martes, 11 de diciembre de 2007

Hunted by a Freak

-Un episodio culo. En eso se resumía ese momento corto, surgido de alguien definitivamente muy corto de ideas. Embriagado por el éxtasis del momento y sintiéndose el centro de atención de la noche, él había escupido lo primero que se le vino a la cabeza sobre ese desdichado sujeto. Por supuesto, se trataba de una broma que trascendió y rebotó dentro de la cabeza de su víctima llevándolo a cometer lo que nadie hubiera imaginado.

*Era el momento. Tanto tiempo esperándolo y soñando con él, que al principio N sintió pánico de lo que sería a partir de ahora. Se fijó en su desfigurada cara y mientras el otro inventaba idioteces para mantener toda la atención encima suyo, nunca pudo dejar de verlo como a un mandril; saltando, hablando y repitiendo lo mismo que en el pasado se vio una y otra vez en varias reuniones de todo tipo. Le faltaba el culo rojo y ahí quedaba. Uno de los animales más chistosos que se la pasan por ahí con cara de mal genio y parecieran tener dolor de estómago todo el tiempo; pero que también saltan y hacen movimientos extrañamente familiares a los que hacemos los humanos. Era simple la cuestión: N y el idiota eran parientes, de alguna manera lo sentía como si fuera parte de él. Esa parte que definitivamente no quería interpretar nunca en una historia porque al terminar, el protagonista era un completo perdedor. En ese punto, ya alguien estaba observando a N muy atentamente desde lo lejos de la sala. Se trataba de un mandril. Sentado, con los codos apoyados en las piernas y las manos sosteniendo el peso de su cabeza. La mirada fija era lo más intenso en el animal. N lo vio directo a los ojos y lo confrontó en 2 oportunidades con intervalos minuciosamente calculados. La tercera vez se decidió y pensó en no quitarle la mirada, así durara el tiempo que tuviera que durar, al ahora amenazante animal que se mantenía sin moverse. Parecía ni parpadear. N pasó de querer pararse de un salto y caerle a golpes, patadas y zarpazos al tipo que parecía un mandril, a estar en medio de una confrontación por la claridad mental de su propia especie contra un mandril 100% natural.

-El hombre seguía siendo el tipo chistosón que me cae mal y que no tiene el derecho a dejar de serlo, jamás. Todos lo miraban riendo y esperando el siguiente cuento lleno de contenidos burlones y denigrantes sobre los demás. Sin embargo había un tipo allí sentado que parecía no estar fijándose en nada relacionado con ese imbécil. Durante toda la reunión siempre mantuvo la mirada al fondo del lugar y a veces en el suelo. Pero ya había existido un breve contacto visual amenazador y lleno de veneno entre él y yo. Finalmente entramos en una especie de duelo por ver quién terminaba con la mirada en el suelo de nuevo. Primero me fijé en su cara. Sus facciones eran demasiado achatadas. Parecía un muñeco de lego pero con el cuerpo mucho más delgado. Llevaba algo atado al cuello, una especie de adorno con algún grabado tedioso. El pelo en su cara me recordó a un animal, cualquiera que se cruce primero por nuestra mente, todos son iguales.

*N sintió ganas de insultarlo y gritarle alguna ofensa en la cara pero se contuvo. Pasó un rato sin entender lo que pasaba y entonces sintió miedo profundo de un momento a otro. Ver las cosas tal y como eran, dentro del único contexto que podía existir, le aterraba. El mandril todavía con los ojos clavados en él ahora empezaba a entrecerrarlos muy lentamente. Se estaría quedando dormido, o qué clase de plan estaría fraguando? Nada de eso, resultó tratarse del momento previo a un feroz ataque que duró muy poco pero partió el momento en dos, quedando el episodio enterrado en la memoria de quienes lo presenciaron. El olor a sangre fría empezó a esparcirse por la sala y N lo sintió filtrarse por su cuerpo. Hizo alguna mezcla de movimientos desesperados pero el mandril seguía sobre él, rasgando su cara y tajándole la piel en largos y suculentos trozos de carne roja y fresca.

-Me resultó despreciable su cara. Su expresión lo mostraba finalmente como alguien muy cobarde como para mantener la mirada en mí. Por lo que sea, me siento más fuerte pero el desgaste de energía ha sido muy alto. Ahora siento sueño. Solo quiero caer tendido en una cama y dejar descansar mi cuerpo. Quiero sentirme protegido y solo será posible si duermo. He caído! No puede ser que haya perdido. Ahí sigue mirándome a los ojos con cara de haberse cagado en los pantalones, no puedo soportarlo. Debe morir y no dejar rastro físico. Salto sobre él y con mis uñas empiezo a arrancarle la piel de la cara. Tiene que cambiar su maldita expresión, pero no puede, ahí sigue gritando aterrado tratando de proteger su cara para mantenerla intacta. Ya es muy tarde, he logrado abrirle la boca completamente al desgarrar sus cachetes. Trato de alcanzar su lengua para halársela hasta traerla acá pero entonces su cuerpo cae pesado contra el piso. Sus huesos se han soltado y toda la tensión se escurre. Ha sido muy corto todo! Quisiera que durara más. Lo pateo en el suelo tratando siempre de alcanzar su estómago y genitales, pero el tipo no reacciona. -“Ha muerto y todo ha acabado aquí” - pienso.

*En el suelo sobre un charco, siente su espalda mojada y la cara muy fría. Mira sin ninguna razón a algún lugar que no reconoce. El pito en sus oídos se expande tomándose toda su cabeza y convirtiéndola en una fría jaqueca. –“Acaso, todo habrá terminado aquí?”- piensa N.



“Hunted by a Freak” - Mogwabi

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Ring-Ring

“Lo amé en silencio”. Ella lo repetía mientras lo veía esforzándose por bailar a lo lejos. Después de todo, estaba con una buena mujer. Hace más de una década que él no sabía nada de ella así que ahí estaban; congelados entre la multitud, sonriendo y escondiendo sus palabras tras el fuerte sonido de la música. Desde allí, todo parecía una simple escena preparada minuciosamente y ensayada con anterioridad. Sin embargo, lo que él experimentaba en ese preciso momento era la unión de todos sus actos y experiencias, por fin dando un buen resultado. Sin traumas, complejos, presunciones ni egocentrismo, todo estaba simplemente fluyendo hacia algún lugar. Muy lejos, ellos tres lo sentían, había quedado la primera impresión. El momento de juzgar y de clasificar los eventos y juicios quedaba finalmente atrás. Solo existió ese momento. Perpetuado por una fuerte percusión que dio inicio al siguiente acto.

El olor a licor y a aliento humano rebosaba el ambiente. Todos parecían estar yendo hacia el mismo lugar, tragando al mismo tiempo saliva y esforzando sus lenguas para lograr pronunciar ideas inconsecuentes. Sin embargo, el leve aroma a la diferencia, a lo desconocido, al futuro, flotaba por ahí, justo debajo de una luz, la única, de color azul. Allí seguían ellos dos. Juntos y ahora unidos pisando el mismo suelo, empujando la pelota para que tomara más impulso y nunca tuviera que detenerse. Un roce de labios selló su destino.

Ahí estaba él; no por primera ni por última vez, frente al espejo del baño se esparcían las palabras escritas en tinta negra sobre su cuerpo. Una tras otra, en orden claramente aleatorio, todas parecieron existir por alguna razón. Todo apuntaba a algo, permanentemente inconcluso, pero al final la felicidad se asomaba modestamente. Algunas letras no parecían estar unidas a nada en común. No tenían ningún sentido si se las miraba desde lejos. “Cóccix”, “gambeta”, “lana”, “rayas”, “eye”, una razón poderosa las dejaba completamente fuera de contexto y la historia tomaba ya otro rumbo. Ahora él pensaba cuál sería el final de la historia. Tal vez no existiera dicho evento, ni siquiera ella. Pero esa presión nerviosa en el pecho lo guiaba hacia un final feliz.

Experimentada tal sensación de compatibilidad con ese momento, él se retira del espejo. Decide que ha visto todo lo que quiere ver y cierra finalmente este incómodo capítulo. Escoge con muy poco cuidado su ropa y se siente libre, por primera vez después de muchos años. Las heridas parecen haber sanado por completo, sin él habérselo si quiera propuesto. Justo cuando está amarrando los cordones de sus zapatos irrumpe un fuerte sonido. El teléfono quiebra las paredes y vidrios dejando entrever un millar de posibilidades nunca antes vislumbradas. Él solo levanta la bocina y suspira antes de intentar pronunciar la primera palabra. Alguien lo interrumpe, tal vez una anciana solterona que niega su debilidad por la carne joven. Una voz melancólica se oye a lo lejos: “Señor López, lo llamamos desde la morgue…”

Saltimbanqui

Salta sobre mi cama mientras grito espantado. Me duele la cabeza y siento ganas de vomitar. Los ojos desorbitados e hinchados me lagrimean mientras siento que van a estallar. Logro entrever en la oscuridad del lugar una mancha frente a mí. No logro definir su forma. Lo único que veo son sus ojos clavados en mí. Son amarillos y muy brillantes. Pupilas pequeñas, casi inexistentes. Se asemeja mucho a una gárgola inmóvil. Solo su respiración se oye en el pequeño lugar. Logro abrir los ojos y ver mejor al ser que me sigue observando sin musitar palabra. Se acomoda como si estuviera dispuesto a estar ahí por largo tiempo. Espero que hable pronto y diga algo. Cualquier cosa. Qué sentirá al verme frente a él? Sabrá que proviene de mí? Habrá salido a voluntad? Mantengo la esperanza que así sea para darle algo de sentido a toda esta situación que surgió de repente y sin esperarlo. Ahora que lo pienso, tal vez yo lo haya deseado en algún momento. Tal vez es lo q siempre he estado esperando. Podría tratarse de la tan esperada respuesta a todo. Es posible que todo termine acá, en contados segundos, minutos u horas; en este cuarto que tanto me he esmerado por conservar. Rodeado de todo lo q he querido tener cerca de mí. Lleno aún de dudas, odios, deseos y necesidades siempre dispuestas a evolucionar y a derramarse. Él había sido siempre testigo de mis acciones, aciertos y errores desde el comienzo. No había nada q no pudiera él saber ni nada que yo pudiera ocultarle. Era horrible saber que tan horrible ser había vivido dentro de mí durante tanto tiempo. Qué lo habría hecho salir al fin? Sentiría asco ya de estar allí dentro? Tal vez el aire q respiraba se había terminado al fin allí en esa oscura carcasa.
- Mi tiempo terminó ya- Murmuró como si hablara consigo mismo.
- Cuál tiempo? De q hablas? Quién putas eres?- Grito asustado.
Él salta de mi cama y huye atravesando la ventana velozmente. Se ha ido. Vomito y me retuerzo en el piso un rato. El olor a podrido se va. Ahora puedo volver a empezar.

Practicidad

Andrés siempre se sentaba allí, solitario, mascando trozos de papel y viendo hacia el horizonte, justo donde el asfalto se desvanecía dejando elevarse un infinito fondo de tonalidades grisáceas. No llovía mucho por esos días pero la contaminación estaba tan esparcida que cobijaba gran parte de la ciudad. El olor de toda la gente apeñuscada entre las calles, buses, restaurantes y habitaciones parecía lejano a pesar de envolverlo todo alrededor. Era un lugar especial, nadie lo notaba salvo él; era mejor así, de esta manera había logrado mantener el equilibrio cada vez que la cuerda se mecía con repentina brusquedad haciéndolo dudar. Allí, el tiempo le pertenecía y mantenía absoluto control de sí mismo. Era el único lugar silencioso que había logrado encontrar después de un par de décadas de frágil existencia. Nunca duró demasiado tiempo sentado pues temía quedarse olvidado de éste lado y no poder encontrar el camino de regreso. Sus manos empezaban a temblar y la cabeza comenzaba a pesar insoportablemente si se pasaba del cuarto de hora allí, hundido en la tierra y el concreto. La Voz empezaba a retumbar dentro de su cráneo golpeándolo con violencia contra las paredes sin que nadie pudiera ayudarlo. Muchas veces había buscado auxilio intentando aferrarse de alguna mano suave que lo encadenara en un lugar sin paredes ni olores ni deseos ni frustraciones. Sin embargo, nunca podría llegar a un lugar como este guiado por alguien, pues solo él conocía el camino de ida y de vuelta. Se trataba de un túnel del que no escapaba ni entraba ningún sonido; solo allí la Voz era una extraña sin razón de ser y por lo tanto no podía estirarse para destruirlo todo.

Un día claramente marcado en el calendario, Andrés supo que era tiempo de visitar el túnel. Se vistió con sus mejores ropas, limpió el polvo de sus zapatos especiales y abrió la puerta para sumirse en la ciudad y sus adornos. Caminó sin prisa deteniéndose incluso a ver una vitrina que exhibía una colección de cajas de fósforos de 127 países diferentes. Le asombró pensar que alguien tuviera la firmeza y la claridad mental como para hacer algo así mientras se daba el lujo de viajar. Se trataba sin duda de un tipo muy práctico a la hora de tomar decisiones. “Hoy voy a dar la vuelta al mundo y en cada país en el que me detenga voy a comprar una caja de fósforos”. Fin. Era una meta muy clara. Jamás podría entender cómo para algunas personas todo era tan sencillo. Las cosas toman su tiempo, requieren un proceso de asimilación que debe ser percibido por cada célula del cuerpo; cada poro debe aprender a respirar de esa nueva situación hasta logar habituarse por completo sin atrofiar el cuerpo. No. Así piensan solo aquellos que sufren de fuertes dolores de cabeza y que terminan por convertirse en uno. Esa manera de pensar era justamente la que lo había alejado de todo lo que podría querer, de todo lo que podría aferrarse y depender para ser completamente feliz. No era alguien práctico y pagaba el precio por ello. La Voz comenzaba ya a atormentarlo sin piedad. Siempre era la misma cosa cada vez que era hora de ir al túnel. Aceleró el paso para no darle tiempo de golpearlo contra ningún muro. Las manos empezaron a temblar, el corazón latió con más fuerza como si quisiera saltar fuera de su pecho; la sangre golpeaba su cuerpo haciéndolo saltar al tiempo que la respiración se iba cortando por lapsos. Ya casi llegaba al lugar donde todo volvería a la normalidad tan añorada. Trató de pensar en cómo vería las cosas que ahora lo aprisionaban cuando saliera del túnel. Siempre tuvo la sensación de que no se trataba del mismo lugar y que constantemente estaba renovando dimensiones y percepciones. Por supuesto, solo él lo sabía y los demás eran unos ignorantes que seguían con sus manías. De repente, una fuerte punzada que salió desde su pecho le aguijoneó la cabeza arrojándolo al suelo con violencia. Levantó su mirada buscando el cielo pero solo vio rostros desconocidos rodeándolo. Clavó sus uñas en el muro contiguo para ponerse de pie y entre fuertes convulsiones se dirigió hacia un callejón oscuro. La espuma brotaba de su boca mientras los gritos de pánico de algunos se disipaban quedando atrás, en el pasado, en la claridad gris de la ciudad. La entrada al túnel apareció succionando a Andrés desde lo lejos. El silencio comenzó a hacerse presente y con él vinieron las primeras partículas de tranquilidad profunda y real. Sus dedos sangraban mientras pedazos de sus uñas se desprendían quedando pegadas a la pared. Las plantas de sus pies se arrastraban levantando la piel y rasgando tejidos fibrosos y amarillentos. La Voz martillaba su cabeza al ritmo que bombeaba su corazón, dejando escapar el líquido vital por cada orificio de su cuerpo cada vez con mayor intensidad. Su columna se doblaba quebrándose en varias partes al ritmo de las fuertes convulsiones a medida que la entrada al túnel se hacía más próxima. Para cuando Andrés hubo ingresado al túnel su cuerpo era irreconocible. Se había convertido en una bola de huesos rotos y piel desleída que luchaba por sumirse en la oscuridad por una última y primera vez. Lo había logrado. Bajo el asfalto retumbaría ahora el silencio de una Voz desconocida para aquellos lo suficientemente prácticos.

lunes, 26 de noviembre de 2007

AL FINAL.....NADA

Allí estaba de nuevo, atormentándolo y haciéndole perder el horizonte nunca enfocado. Era como un virus que volvía a propagarse por su cuerpo. Lo sentía esparcirse con lentitud mientras agudizaba sus sentidos para no caer de cabeza al suelo. Con las piernas temblando y ese frío en su estómago tenía que admitir que todo había apuntado hacia allá desde un principio. El tiempo se encargó de repetir sus dosis del virus repetidas veces. Ésta vez –pensaba- su cuerpo y mente estaban ya desgastados. Simplemente no quería saber nada de eso porque, hasta la fecha, así había podido mantener la nariz fuera del asunto para seguir caminando sin ahogarse. Últimamente intentaba mantener la cabeza en alto mientras caminaba por la calle. Se proponía sostener su mirada en un objeto para no distraerse con todo eso a su alrededor pero finalmente todo lo empujaba hacia abajo. Con sus hombros tensionados lograba extenderse y llegar hacia donde tenía que estar cada uno de los días que estuvo incubando la infección.

Ahora comienza a aparecer el primer brote. Una erupción brillante y espantosa de color vivo. Siempre había sido así, cada vez que le daba la gana de aparecer. Pero ahí, frente al espejo empezó a ver puntos en su cara. Lo dividían y marcaban simétricamente uniéndolo con muchas cosas a su alrededor como un mapa de coordenadas satelitales. No tuvo que hacer mucho esfuerzo para seguir la línea de puntos consecutivos que en todas las direcciones comenzaron a propagarse siempre simétricamente. Por un momento se sintió como Pac Man. Eso era, él detrás de las galletas mientras unos fantasmas lo perseguían cada vez que les daba la gana. Se comía tantas galletas y entonces los fantasmas ahora eran débiles y se convertían en la presa, en el premio extra que, de paso, daba más puntos. Puntos allí en el video juego otra vez. Se notaba a distancia cómo intentaban ocultarse en esquinas –casi- perfectas y rectas para tenerlos a todos contentos. Nada, eso era de lo que se trataba. No era algo real y cada línea de puntos se compactaba y demostraba que finalmente era cierto que todo había sido mentira. Qué complicado le resultaba la idea cuando la trató de explicar de nuevo en su cabeza.

Como un cubo de paredes transparentes que se compactaban sin que las pudiera detener, veía cómo todo se le venía encima, con bordes filosos por allá arriba y abajo también. El suelo no le era un desconocido, siempre lo había admirado en silencio con sombra y sin ella; con diferentes tipos de pasos, todos ellos siempre con una meta final que, por ésta única y última vez, no estaba presente. Se sintió asustado al verse al espejo, su fisonomía era la de siempre pero a partir del pecho hacia arriba no lograba enfocar ni ver ningún color conocido. Era como tener el rollo de película medioveladodelamitadhaciaarriba. “¡Qué video!”- pensó mientras parpadeaba repetidamente a intervalos muy lentos intentando traer su realidad de vuelta. Todo proseguía, una cosa tras la otras, luces afuera, ondas de música en la mesa y en el suelo. Rayas entre un parpadeo y el siguiente. “Mierda”- pensó ahora mientras aterrizaba todos esos cabos sueltos. Muchas palabras se cruzaban por su cabeza, todas ellas solas y con un significado único entre una y la otra. Los putos puntos eran ahora rayas que se extendían por todas partes como barras de hierro, pasándole muy cerca cada vez con mayor intensidad. No tuvo otra salida más que dejarse caer. Soltó los nudos de su espalda y se dejó descolgar hacia el hueco. En el recorrido alcanzó a ver una que otra figura que le hacía temer que todo fuera construido por algún voyerista adicto. “Esto debe de ser todo”- pensó mientras sentía cómo su cuerpo ya no descendía sino que flotaba comprimido por todo a su alrededor como en una burbuja muy pequeña. Podría tratarse de eso. Simplemente una erupción de burbujas como pasa al agitar una botella de Bretaña. Todo arriba a gran velocidad y al final… nada.

jueves, 18 de octubre de 2007

Te Faltan Chispitas de Colores en tu Vida

“Te faltan chispitas de colores en tu vida”. Eso fue lo último que Santiago oyó de ella. Nunca creyó ser el tipo de persona capaz moralmente de involucrarse con una mujer que dijera algo así. Sin embargo, junto a ella vivió muchos de los momentos más felices. Y era extraño en sí, todo lo que había pasado en su vida mientras estuvo con ella. Muchas cosas cambiaron, inclusive su manera de vestir y, más profundamente, su manera de ver y sentir las cosas. Compartió espacios, su espacio vital tan celosamente protegido por su egocentrismo, se lo cedió sin esperar realmente mucho a cambio. Con un beso, un gesto, una buena canción, un suculento plato de pasta, cualquier cosa parecía tener extremo valor si ella estaba presente. Podría todo terminar allí mismo? En la misma habitación que en muchas ocasiones habían decidido compartir? Por medio del mismo teléfono que calentó durante horas mientras hablaban de nada? Así estaban las cosas. Con tan escabrosas palabras todo había llegado a su inesperado final. Un fuerte sentimiento de culpa se empezó a apoderar de todo su pecho mientras caminaba hacia el baño. Inconcientemente, la idea de una ducha fría parecía ser la solución inmediata al sinsabor que estaba experimentando. Afuera el día comenzaba su final acompañado de una leve llovizna. La música del bar más cercano comenzaba a oírse con fuerza retumbando los tambores y los platillos de la percusión. El agua parecía más pesada y por un momento se sintió como mercurio sobre el cuerpo. Todas esas sensaciones, sentimientos, olores, parecían no tener el acostumbrado orden con el que se presentaban antes de colgar el teléfono. “Maldito aparato”, pensó. Siempre lo había odiado por ser tan impersonal y sentía una profunda molestia cuando tenía que usarlo para algo. No era capaz de mantener una conversación por más de 2 minutos y siempre debía excusarse para no cortar tan abruptamente. Ahí estaba ella de nuevo, recorriendo toda la cinta que habían dejado atrás y que en algún momento pensaron continuar para siempre. La presencia de las cosas más insignificantes, como el jabón que habían compartido tantas veces, se hacía insoportable en ese momento. Santiago decidió salir a rodar por ahí, a buscar lo que había perdido a pesar de que la manera como lo recuperaría aún era incierta. Solo llevaba consigo un sentimiento indescifrable, extraño e irreconocible, que en un principio pensó era la amargura mezclada con la aventura por lo desconocido. Tomó el camino habitual para llegar a la gran avenida donde bares, antros y gente de todo tipo confluían para escaparse un rato de lo que los hacía ser humanos. El aire estaba fresco y la gente parecía estarla pasando muy bien entre las húmedas calles. El brillo de las luces adornaba extrañamente todo el ambiente, coloreándolo y llenándolo de matices que absorbían las risas y palabras de toda esa gente. Entonces lo supo: Allí, justamente frente a él, rodeándolo y aplastándolo entre el pavimento y las nubes cargadas de agua estaban las putas chispitas de colores.

miércoles, 22 de agosto de 2007

DEL OTRO LADO

Incapaz de conocer a alguien, el tipo comenzó a mirar a través del cristal. Cada vez que asomaba su larga nariz sobre el marco de la ventana, sentía cómo el aire helado invadía todo su cuerpo y le impedía disfrutar de su manía. Mucha gente pasaba bajo él; la acera alcanzaba a albergar al menos a medio millón de personas –sin repeticiones- casi todo el día. Pero él seguía ahí, subido sobre ese montón de ladrillos, lejos de cualquier sentimiento real. Solo, tuvo que construir todo un discurso para mantenerse a flote y evitar chocarse contra el suelo; después de todo, la gravedad es un fenómeno muy real y siempre lo que sube, tiene que bajar –precipitadamente-.

Algún día de los muchos que pasó asomado, olfateando, palpando desde la lejanía todo lo que bajo sus pies pasaba, al fin el tipo pudo sentir algo extraño. Era diferente a todo de lo que se había alimentado durante todo su crecimiento mental y físico. Allá, al fondo del abismo, había una tenue luz de color púrpura. Siempre le gustó ese color. Era hermoso, misterioso y a la vez muy insinuante. Poco a poco, la luz comenzó a ascender directamente hacia él, impregnando todo de color púrpura. Pronto, todo se tornó de ese misterioso color que parecía querer mostrarse completo sin inconvenientes ni complejos.

El aire comenzó a soplar mucho más fuerte que de costumbre. Las montañas parecieron alzar vuelo; el agua chocó contra la roca despiadadamente llevándose muchas vidas por delante. El cielo se nubló rápidamente y todo se volvió gris. Un color triste se coló por cada calle, esquina y tejado del gran poblado. El aroma a hielo seco, mezclado con la preocupación de miles de seres, obliga al tipo a dejar de husmear en lo que definitivamente no le importa. Guarda para sí, muy adentro, ese breve brillo color púrpura y ese destello de pupilas intrigante que cada día desequilibra más esa tensa armonía imaginada por alguien.

lunes, 23 de julio de 2007

L'Image

Solo trato de mantenerla con vida pero siento que cada vez se aleja más de mí. Muchas palabras y vacíos invertidos en ese recipiente hueco. Sus conexiones pronto entran en completo caos y la siento escaparse entre mis dedos, pesada, filuda y fría como un fino cuchillo hecho para matar hasta al hombre más duro y cruel. Me siento profundamente apenado por seguir allí, aún si ya sé cuál es el orden de actos que se vienen a continuación. Un leve reflejo de luz pálida toca su delgado cuello a la vez que se escurre por su blanco hombro, llegando hasta su mano que todavía aprieta mi cuello. Siento sus uñas atravesar mi piel; son filosas y se deslizan con ritmo, como los dedos de un pianista sobre las teclas. Cada nota compone toda una melodía retumbando en mi gran cabeza hueca. Si, justo a tiempo empieza la jaqueca. Los puntos negros van y vienen al tiempo que todo, absolutamente todo, cobra un realismo jamás antes visto. Es la vida en directo que irrumpe por primera y última vez, tan pronto como se acerca debe alejarse. Es una ley compleja que siempre seguí sin preguntarme siquiera el por qué. El color anaranjado se toma toda la habitación; el amarillo ayuda a complementar la paleta de color para decorar el evento con algo de virulenta inocencia. Mi cuerpo empieza a pesar más de lo normal y por primera vez siento la fuerza con que corre y luego se esparce mi sangre dentro de mi propia coraza. Algunos cuadros en negro, toda una secuencia de acciones perdida para siempre. Ahora estoy sobre ella que luce más morada que de costumbre . Alcanzo con muchísimo esfuerzo a mantener mis ojos abiertos por unos cortos instantes. Sus manos se incrustan en mi cuello y llenan su cuerpo de sangre que escapa a borbotones. Mis dedos se entrelazan alrededor de su garganta, desprendiendo en gran parte la cabeza del cuerpo. Siento lejanamente el grasoso hueso que la mantuvo en pie por tantos años, luego ese sentido se escapa junto a otros. Solo queda uno, ahora que no puedo ver absolutamente nada. El frío del lugar se cuela por mi nariz hasta llegar e inundar los pulmones con todo su encanto. El olor empieza a impregnarse a sí mismo con trozos del pasado y no demora en volverse tortuoso. No hay tiempo para arrepentimientos, la siento venir dentro de mí. Quiere escapar y esparcirse sin distinción entre todo lo que alcance a tocar. Adiós a la imagen…..

domingo, 10 de junio de 2007

CRAC

Darío enciende el último cigarrillo de la caja, aún con las manos temblorosas por la ira. Sabe que el tabaco no puede calmarlo, pero al menos podrá anestesiar por unos instantes su profundo dolor. Por primera vez empieza a ver su habitación tal y como es; sucia, con goteras, el papel tapiz de las paredes rasgado en algunas partes y con hongos de humedad en otras. Su radio ya no funciona, así que la música que tanto lo distrajo durante toda su vida ésta vez no podrá ayudarle. No tiene otro remedio que oír sus pensamientos y reflexionar sobre lo sucedido. El saco le pica en el cuello así que se lo quita. Ve sus brazos blancos, lánguidos como tentáculos de calamar. Se ve a sí mismo en esa pútrida habitación y siente algo muy particular, mezcla de orgullo y lástima. Al fin de cuentas, todo lo que le rodea es lo que ha podido construir con sus delgadas manos. Es ganancia, si se tiene en cuenta que nadie creyó nunca en él; ni siquiera él mismo. Cómo pudo pensar en algún momento que las cosas iban a ser diferentes? Dentro de sí, sabía que nada iba a cambiar pues para que eso pasara tendría que abandonar todo aquello que lo hacía ser Darío. Tendría que volver a empezar desde cero todo lo que había logrado construir hasta ese momento y, para ese entonces, no tenía el valor para hacerlo. Miró con rostro inexpresivo la fotografía de su matrimonio. Su mujer lucía tan feliz, tan hermosa, tan inocente. Nunca se pensaría nada malo de ella. Su nombre terminaba por envolverla en una especia de aura celestial: Sofía. Siempre le gustó llamarla por su nombre, nunca un diminutivo ni un apodo, siempre fue Sofía. Con sus suaves manos, sus blancos hombros, sus rosados y delgados labios; su pelo largo y liso color anaranjado. Su cintura redonda y vientre plano. Entre muchos hombres, Darío siempre fue envidiado por la belleza de su mujer. Muchos fueron los que intentaron apartarla de su lado para llevársela, pero Sofía siempre supo que en ningún hombre encontraría lo que su esposo podía ofrecerle. Darío nunca supo qué era en particular lo que Sofía admiraba en él. Nunca supo qué era lo que lo hacía superior a los demás hombres. Era conciente de su apariencia física, si bien no era un simio. Algo en él lograba cautivar a las mujeres de belleza más exótica. Tal vez fuera su mirada, melancólica y enternecedora; o su excelente manera de hablar; tal vez sus modales, propios de un caballero que no se quiere parecer a un gigoló; o su voz, bien entonada y directa. Nunca lo supo. Lo que sí supo, desde el primer momento, es que Sofía iba a ser la mujer de su vida. Un trago de cerveza ahoga cualquier imagen que pueda filtrarse en su cabeza y que le recuerde cómo la conoció. El presente es lo único que le queda, allí en esa abandonada habitación donde la luz del día comienza a desaparecer. No se siente derrotado. Todo lo contrario. Es justo en éste preciso instante cuando logra ver con mayor claridad lo que debe hacer. Se siente fuerte, lleno de energía, dispuesto a luchar por lograr sus metas. Quiere viajar, caminar mucho, como alguna vez lo hizo en su juventud. Quiere conocer mucha gente, hablar en diferentes idiomas, conocer el Mar de Norte, nadar por los grandes ríos, conocer la isla de Tuvalú. Un cigarrillo y una cerveza bastaron para que su vida se llenara de sueños y razones para seguir adelante. Se pone de pie. Lleva su mano derecha hacia su espalda y de su cintura saca un revolver lanzándolo hacia un rincón de la habitación. Darío camina con determinación hacia la entrada de su departamento, gira la perilla y abre la puerta. Los últimos rayos de Sol tocan su cuerpo, siente un calor reconfortante como aquél que sintió cuando era niño en aquella ocasión en que visitó a su abuela en el Sur. Por un instante alcanza a oler el aroma de los árboles arrastrado por el tibio aire del campo que se extiende como un manto que cubre el azul y despejado cielo. Quiere gritar, la dicha surge como una explosión dentro de su corazón. Abre sus brazos y llena sus pulmones de aire para liberarlo y dejarlo escapar por todo el planeta en unas solas palabras.
- Quiero...
Un fuerte estruendo compuesto de varios disparos tiñe todo de azul oscuro y hace esconder al Sol. Los ojos de Darío se blanquean buscando el cielo distante y gris. El aire de sus pulmones se desvanece para nunca más volver. El sabor a cerveza y tabaco se mezcla y surge un extraño sabor agridulce y espeso que se va apoderando de todo su pecho. Su cuerpo cae, los oficiales bajan sus armas, el bebé de la familia Arzúaga llora incesantemente en la casa de al lado; el cuerpo amputado y desnudo de Sofía se extiende sobre el de su difunto amante en el pequeño baño ensangrentado. Mientras cae, Darío siente un cosquilleo en las manos y en las piernas. Se siente bien, tranquilo, sin sueños ni culpas. Su cabeza choca contra la pared y algo en su nuca se quiebra haciéndole pasar un corrientazo por toda la espalda. El sonido “crac” se perpetúa y todo el color desaparece, solo queda la inmensa oscuridad, apacible y eterna.

sábado, 9 de junio de 2007

UNDERWEAR

Desde que se sentó en el asiento del copiloto no dejó de hablar. Al principio estuvo bien, dijo un par de cosas interesantes y tuve la firme intención de entablar una discusión con ella. Pasados no más de 10 minutos caí en cuenta que estaba en medio de un espiral que descendía sin terminar, como si cada palabra, idea u oración suya me halara de los pies con unos largos tentáculos y no me dejara escapar hacia la superficie, hacia el suelo donde podría llenar mis pulmones de aire nuevo. Todo era denso. Por un momento me pareció que la gente, los carros, las hojas de los árboles y absolutamente todo a mi alrededor estaba sumergido bajo un espeso mar. Los minutos se hacían eternos y el terco reloj digital del tablero se negaba a dejar pasar el tiempo. Mientras tanto, ella seguía hablando y subiendo el tono se su voz a veces. Cuando caía en cuenta que estaba gritando, se callaba y suspiraba tomándose la cabeza con desespero. Era un papel muy bajo ese que estaba interpretando; jugaba a la víctima que se flagelaba hasta hacer sangrar su espalda con el solo propósito que alguien se apiadara de su estado. Durante todo el tiempo que estuvimos juntos pensé en matarla un par de veces. Sería fácil hacerlo pues nadie reclamaría su cadáver. Sus “amigas”, estoy seguro, se sentirían aliviadas al dejar de oír sus chillidos y reclamos insulsos. Me agradecerían haber acabado con su vida y en contraprestación me harían sexo oral una tras la otra, en fila india, dándome tiempo para recuperarme entre un turno y el siguiente. Así estaban las cosas, y para colmo de males, el tráfico estaba insoportable como para andar rápido con la ventana abajo sintiendo el aire en mi cara. Ella sigue hablando y ahora mueve sus manos con mayor intensidad; de soslayo, puedo ver que su cara apunta hacia mí esperando que yo haga lo mismo. No puedo. No todavía. Tomo un cigarrillo de la caja en el bolsillo de mi pecho y lo aprieto con los labios. Decido “decorar” el momento y saco de la guantera un CD con varios éxitos musicales minuciosamente seleccionados. Qué mejor momento para oír la penetrante voz de Jarvis Cocker. En cuanto empieza a sonar la canción “Underwear” ella se calla. Por fin. Enciendo el cigarrillo y fumo expulsando el humo en una gran bocanada que escapa por la ventana con ligereza. Cada partícula de música se introduce por mis poros y me sume en un profundo éxtasis que hace fluir mi sangre al ritmo de Pulp...Pulp…Pulp, uno tras otro mi corazón late. Subo el volumen hasta 24, por alguna razón me gusta éste número, es par y el dos junto al cuatro se ve bien; ambos lucen de maravilla. Todo es perfecto. La combinación Jarvis-24-cigarrillo-diástole y sístole sella de una vez por todas la gran boca de Silvia. Siento su mirada clavada en mí y percibo halos de odio que se acrecienta a medida que el hombre de la canción se acerca a la joven tirada en la cama semidesnuda. Imagino su piel blanca y suave. Fumo y dejo escapar una leve sonrisa producto del placer. Ya casi es tiempo. El hombre está por llegar a ella y cuando lo haga el final será una explosión de lujuria. Con un rápido y casi histérico movimiento Silvia baja el volumen hasta 8. No me gusta para nada. Es un número ridículo. Gordo arriba y abajo. El hazmerreír de todo niño y adulto. A mi me resulta insoportable. “Por favor no vuelvas a hacerlo”, le pido a Silvia. Ella sigue mirándome con un detestable gesto de incomprensión. “Underwear” vuelve a 24 pero ya no es igual. Fumo para intentar sentir lo mismo, pero ya no hay nada qué hacer. El tiempo ha avanzado y ese momento se ha perdido para siempre. Silvia apaga definitivamente el radio y comienza a gritar al tiempo que me señala y roza con sus flacos dedos mi mejilla derecha. Creo que intenta culparme por algo pero sigo sin entender mucho. No me interesa. Sólo quiero recuperar ese momento extraviado. “Por favor cállate”, le digo en voz baja a Silvia. Ella hace caso. Ha sido tan fácil que no me confío. Ahora sé que no me ha obedecido sino que la he tomado por sorpresa. Comienza a gritar como nunca antes ha podido hacerlo; se suelta el cinturón de seguridad y se acerca mucho a mí, buscando entrar en mi campo visual, absolutamente frontal. Me molesta mucho tener que soportar su saliva salpicando mi cara. El tenerla tan cerca ahora hace que todos los aromas de cremas, champú, maquillaje, perfume me recuerden lo hostigante que resulta el arequipe si se come en grandes cantidades. Siento náuseas. Creo que voy a vomitar y ella definitivamente no ayuda mucho para impedir que esto ocurra. Pesadamente la aparto de mí buscando recuperar mi espacio vital y, de paso, evitar salpicarla con mi vómito. El aire que entra por la ventana no es suficiente. Siento la comida que empieza a subir desde mi estómago por el esófago hasta la garganta. No tengo mucho tiempo para alcanzar a descifrar el sabor ácido cuando Silvia grita asqueada y me empuja. El vómito se escapa de mí y la situación completa se sale de control. Es un momento único que surgió sin planearlo y pronto empiezo a disfrutarlo. Decido mirarla por primera vez a sus ojos y dirijo mi cara hacia ella. Apunto con malicia y dejo que todo salga a presión; es todo lo que he querido decirle. Cada palabra, sentimiento, momento, ilusión y desilusión materializadas aquí y ahora gracias a ella. Esto es todo lo que ha querido de mí, al fin. “Ya está. Ahora por favor déjame terminar de oír esta canción”.

….. If you close your eyes and just remember,that this is what you wanted last night.So why is it so hard for you to touch him.For you to go and give yourself to him?...

SOLDADO HERIDO

Miserable sujeto. Cargando todo el tiempo ese gran peso sobre sí; rompiéndose la columna entera, cada costilla de su cuerpo. Pagando el precio de algo que nunca eligió tener. Y si lo hizo, definitivamente fue una gran estupidez. La mayor de todas. Siempre pensando, recalentando su cabeza con espesas ideas que nunca fluyen sino que se estancan, como un coágulo que se esparce por todas partes inmovilizando muy lentamente el organismo. Desde el suelo, postrado, tullido, retorcido, mirando con detenimiento y suma atención todo el movimiento a su alrededor. Todo fluye hacia alguna parte, en remolinos que van y vienen, pero que nunca se estancan, nunca se detienen ni siquiera para percatarse de él. Es posible que desde lo alto no lo reconozcan; sus miradas jamás tendrían por qué resbalarse ni perder su rumbo. Simplemente siguen su camino, una tras la otra, en hileras discontinuas, de colores, dejando aromas fétidos y deliciosos, llenándolo todo de eterna gracia. No hay marcha atrás para ellas dentro de éste gran espacio vacío que repudia las malformaciones y que no admite anomalías ni diferencias. Imposible el correcto desempeño de La Falange si uno de sus integrantes no puede empuñar su espada a la altura de los demás. Un punto débil, el talón de Aquiles de toda una descendencia que lleva millones de años progresando al ritmo de la roca, el martillo y la lanza. Nunca podrá pertenecer a ese colosal grupo que una vez le dio la vida y que ahora lo juzga apartándolo del camino, cortándole la lengua para que nadie entienda sus palabras, quemándole la garganta para que nadie pueda oír sus gritos, taladrando sus talones para que no pueda dar ni un solo paso. Su cabeza intacta, protegida por un oxidado casco solo espera que el tiempo siga adelante y permita que el hierro se corroa, para dejar pasar algo de aire y agua que refresque las ideas y termine de una vez por todas con el peso de la carne. Este es el precio que ha de pagar el soldado herido.

EDGAR

Esa mañana, en la que Edgar se despertó con un molesto dolor de garganta, no tuvo nada de diferente para el mundo en el que había permanecido por 25 años y 27 días; la gente del servicio de transportes abrió sus estaciones a la hora acostumbrada, la programación radial del día empezaba a oírse en carros, tiendas, casas, baños y demás. El cielo estuvo despejado como lo ha estado siempre por esa época, con posibilidades del 85% de que aparecieran las primeras lluvias en horas de las tarde. La televisión invadía los hogares de millones de familias de todo el planeta y servía para llenar el incómodo silencio que los rodeaba, pues la verdad es que estaban solos. Así despertó Edgar esa cálida mañana de finales de año. Miró la ventana y rayos de luz se filtraban por entre la cortina rasgada. La tela parecía rota por algún objeto cortopunzante en varios puntos. Era extraño, por alguna razón Edgar no podía recordar por qué la cortina estaba en ese estado. Se sentó en el borde de la cama soñoliento intentando recordar qué había sucedido. En la radio empezaban a sonar acordes de una vieja canción, de esas que nunca se olvidan por haber servido de fondo en alguna historia personal del pasado. Algunas imágenes pasaron por la mente de Edgar en cuestión de segundos. Vió a una mujer de tez muy blanca, ojos verdes como esmeraldas, pelo largo y liso de color rojo escarlata, abriendo una puerta y viéndolo fijamente. Luego aparecía la misma mujer sentada en el sofá de una sala riéndose y bebiendo. Finalmente un hombre montado sobre la mujer la empezaba a golpear con rabia y mucha fuerza. La cara de la mujer contra el suelo parecía ya una ciruela pasa llena de coágulos y profundas heridas por las que corrían hilos de sangre color café. El cráneo quebrado en la parte superior de la cabeza, dejaba ver un pedazo de hueso roto y de masa cerebral de color rosa. Edgar miró nuevamente la cortina muy asustado. Los rasguños en la tela parecían hechos por un animal salvaje. El pánico se apoderó de él y su respiración se aceleró de 0 a 100 en menos de 2 segundos. Él había matado a la mujer. Estaba seguro de eso. Se puso de pié y afanosamente empezó a buscar debajo de la cama, dentro de su clóset, detrás de la cortina, en su baño, en la ducha, pero nada encontró. Si esos rasguños en la cortina los había hecho la mujer mientras era víctima de una horrible golpiza, eso significaba que sólo él podría ser el asesino de esa mujer. Pero no había rastros de sangre en la alfombra de color claro y el lugar, en general, estaba ordenado y sin señales de violencia, exceptuando la cortina. Quién era esa mujer? Recordó nuevamente su mirada penetrante. Ojos verdes, muy conocidos, que se hacían más brillantes mientras moría estrangulada. Edgar se tomó el cuello con molestia. La sola idea de morir estrangulado lo aterrorizaba y le cortaba la respiración.
No pudo desayunar, a pesar de haber preparado su habitual café con tostadas y mantequilla. Tenía el estómago revuelto y tuvo que vomitar dos veces antes de poder salir de su departamento. Una vez en la calle, intentó tranquilizarse y respirar profundamente nuevo aire. Caminó por largo rato tratando de distraer su mente y así evitar que volvieran a aparecer esos profundos ojos verdes blanqueándose lentamente. Él podría recordar perfectamente el rostro de una persona e inmediatamente saber dónde lo vio por primera vez. Sin embargo, y tras muchas recapitulaciones fugaces de eventos del pasado, no podía saber quién era esa mujer de pelo rojo escarlata.
Esperó 15 largos minutos en la estación a que su pasara el bus que lo llevaría a su trabajo. Era evidente que algo andaba mal en él. La gente a su alrededor lo observaba con inquietud mientras él mantenía sus ojos clavados en el asfalto como si excavaran capa por capa el suelo, buscando el magma incandescente que daría fin a su sufrimiento. Tuvo entonces una horrible sensación al ver cómo en lo profundo la roja lava se escapaba por un sifón formando un remolino que lo arrastraba hasta perderlo en una espesa cabellera roja; luego, solo quedaba el vacío.
Edgar cayó al suelo. La gente a su alrededor acudió en su ayuda en medio del desconcierto general. Todo era una mezcla de palabras, sílabas y sonidos incomprensibles remarcados por un profundo eco. Algo trataban de decirle pero él no comprendía nada. Tuvo miedo. Parecía como si trataran de desgarrarlo con las manos para comérselo vivo. Sería posible que ellos lo supieran? Serían ellos los verdugos de un crimen aún desconocido? Como pudo, Edgar se arrastró hasta un lado de la calle y estiró la mano a un taxi que pasaba. El carro paró y el hombre se subió dejando atrás esa horripilante masa de dedos arrugados y uñas sucias que querían despedazarlo.
Apenas entró al apartamento cerró la puerta tras de él y se tumbó en el suelo suspirando aliviado. Había logrado escapar con vida y ahora estaba a salvo. Desde allí, su propio mundo, lograría poner orden a su cabeza para poder resolver el espantoso acertijo. Entró en su cuarto y paró en seco apenas cruzó la puerta. El lugar le era inquietantemente desconocido. La cama estaba bien tendida y las cobijas eran de color rojo escarlata. Un escritorio muy cercano dejaba entre ver algunos libros de diseño gráfico y viejas revistas organizadas una sobre otra. En la pared, un único cuadro mostraba a un misterioso gato gris escondido, de ojos claramente iluminados, escondido tras un par de zapatos viejos. Edgar miró con cautela a su alrededor intentando separar ficción de realidad. Una vez logró trazar la línea divisoria entre una y otra, empezó a caminar muy despacio hacia la ventana. Definitivamente el espacio no le era del todo desconocido. Mentalmente logró ver las cosas que conformaban su habitación y descubrió que cabían perfectamente en el lugar en el que estaba. Algo andaba mal y eso lo atormentaba. Una extraña sensación se empezó a apoderar de su cuerpo a cada paso que daba hacia la ventana. La cortina de color verde estaba especialmente resplandeciente y para su horrible sorpresa, la tela no tenía una sola rasgadura. El aire empezó a hacerse más denso y la temperatura del ambiente comenzó a subir. Edgar se sentía atrapado en una aterradora pesadilla de la que no podía escapar. Estiró su mano para tocar la textura de la cortina y así cerciorarse que en efecto la tela era real, y por lo tanto la situación entera en la que estaba inmerso. De repente, una voz lo sorprendió desde atrás. – Qué hace acá?- Edgar giró asustado y entonces la vio. Una joven muchacha le hablaba desde la puerta. Sus ojos verdes como esmeraldas brillaban como si el fuego los alimentara. Su piel, blanca y delicada, armaba un hermoso contraste con el rojo encendido de su largo pelo. – Quién es usted?- Insistió ella, dejando ver halos de confusión y odio. Edgar intentó responder pero no lo logró; pensó en inventar algo, pero la verdad es que no había nada que decir. Después de todo era ella la extraña a quien había soñado y ahora encontrado. Frente suyo, ahí estaba ella, la mujer agonizante cuya vida se desvanecía en sus manos una y otra vez sin que lograra impedirlo. – Lo siento... creo que te has confundido…- Pudo balbucear Edgar. La mujer lo miraba aún más confundida y con ira empezó a gritar – Salga ahora mismo de mi cuarto o llamo a la policía… Salga ya!- Edgar no podía moverse. El pánico se apoderó de cada parte de su cuerpo. Ahora resultaba que él era un intruso en su propia casa. La mujer tomó una lámpara de la mesa de noche y la jaló con fuerza – Váyase antes de que lo mate a golpes!- En ese momento una anciana apareció tras la muchacha. Edgar pudo respirar tranquilo al reconocer el cuerpo encorvado de su vieja madre. Quiso lanzarse para abrazarla y buscar la protección que de niño siempre encontró en ella. Recordó la primera vez que lo golpearon en el colegio y cómo toda su rabia y tristeza desaparecieron bajo un caluroso abrazo de su mamá. Sus ojos se aguaron de emoción pero su cuerpo aún no respondía y mientras tanto la joven muchacha se acercaba amenazante con la lámpara en la mano. Casi en estado cataléptico, Edgar hizo un gran esfuerzo para mover su lengua y poder hablar. Una delgada voz, apenas audible se oyó entonces de labios del hombre – Mamá… por favor explícale- La muchacha se detuvo y miró hacia atrás. La anciana permaneció afuera de la habitación por unos segundos con el ceño fruncido. Caminó lentamente hacia donde estaba la joven, tratando de enfocar tras sus grandes lentes a Edgar. El silencio era mortuorio. El tiempo apreció expandirse como una nata sobre la leche caliente, impidiendo que la realidad fluyera. Solo bastaba una palabra, una sola palabra de la anciana para que todo terminara y volviera a ser como antes. Como esa cálida mañana en la que un frío dolor de garganta despertó a Edgar en su cómodo y adorado cuarto.
La anciana miró fijamente al hombre y tras un breve movimiento de mandíbula, afirmó – No tengo idea quién es ese señor- El mundo se derrumbó ante Edgar. Todos esos 25 años parecieron esfumarse con la misma velocidad con la que vive una pompa de jabón en el aire. Los recuerdos de su infancia, el carro de bomberos, las palomas comiendo en el parque, las nubes armando figuras de animales en el cielo, los edificios amontonados unos sobre otros, el hermoso cuerpo de la vecina, el ladrido del perro de la tienda, todo, absolutamente todo perdió sentido y se desvaneció. La muchacha se lanzó con furia sobre Edgar que apenas si pudo evitar la secuencia de golpes que se sucedieron a continuación. La lámpara chocaba una y otra vez sobre sus huesos y articulaciones, adormeciendo por partes su cuerpo. La sangre no tardó en aparecer y salpicar el pálido rostro de la enfurecida muchacha que gritaba como un animal salvaje. Edgar buscaba desesperadamente el consuelo de su madre, pero la anciana tan solo miraba con inquietud desde lo lejos. Las cosas no debían ser así. Todo estaba mal y solo él podría remediarlo. Con un rápido reflejo, tomó el brazo de la joven y logró zafar la lámpara de su mano. La tomó por el pelo y la haló hacia el piso, montándose sobre ella con gran agilidad. Pronto, sus manos estaban apretando ese delgado y blanco cuello que ahora dejaba entrever algunas gruesas venas de color verde y azul; los verdes ojos ahora contrastaban con el rojo de las minúsculas arterias que una a una iban reventándose hasta llenar de sangre sus párpados. La anciana gritaba roncamente y se tomaba la cabeza con desespero. Era extraño, a pesar de lo horripilante de la escena, Edgar jamás se había sentido tan extasiado. Era como un orgasmo perpetuado hasta infinito llenándolo de nueva energía a cada instante. La música surgió como una humareda y empezó a escurrirse por toda la habitación. Al principio, los brazos de la joven se movían agitadamente y trataban de agarrarse de la cortina. Ahora solo lo hacían tras breves sobresaltos, como si llevasen el compás de la obra. El sol se coló por la ventana y atravesó la rasgada tela de la cortina, haciendo brillar cada objeto, cada cuerpo. Todo era hermoso, radiante y perfecto.
Los ojos de la joven mujer fueron perdiéndose hacia atrás. El rojo de su rostro pronto se tornó verde pálido y sus brazos dejaron de saltar. Un poco de aire fue liberado a través del destrozado cuello, casi como una expresión de alivio. Edgar sonrió y con delicadeza soltó a la mujer dejando descansar la frondosa cabellera de color rojo sobre el piso. Se puso de pie y enfrentó a la anciana – Hubieras podido evitarlo. Por qué lo hiciste mamá?- La encorvada mujer dejó escurrir las manos sobre su arrugado rostro. Estaba aterrada y sus ojos empapados en lágrimas no la dejaban ver claramente. Repentinamente se tumbó de rodillas en el suelo y miró fijamente, con expresión de profunda tristeza al hombre. Sollozando le dijo – No lo ves Edgar? Traté de evitarlo, pero no pudiste escapar. Fuiste tu quien eligió de nuevo-.