viernes, 1 de julio de 2011

El Último Ramón


Le había tomado 46 años llegar hasta acá. Había valido la pena, después de todo. El momento decisivo de su vida, la culminación de cada momento, cada sueño, cada meta alcanzada, de cada fracaso, había llegado al fin para quedarse con él y hacerlo sentir como el último héroe de una generación venida a menos, sobretodo a partir del nuevo siglo. El televisor permanecía encendido a un volumen moderado para cumplir, una vez más, esa extraña función de acompañante sin objeciones que tanto le gustaba a Santi. Mientras intentaba encontrar los ingredientes perfectos para un buen sánduche de atún (especie en vía de extinción) con lechuga (fertilizada y cultivada en laboratorios de la Zona 51 en E.U) y un poco de mayonesa (se ignora su procedencia hasta el momento), se hizo un nuevo anuncio en la pantalla: Marky Ramone, el último de los Ramones, iba a dar un concierto dentro de dos semanas antes de retirarse a su casa de campo en Vevey (Suiza) para morir en paz y harmonía. Era un honor para Santi, que el último de los Ramones tuviera la delicadeza de venir a este roto de ciudad a tocar ante el público más fiel y pusilánime, si bien el punk ya había muerto hacía muchos años. Se negaba a profundizar mucho en esa clara idea, así que simplemente la evadía con música a alto volumen que pronto disparaba su adrenalina aniquilando cualquier duda u objeción que pudiera surgir de su ya debilitado razonamiento. Durante días enteros cultivó la idea de cómo sería el concierto; qué estaría pensando Marky cuando decidió venir a dar su último concierto justamente acá?; y lo más importante, podría exhibir su camiseta favorita de Rancid sin herir susceptibilidades entre los demás asistentes? Era un gran misterio, todo lo había sido hasta ahora, pero a medida que se acercaba el día definitivo las cosas se fueron aclarando. En gran parte debido a una serie de sucesos que Santi pudo apreciar con extrema claridad y que asumió con una recatada imparcialidad. Un mensaje escrito con aerosol en un muro de la avenida por la que tanto disfrutaba caminar fue la revelación que durante tanto tiempo esperó. “El Fin Está Re-cerca”. Rotundo, contundente, sin que de la frase se desprendiera la más mínima posibilidad de algún error o malentendido. Al llegar a casa abrió su correo y encontró un mensaje: “Todos a las calles. No calles”. De qué se trataba? Una idea comenzó a surgir con la rapidez de una bala que luego choca contra un muro blindado. No podía ser! Sería acaso posible que el día en verdad hubiera llegado? Se preparó tanto tiempo para él y gastó tantas neuronas descifrando las teorías conspirativas erigidas para coartar la libertad del hombre, que justo ahora no sabía qué hacer. Por qué Marky ahora cobraba el valor de un mensajero divino que traería al fin la paz a este ruidoso lugar? El televisor interrumpió de nuevo: “Cientos de personas marchan a ésta hora hacia la plaza central para exigir el cambio de gobierno por la fuerza”. Al fin habían despertado de su letargo. Santi desempolvó su chaqueta de cuero con taches ennegrecidos y ganchos nodriza cuidadosamente dispuestos por todas partes. Sacó sus Dr. Martens de la vieja caja en la que las había empacado aquel lejano día en el que descubrió que el punk había nacido en Perú en los años 60, lo que generó en él un choque étnico y ético y la pregunta con la que decidió olvidarse de su par de botas: debería usar en adelante alpargatas incas? Se paró frente al espejo y recordó los años de abundancia capilar, cuando erguía su cresta a punta de gel perfumado (a manera de oscuro secreto, siempre quiso que se incluyera escarcha entre los ingredientes del mismo) y pasaba entre los oficinistas de traje y corbata simplemente para sentir el placer de no tener un trabajo tan desdichado como el de esos jóvenes, seguros de sí mismos y de su sus exitosos destinos. Ahora solo quedaban dos opciones: afeitarse la cabeza o usar bisoñé. Así fue como esa fría noche Santi decidió enfrentar su destino, tomando una única decisión que definiría lo que había sido él. Con su cráneo abrigado por un elegantísimo bisoñé de color anaranjado, frases comenzaron a formarse en su cabeza para ensamblarse e ir componiendo su epitafio. La gente marchaba a toda prisa hacia el centro, algunos llevaban pancartas, banderines, camisetas con frases alegóricas y claro, había quienes también aprovechaban para llevar a sus mascotas modificadas para caber exactamente en un bolso de mano. La decisión ya estaba tomada desde el momento en que nació y no había ninguna posibilidad de que las cosas fueran de otra manera. Si así llegara a serlo, sería poco consecuente con el discurso que prematuramente se instaló en su cabeza. Sin duda valía más la pena ir al último concierto de Marky Ramone que acabar con una dictadura por mano propia. Eso se lo dejaba a la multitud ignara, después de todo, para eso estaban ahí. Todos tenemos un papel en el planeta y en la historia del mundo animal y esa noche, después de 46 años, el destino al fin se declaró inocente de toda culpa. Cuando Santi llegó al lugar del concierto, lo que en un principio fue alegría por ser el primero en el lugar, pronto se desvaneció y se convirtió en el más claro de los epitafios alguna vez imaginados. Un cartel colgaba del micrófono sobre la tarima tenuemente iluminada por un halo de luz color rojo: “Out to the white riot. Next show at 11pm. Loves: Marky R”. Esa noche Santi lo ratificó de una vez por todas. El punk, había muerto.