sábado, 9 de junio de 2007

UNDERWEAR

Desde que se sentó en el asiento del copiloto no dejó de hablar. Al principio estuvo bien, dijo un par de cosas interesantes y tuve la firme intención de entablar una discusión con ella. Pasados no más de 10 minutos caí en cuenta que estaba en medio de un espiral que descendía sin terminar, como si cada palabra, idea u oración suya me halara de los pies con unos largos tentáculos y no me dejara escapar hacia la superficie, hacia el suelo donde podría llenar mis pulmones de aire nuevo. Todo era denso. Por un momento me pareció que la gente, los carros, las hojas de los árboles y absolutamente todo a mi alrededor estaba sumergido bajo un espeso mar. Los minutos se hacían eternos y el terco reloj digital del tablero se negaba a dejar pasar el tiempo. Mientras tanto, ella seguía hablando y subiendo el tono se su voz a veces. Cuando caía en cuenta que estaba gritando, se callaba y suspiraba tomándose la cabeza con desespero. Era un papel muy bajo ese que estaba interpretando; jugaba a la víctima que se flagelaba hasta hacer sangrar su espalda con el solo propósito que alguien se apiadara de su estado. Durante todo el tiempo que estuvimos juntos pensé en matarla un par de veces. Sería fácil hacerlo pues nadie reclamaría su cadáver. Sus “amigas”, estoy seguro, se sentirían aliviadas al dejar de oír sus chillidos y reclamos insulsos. Me agradecerían haber acabado con su vida y en contraprestación me harían sexo oral una tras la otra, en fila india, dándome tiempo para recuperarme entre un turno y el siguiente. Así estaban las cosas, y para colmo de males, el tráfico estaba insoportable como para andar rápido con la ventana abajo sintiendo el aire en mi cara. Ella sigue hablando y ahora mueve sus manos con mayor intensidad; de soslayo, puedo ver que su cara apunta hacia mí esperando que yo haga lo mismo. No puedo. No todavía. Tomo un cigarrillo de la caja en el bolsillo de mi pecho y lo aprieto con los labios. Decido “decorar” el momento y saco de la guantera un CD con varios éxitos musicales minuciosamente seleccionados. Qué mejor momento para oír la penetrante voz de Jarvis Cocker. En cuanto empieza a sonar la canción “Underwear” ella se calla. Por fin. Enciendo el cigarrillo y fumo expulsando el humo en una gran bocanada que escapa por la ventana con ligereza. Cada partícula de música se introduce por mis poros y me sume en un profundo éxtasis que hace fluir mi sangre al ritmo de Pulp...Pulp…Pulp, uno tras otro mi corazón late. Subo el volumen hasta 24, por alguna razón me gusta éste número, es par y el dos junto al cuatro se ve bien; ambos lucen de maravilla. Todo es perfecto. La combinación Jarvis-24-cigarrillo-diástole y sístole sella de una vez por todas la gran boca de Silvia. Siento su mirada clavada en mí y percibo halos de odio que se acrecienta a medida que el hombre de la canción se acerca a la joven tirada en la cama semidesnuda. Imagino su piel blanca y suave. Fumo y dejo escapar una leve sonrisa producto del placer. Ya casi es tiempo. El hombre está por llegar a ella y cuando lo haga el final será una explosión de lujuria. Con un rápido y casi histérico movimiento Silvia baja el volumen hasta 8. No me gusta para nada. Es un número ridículo. Gordo arriba y abajo. El hazmerreír de todo niño y adulto. A mi me resulta insoportable. “Por favor no vuelvas a hacerlo”, le pido a Silvia. Ella sigue mirándome con un detestable gesto de incomprensión. “Underwear” vuelve a 24 pero ya no es igual. Fumo para intentar sentir lo mismo, pero ya no hay nada qué hacer. El tiempo ha avanzado y ese momento se ha perdido para siempre. Silvia apaga definitivamente el radio y comienza a gritar al tiempo que me señala y roza con sus flacos dedos mi mejilla derecha. Creo que intenta culparme por algo pero sigo sin entender mucho. No me interesa. Sólo quiero recuperar ese momento extraviado. “Por favor cállate”, le digo en voz baja a Silvia. Ella hace caso. Ha sido tan fácil que no me confío. Ahora sé que no me ha obedecido sino que la he tomado por sorpresa. Comienza a gritar como nunca antes ha podido hacerlo; se suelta el cinturón de seguridad y se acerca mucho a mí, buscando entrar en mi campo visual, absolutamente frontal. Me molesta mucho tener que soportar su saliva salpicando mi cara. El tenerla tan cerca ahora hace que todos los aromas de cremas, champú, maquillaje, perfume me recuerden lo hostigante que resulta el arequipe si se come en grandes cantidades. Siento náuseas. Creo que voy a vomitar y ella definitivamente no ayuda mucho para impedir que esto ocurra. Pesadamente la aparto de mí buscando recuperar mi espacio vital y, de paso, evitar salpicarla con mi vómito. El aire que entra por la ventana no es suficiente. Siento la comida que empieza a subir desde mi estómago por el esófago hasta la garganta. No tengo mucho tiempo para alcanzar a descifrar el sabor ácido cuando Silvia grita asqueada y me empuja. El vómito se escapa de mí y la situación completa se sale de control. Es un momento único que surgió sin planearlo y pronto empiezo a disfrutarlo. Decido mirarla por primera vez a sus ojos y dirijo mi cara hacia ella. Apunto con malicia y dejo que todo salga a presión; es todo lo que he querido decirle. Cada palabra, sentimiento, momento, ilusión y desilusión materializadas aquí y ahora gracias a ella. Esto es todo lo que ha querido de mí, al fin. “Ya está. Ahora por favor déjame terminar de oír esta canción”.

….. If you close your eyes and just remember,that this is what you wanted last night.So why is it so hard for you to touch him.For you to go and give yourself to him?...

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