jueves, 24 de abril de 2008

DARÍO A DIARIO

Darío odiaba los días cuando se convertían en eso. Secuencias eternas de más y más de lo mismo. A veces había algo diferente que se dejaba percibir por instantes muy cortos. Eso mismo que sentía y lograba perpetuar cuando veía u oía algo que le gustaba mucho. Lo que le gustaba, en particular, era que cada vez se trataba de algo completamente nuevo que llegaba intacto a su cabeza, sin filtros de ningún tipo. Cuando lo contrario ocurre, el prejuicio degenera eso que simplemente ES y estanca por completo la tan perramente renombrada “fluidez”. Ideas por el estilo de ésta se pasaban por la cabeza de Darío mientras tenía que mantener la postura-correcta. La verdad es que por más que lo intentaba, cada vez era más complicado dejar de ver todo desde afuera. Claramente había ido trazando durante mucho tiempo una circunferencia a su alrededor para poder respirar y moverse con tranquilidad y confianza. Contabilizó, un día, la cantidad de personas que entraban al baño; de esa cantidad extrajo a aquellos que realmente iban a desprenderse de algo. Esa es la inmensa alegría que nos produce salir del baño: que siempre dejamos algo incómodo atrás para nunca más volverlo a ver. Como si pudiera despojarse la vida del tiempo y desechar esos momentos dolorosos que nunca desaparecen y han servido para forjar (y forzar) una personalidad que automáticamente toma una posición ante todo alrededor. Ese mismo todo que lo tritura todo y produce una larga agonía mantenida sobre la base que cruelmente cita “todo va a estar mejor”. Acá o allá, siempre sintiendo punzadas que van disminuyendo confabuladas con el tiempo. Al final, luego de una tensa calma llega la estocada final que nos dará la felicidad eterna. Pero entonces –se preguntaba Darío ahí sentado en ese lugar poco original y creíble- a dónde irían a parar todos esos fragmentos de dicha que había ido acumulando desde que lo recuerda? La respuesta la tuvo que vivir de inmediato en carne propia y solo de ésta manera logró romper el tiempo para nunca más tener que unirlo ni seguirlo.

Ahí sentado, viendo la imagen de su monitor y moviendo sobre el teclado los dedos de sus manos con nerviosismo, alcanzó a ver un reflejo que se le acercaba por la espalda. Su nuca y parte del cuello se enfriaron de inmediato haciéndolo entrar en un momento que sirvió para empezar a resquebrajar todo a su alrededor. Inmediatamente sintió el mismo aroma que parecía estar presente cada vez que las partículas de dicha eran absorbidas por sus sentidos potencializados. El piso comenzó a temblar y los ladrillos de las paredes se fueron desencajando como un Tetris 3-D, pasándole por enfrente, por detrás, por arriba y por ahí también. El olor perduró tanto en su cabeza que al fin logró unir las partículas y sentirlas todas al mismo tiempo en ese eterno instante unificador. El aire comenzó a dejarle de faltar y pudo respirar sin tener que inhalar; todo estaba ahí en ese no-lugar-no-tiempo. Las demás formas a su alrededor se habían esparcido hasta el punto de dejar de estar en el nuevo lugar que Darío había descubierto. Estaba completamente balanceado, con la mitad de un lado del que no necesitaba ver y por el otro la eternidad.

Tuvo mucha suerte cuando Ella puso su mano sobre su hombro. Logró halarlo del drástico final que le esperaba si hubiera chocado. El hombre giró la cabeza sorprendido y entonces la vio. Ella le apuntaba con un pequeño revolver color plata de una sola bala.

-Usted me debe más que esto- le dijo Ella dejando entrever una hermosa y nada maliciosa sonrisa

El disparo retumbó en el lugar volviendo a hacer percibir por un corto instante lo que ya se había dejado atrás hacía poco. Tuvo suerte Darío de estar muerto antes que la bala entrara a su cabeza para recrearlo todo de nuevo.