miércoles, 11 de abril de 2012

Search and Destroy


¿Cómo habría, pues, de adivinar el secreto de esta mujer que apenas si se atrevía a mirar a los ojos pese a haber pasado con ella las últimas horas del día? Pese a haber revivido las mismas sensaciones viscerales de un pasado lejano, le era aún imposible adquirir ese grado de iluminación y responder con firmeza sin temor a arruinar todo el trabajo y tiempo invertido durante ese frío día de comienzos de año.  El objetivo era claro, siempre lo había sido, sin embargo, había un punto en el que la historia podía, si bien, dar un giro fatal o seguir su agonizante transcurrir con la promesa del sexo casual sin más. En este punto de su existencia prefería esta última opción, sin duda, pero también era conciente de que pasara lo que pasara, nunca sería por una elección tomada a conciencia, así que no podía hacer nada más que dejárselo todo al lento transcurrir de los minutos. El hecho de haber perpetuado su estatus de “extranjero” en este país tan parecido a una de esas ilustraciones de Hansel y Gretel, pero con más yonkis y prostitutas regados por las calles, hacía que una especie de aura misteriosa y casi sensual lo rodeara atrayendo a su lado a ese tipo de mujeres por las que tan fácil, y tan rápido, perdía la cabeza. Ya para ese entonces había perdido mucho más que eso gracias a ese prototipo tan personal de “femme fatal” que durante tantos años había ido construyendo y en el que había depositado tantas expectativas a cambio de absolutamente nada. ¿Experiencias de vida? ¿aprendizajes? Nada de eso, la realidad era mucho más unidimensional y aburrida que lo que los libros de autoayuda nos mostraba, de eso estaba seguro. El discurso de “vive rápido, muere joven” ya lo tenía en su información genética, irremediablemente, así que lejos de intentar adornar con justificaciones pomposas y frases de cajón su propio vivir, se dedicó a hacer lo posible por tener sexo con esa mujer que acababa de conocer sin esforzarse en siquiera gustarle un poco. Tomó una botella a medias de cualquier trago que encontró en la sala y bebió llenando el vacío que le dejaba el seguir intentándolo. Paradójicamente, parecía que esta vez el efecto que esto causaba en ella no era el de repulsión, en absoluto. Por el contrario, encontró que ella lo miraba con interés y poco a poco, a medida que el alcohol iba invadiendo su cabeza, la imagen de mujer fatal se fue desdibujando. Al final del último trago, parecía más una niña absorta por asomarse por primera vez a la ventana de un avión y descubrir el manto de nubes que oculta el diminuto transcurrir de nuestras vidas como hijos paridos por la tierra y el placer. Estiró su pesada mano hasta la delgada pierna de ella y fue subiendo su falda para descubrir el blanco muslo oculto tras esa maya que tanto lo excitaba para ese momento de intoxicada lucidez. Ella suspiró y descansó su cabeza en el sillón viejo y roído, dejándose invadir por el creciente placer que el contacto físico iba produciendo mientras él se acercaba torpemente para seguir ratificando lo que ambos tanto deseaban ya sentir. Antes de que el sexo fuera prohibido, ya lo habían condenado con un sinnúmero de enfermedades minuciosamente ilustradas. El miedo, una vez más, fue usado por los pocos de siempre y, tal vez, de ellos mismos surgió la idea de crear la más letal de todas las armas para combatir la libertad y todo lo que de ella se desprendía para aliviar el dolor del paso del tiempo. No hubo más remedio que renunciar y dejar de buscar lo que hacía rato se había ya perdido. Ambos se despidieron y prometieron en silencio nunca más volverse a ver. Era cuestión de tiempo para reincidir y continuar con la búsqueda, después de todo, algo de humano todavía corría por sus venas. Esa noche, en esa decadente habitación, respirando bilis y alcohol, ambos lo supieron y el secreto se mantuvo a salvo por última vez.

domingo, 8 de abril de 2012

Beginner


Aún recordaba esos días lejanos en los que podía pasar el tiempo tan solo mirando el transcurrir de la gente frente a su casa en aquel tranquilo barrio de los suburbios. En aquellos tiempos, el único ruido perturbador era poco común y podía surgir del klaxon de un automóvil, del llanto histérico de un bebé o de un avión que sobrevolaba muy bajo, sin embargo, ninguno de estos ruidos perduraba en su memoria por más de unos contados segundos para luego desaparecer en el mar de sus sencillos recuerdos. El día de hoy había comenzado con una leve llovizna muy propia del clima de la ciudad; el cielo estaba cubierto por un velo grisáceo y muy poco se podía ver a través de la ventana que permanecía empañada por el calor que del agua caliente de la ducha se desprendía. Héctor miraba el agua escurrir por su cuerpo flaco, venoso y pálido; sus preocupaciones se iban diluyendo con el caer de cada gota cálida mientras sus ojos se iban cerrando con el trasfondo musical previamente seleccionado para acompañarlo un rato en el baño. Era curioso cómo comenzaban los días desde que su secreta elección se hizo irremediablemente tangible hasta el punto de dejarlo en el total abandono. La desidia lo había alejado de sus seres más allegados, de aquellos que lo acompañaron durante los momentos más memorables y de los que ya casi no podía ni siquiera acordarse pese a haber dejado marcas todavía perceptibles en su cuerpo. Cicatrices ahora suturadas para su propio beneficio, ese mismo que por tanto tiempo se empeñó en buscar tras tantas relaciones fallidas. No podía huir de lo que era ni de lo que quería, simplemente faltaba una única pieza del extenso rompecabezas para poder completar la línea temporal sobre la que podría andar sin correr más riesgos innecesarios que los elegidos por su terco inconsciente.

Estando frente al espejo empañado descubrió una frase anónima escrita hacía tiempo y que hasta hoy cobraba un valor entrañable: “Mierda eres y mierda serás”. Silencio entre una canción y la siguiente, goteo de agua sobre el piso encharcado y finalmente un suspiro de alivio que se perpetuaba con un nuevo acorde musical. Por primera vez se sintió acompañado en esta historia y el hecho de que alguien hubiera podido describirlo con tal exactitud era razón suficiente para que se decidiera a lanzarse a la calle con la cabeza en alto, alejando de una vez por todas esa duda que lo carcomió en vida desde el instante en que pretendió comenzar a reconocerse.