había terminado y ya se abría paso el caos que necesitaba para volver a reorganizar ideas y sueños confundidos en el pasado distante.
Encendió su auto y tomó la ruta que lo llevaría fuera de la ciudad cuanto antes dejando atrás luces, gente y distracciones innecesarias. El camino hacia ninguna parte se abrió ante él envuelto por la oscuridad y el silencio absoluto que solo era perturbado por el sonido del motor. Fumó su cigarrillo preferido y se asomó por la ventana para disfrutar del cielo. Por un momento alcanzó a sentir que volaba atravesando el espacio exterior y sintió cómo una extraña calma lo invadía ofreciéndole sin condiciones esa seguridad que le había sido tan esquiva durante toda su vida. Sonrió y se acomodó en la silla tomando el control del vehículo. Aceleró y entonces los árboles a su alrededor parecieron esparcirse hasta transformarse en un velo protector que se confundía con el cielo. Nunca giró, siempre siguió en línea recta hasta llegar al acantilado. Al romper la barda de seguridad supo que lo había logrado. Mientras caía, por fin tuvo la certeza de que era real y que estaba llenando un espacio en el vacío al que ahora volvía inmortalizado y libre de todo miedo.