miércoles, 14 de junio de 2023

“Qué hiciste hoy? - Mala jeta”.

Hay gente en el mundo a la que le gusta quejarse por todo todo el tiempo y anda haciendo mala jeta hasta dormida. En mi caso, la mala jeta y la quejadera solo aplica en 3 casos precisos a los que he bautizado “las 3 maldiciones”; espero algún día poder entender por qué y en qué momento se cernieron sobre mí y si voy a tener que vivir con ellas por el resto de mi vida.

 

  1. La Maldición del Cajero / o de La Cajera: Consiste básicamente en haber logrado coronar, después de un larguísimo tiempo, el primer puesto en la fila de un supermercado y estar a un simple llamado para pasar a pagar a la caja; también puede pasar en la fila de un banco, de una atracción turística, de un restaurante, a la entrada a un museo, galería o concierto; en fin, el espectro es infinito y no deja de ampliarse como la teoría del Big Bang. Pero entonces justo cuando por fin me deberían atender, algo pasa; porque SIEMPRE “algo” pasa: o el cajero se atora con un caramelo Noel o un dulce en forma de mora y debe irse al baño para no morir asfixiado en su puesto de trabajo; o se acaba el rollo de papel de la caja registradora y el cajero debe pedir otro rollo nuevo siguiendo el estricto procedimiento para el que fue entrenado tiempo atrás y que no es más que una infinita y desgastada cadena burocrática que al final siempre termina por traer a una mujer bajita y por lo general muy poco agraciada a la que todos llaman “jefe”, cargando un llavero lleno de llaves tipo carcelero con el que abre la caja para introducir en ella un rollo de papel y así poder seguir llevando el registro de todas las compras de los clientes y que generalmente en mi caso no son más que un paquete de chicharrones de limón y una chocolatina Jumbo Jet a estas alturas ya derretida entre mis manos. 
  2. La Maldición del Gigante Gordo Cabezón (nunca una Gigante Gorda Cabezona): Muy a pesar de mi 1.68 de estatura, no me quejo de mi condición más que cuando debo bajar algún pocillo puesto muy alto en algún compartimento inalcanzable de alguna cocina diseñada por carpinteros suecos de 1.80 para arriba. De resto, confieso que no he tenido mayores contratiempos con mi diminuta estatura, aparte de uno que otro desplante del sexo femenino durante mi pubertad… y mi preadolescencia… y mi adolescencia… y mi postadolescencia… Pero cero drama, cero trauma, porque durante más de 10 años consecutivos nadie pudo nunca sacarme del top 5 de los que encabezaban la fila del salón en el colegio y eso no es poca cosa. Sin embargo, y MUY sin embargo, en cada puto concierto al que voy y ya cuando he logrado encontrar el punto perfecto de equilibrio entre visión, audio y sudor, siempre, léase bien, SIEMPRE llega tongoneándose un maldito gordo, calvo y cabezón que termina por pararse exactamente delante mío para aplastar con sus carnes sudorosas y aniquilar el perfecto equilibrio que por fin pensé haber alcanzado. Muy pronto la frustración se convierte en un odio visceral que termina por llenarme de todo tipo de neurosis y de una que otra idea macabra en la que Jeffrey Dahmer parece apenas un aprendiz.
  3. La maldición del semáforo en rojo: No importa el barrio, la localidad, la hora del día, la ciudad ni el país, siempre -SIEMPRE- que voy a cruzar una calle y el semáforo peatonal está en verde dándome el paso, aún si acaba de cambiar a este color, apenas me acerco y estoy a punto de dar un paso para cruzar, en cuestión de microsegundos vuelve a cambiar de verde a rojo y ya no puedo pasar la calle nunca más porque en verdad nunca más vuelve a cambiar a verde. Es entonces cuando el verde deja de existir para siempre que tengo que renunciar a la idea que antes me llevaba a cruzar la calle para terminar olvidándome del plan inicial y del deseo que tenía antes de que se cerniera sobre mí esta tercera maldición que siempre me termina  devolviendo a mi casa para resguardarme de todo el mal que me rodea cada vez que salgo de mi zona de confort. Por eso, prefiero rara vez salir de ella.