martes, 11 de diciembre de 2007

Hunted by a Freak

-Un episodio culo. En eso se resumía ese momento corto, surgido de alguien definitivamente muy corto de ideas. Embriagado por el éxtasis del momento y sintiéndose el centro de atención de la noche, él había escupido lo primero que se le vino a la cabeza sobre ese desdichado sujeto. Por supuesto, se trataba de una broma que trascendió y rebotó dentro de la cabeza de su víctima llevándolo a cometer lo que nadie hubiera imaginado.

*Era el momento. Tanto tiempo esperándolo y soñando con él, que al principio N sintió pánico de lo que sería a partir de ahora. Se fijó en su desfigurada cara y mientras el otro inventaba idioteces para mantener toda la atención encima suyo, nunca pudo dejar de verlo como a un mandril; saltando, hablando y repitiendo lo mismo que en el pasado se vio una y otra vez en varias reuniones de todo tipo. Le faltaba el culo rojo y ahí quedaba. Uno de los animales más chistosos que se la pasan por ahí con cara de mal genio y parecieran tener dolor de estómago todo el tiempo; pero que también saltan y hacen movimientos extrañamente familiares a los que hacemos los humanos. Era simple la cuestión: N y el idiota eran parientes, de alguna manera lo sentía como si fuera parte de él. Esa parte que definitivamente no quería interpretar nunca en una historia porque al terminar, el protagonista era un completo perdedor. En ese punto, ya alguien estaba observando a N muy atentamente desde lo lejos de la sala. Se trataba de un mandril. Sentado, con los codos apoyados en las piernas y las manos sosteniendo el peso de su cabeza. La mirada fija era lo más intenso en el animal. N lo vio directo a los ojos y lo confrontó en 2 oportunidades con intervalos minuciosamente calculados. La tercera vez se decidió y pensó en no quitarle la mirada, así durara el tiempo que tuviera que durar, al ahora amenazante animal que se mantenía sin moverse. Parecía ni parpadear. N pasó de querer pararse de un salto y caerle a golpes, patadas y zarpazos al tipo que parecía un mandril, a estar en medio de una confrontación por la claridad mental de su propia especie contra un mandril 100% natural.

-El hombre seguía siendo el tipo chistosón que me cae mal y que no tiene el derecho a dejar de serlo, jamás. Todos lo miraban riendo y esperando el siguiente cuento lleno de contenidos burlones y denigrantes sobre los demás. Sin embargo había un tipo allí sentado que parecía no estar fijándose en nada relacionado con ese imbécil. Durante toda la reunión siempre mantuvo la mirada al fondo del lugar y a veces en el suelo. Pero ya había existido un breve contacto visual amenazador y lleno de veneno entre él y yo. Finalmente entramos en una especie de duelo por ver quién terminaba con la mirada en el suelo de nuevo. Primero me fijé en su cara. Sus facciones eran demasiado achatadas. Parecía un muñeco de lego pero con el cuerpo mucho más delgado. Llevaba algo atado al cuello, una especie de adorno con algún grabado tedioso. El pelo en su cara me recordó a un animal, cualquiera que se cruce primero por nuestra mente, todos son iguales.

*N sintió ganas de insultarlo y gritarle alguna ofensa en la cara pero se contuvo. Pasó un rato sin entender lo que pasaba y entonces sintió miedo profundo de un momento a otro. Ver las cosas tal y como eran, dentro del único contexto que podía existir, le aterraba. El mandril todavía con los ojos clavados en él ahora empezaba a entrecerrarlos muy lentamente. Se estaría quedando dormido, o qué clase de plan estaría fraguando? Nada de eso, resultó tratarse del momento previo a un feroz ataque que duró muy poco pero partió el momento en dos, quedando el episodio enterrado en la memoria de quienes lo presenciaron. El olor a sangre fría empezó a esparcirse por la sala y N lo sintió filtrarse por su cuerpo. Hizo alguna mezcla de movimientos desesperados pero el mandril seguía sobre él, rasgando su cara y tajándole la piel en largos y suculentos trozos de carne roja y fresca.

-Me resultó despreciable su cara. Su expresión lo mostraba finalmente como alguien muy cobarde como para mantener la mirada en mí. Por lo que sea, me siento más fuerte pero el desgaste de energía ha sido muy alto. Ahora siento sueño. Solo quiero caer tendido en una cama y dejar descansar mi cuerpo. Quiero sentirme protegido y solo será posible si duermo. He caído! No puede ser que haya perdido. Ahí sigue mirándome a los ojos con cara de haberse cagado en los pantalones, no puedo soportarlo. Debe morir y no dejar rastro físico. Salto sobre él y con mis uñas empiezo a arrancarle la piel de la cara. Tiene que cambiar su maldita expresión, pero no puede, ahí sigue gritando aterrado tratando de proteger su cara para mantenerla intacta. Ya es muy tarde, he logrado abrirle la boca completamente al desgarrar sus cachetes. Trato de alcanzar su lengua para halársela hasta traerla acá pero entonces su cuerpo cae pesado contra el piso. Sus huesos se han soltado y toda la tensión se escurre. Ha sido muy corto todo! Quisiera que durara más. Lo pateo en el suelo tratando siempre de alcanzar su estómago y genitales, pero el tipo no reacciona. -“Ha muerto y todo ha acabado aquí” - pienso.

*En el suelo sobre un charco, siente su espalda mojada y la cara muy fría. Mira sin ninguna razón a algún lugar que no reconoce. El pito en sus oídos se expande tomándose toda su cabeza y convirtiéndola en una fría jaqueca. –“Acaso, todo habrá terminado aquí?”- piensa N.



“Hunted by a Freak” - Mogwabi

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Ring-Ring

“Lo amé en silencio”. Ella lo repetía mientras lo veía esforzándose por bailar a lo lejos. Después de todo, estaba con una buena mujer. Hace más de una década que él no sabía nada de ella así que ahí estaban; congelados entre la multitud, sonriendo y escondiendo sus palabras tras el fuerte sonido de la música. Desde allí, todo parecía una simple escena preparada minuciosamente y ensayada con anterioridad. Sin embargo, lo que él experimentaba en ese preciso momento era la unión de todos sus actos y experiencias, por fin dando un buen resultado. Sin traumas, complejos, presunciones ni egocentrismo, todo estaba simplemente fluyendo hacia algún lugar. Muy lejos, ellos tres lo sentían, había quedado la primera impresión. El momento de juzgar y de clasificar los eventos y juicios quedaba finalmente atrás. Solo existió ese momento. Perpetuado por una fuerte percusión que dio inicio al siguiente acto.

El olor a licor y a aliento humano rebosaba el ambiente. Todos parecían estar yendo hacia el mismo lugar, tragando al mismo tiempo saliva y esforzando sus lenguas para lograr pronunciar ideas inconsecuentes. Sin embargo, el leve aroma a la diferencia, a lo desconocido, al futuro, flotaba por ahí, justo debajo de una luz, la única, de color azul. Allí seguían ellos dos. Juntos y ahora unidos pisando el mismo suelo, empujando la pelota para que tomara más impulso y nunca tuviera que detenerse. Un roce de labios selló su destino.

Ahí estaba él; no por primera ni por última vez, frente al espejo del baño se esparcían las palabras escritas en tinta negra sobre su cuerpo. Una tras otra, en orden claramente aleatorio, todas parecieron existir por alguna razón. Todo apuntaba a algo, permanentemente inconcluso, pero al final la felicidad se asomaba modestamente. Algunas letras no parecían estar unidas a nada en común. No tenían ningún sentido si se las miraba desde lejos. “Cóccix”, “gambeta”, “lana”, “rayas”, “eye”, una razón poderosa las dejaba completamente fuera de contexto y la historia tomaba ya otro rumbo. Ahora él pensaba cuál sería el final de la historia. Tal vez no existiera dicho evento, ni siquiera ella. Pero esa presión nerviosa en el pecho lo guiaba hacia un final feliz.

Experimentada tal sensación de compatibilidad con ese momento, él se retira del espejo. Decide que ha visto todo lo que quiere ver y cierra finalmente este incómodo capítulo. Escoge con muy poco cuidado su ropa y se siente libre, por primera vez después de muchos años. Las heridas parecen haber sanado por completo, sin él habérselo si quiera propuesto. Justo cuando está amarrando los cordones de sus zapatos irrumpe un fuerte sonido. El teléfono quiebra las paredes y vidrios dejando entrever un millar de posibilidades nunca antes vislumbradas. Él solo levanta la bocina y suspira antes de intentar pronunciar la primera palabra. Alguien lo interrumpe, tal vez una anciana solterona que niega su debilidad por la carne joven. Una voz melancólica se oye a lo lejos: “Señor López, lo llamamos desde la morgue…”

Saltimbanqui

Salta sobre mi cama mientras grito espantado. Me duele la cabeza y siento ganas de vomitar. Los ojos desorbitados e hinchados me lagrimean mientras siento que van a estallar. Logro entrever en la oscuridad del lugar una mancha frente a mí. No logro definir su forma. Lo único que veo son sus ojos clavados en mí. Son amarillos y muy brillantes. Pupilas pequeñas, casi inexistentes. Se asemeja mucho a una gárgola inmóvil. Solo su respiración se oye en el pequeño lugar. Logro abrir los ojos y ver mejor al ser que me sigue observando sin musitar palabra. Se acomoda como si estuviera dispuesto a estar ahí por largo tiempo. Espero que hable pronto y diga algo. Cualquier cosa. Qué sentirá al verme frente a él? Sabrá que proviene de mí? Habrá salido a voluntad? Mantengo la esperanza que así sea para darle algo de sentido a toda esta situación que surgió de repente y sin esperarlo. Ahora que lo pienso, tal vez yo lo haya deseado en algún momento. Tal vez es lo q siempre he estado esperando. Podría tratarse de la tan esperada respuesta a todo. Es posible que todo termine acá, en contados segundos, minutos u horas; en este cuarto que tanto me he esmerado por conservar. Rodeado de todo lo q he querido tener cerca de mí. Lleno aún de dudas, odios, deseos y necesidades siempre dispuestas a evolucionar y a derramarse. Él había sido siempre testigo de mis acciones, aciertos y errores desde el comienzo. No había nada q no pudiera él saber ni nada que yo pudiera ocultarle. Era horrible saber que tan horrible ser había vivido dentro de mí durante tanto tiempo. Qué lo habría hecho salir al fin? Sentiría asco ya de estar allí dentro? Tal vez el aire q respiraba se había terminado al fin allí en esa oscura carcasa.
- Mi tiempo terminó ya- Murmuró como si hablara consigo mismo.
- Cuál tiempo? De q hablas? Quién putas eres?- Grito asustado.
Él salta de mi cama y huye atravesando la ventana velozmente. Se ha ido. Vomito y me retuerzo en el piso un rato. El olor a podrido se va. Ahora puedo volver a empezar.

Practicidad

Andrés siempre se sentaba allí, solitario, mascando trozos de papel y viendo hacia el horizonte, justo donde el asfalto se desvanecía dejando elevarse un infinito fondo de tonalidades grisáceas. No llovía mucho por esos días pero la contaminación estaba tan esparcida que cobijaba gran parte de la ciudad. El olor de toda la gente apeñuscada entre las calles, buses, restaurantes y habitaciones parecía lejano a pesar de envolverlo todo alrededor. Era un lugar especial, nadie lo notaba salvo él; era mejor así, de esta manera había logrado mantener el equilibrio cada vez que la cuerda se mecía con repentina brusquedad haciéndolo dudar. Allí, el tiempo le pertenecía y mantenía absoluto control de sí mismo. Era el único lugar silencioso que había logrado encontrar después de un par de décadas de frágil existencia. Nunca duró demasiado tiempo sentado pues temía quedarse olvidado de éste lado y no poder encontrar el camino de regreso. Sus manos empezaban a temblar y la cabeza comenzaba a pesar insoportablemente si se pasaba del cuarto de hora allí, hundido en la tierra y el concreto. La Voz empezaba a retumbar dentro de su cráneo golpeándolo con violencia contra las paredes sin que nadie pudiera ayudarlo. Muchas veces había buscado auxilio intentando aferrarse de alguna mano suave que lo encadenara en un lugar sin paredes ni olores ni deseos ni frustraciones. Sin embargo, nunca podría llegar a un lugar como este guiado por alguien, pues solo él conocía el camino de ida y de vuelta. Se trataba de un túnel del que no escapaba ni entraba ningún sonido; solo allí la Voz era una extraña sin razón de ser y por lo tanto no podía estirarse para destruirlo todo.

Un día claramente marcado en el calendario, Andrés supo que era tiempo de visitar el túnel. Se vistió con sus mejores ropas, limpió el polvo de sus zapatos especiales y abrió la puerta para sumirse en la ciudad y sus adornos. Caminó sin prisa deteniéndose incluso a ver una vitrina que exhibía una colección de cajas de fósforos de 127 países diferentes. Le asombró pensar que alguien tuviera la firmeza y la claridad mental como para hacer algo así mientras se daba el lujo de viajar. Se trataba sin duda de un tipo muy práctico a la hora de tomar decisiones. “Hoy voy a dar la vuelta al mundo y en cada país en el que me detenga voy a comprar una caja de fósforos”. Fin. Era una meta muy clara. Jamás podría entender cómo para algunas personas todo era tan sencillo. Las cosas toman su tiempo, requieren un proceso de asimilación que debe ser percibido por cada célula del cuerpo; cada poro debe aprender a respirar de esa nueva situación hasta logar habituarse por completo sin atrofiar el cuerpo. No. Así piensan solo aquellos que sufren de fuertes dolores de cabeza y que terminan por convertirse en uno. Esa manera de pensar era justamente la que lo había alejado de todo lo que podría querer, de todo lo que podría aferrarse y depender para ser completamente feliz. No era alguien práctico y pagaba el precio por ello. La Voz comenzaba ya a atormentarlo sin piedad. Siempre era la misma cosa cada vez que era hora de ir al túnel. Aceleró el paso para no darle tiempo de golpearlo contra ningún muro. Las manos empezaron a temblar, el corazón latió con más fuerza como si quisiera saltar fuera de su pecho; la sangre golpeaba su cuerpo haciéndolo saltar al tiempo que la respiración se iba cortando por lapsos. Ya casi llegaba al lugar donde todo volvería a la normalidad tan añorada. Trató de pensar en cómo vería las cosas que ahora lo aprisionaban cuando saliera del túnel. Siempre tuvo la sensación de que no se trataba del mismo lugar y que constantemente estaba renovando dimensiones y percepciones. Por supuesto, solo él lo sabía y los demás eran unos ignorantes que seguían con sus manías. De repente, una fuerte punzada que salió desde su pecho le aguijoneó la cabeza arrojándolo al suelo con violencia. Levantó su mirada buscando el cielo pero solo vio rostros desconocidos rodeándolo. Clavó sus uñas en el muro contiguo para ponerse de pie y entre fuertes convulsiones se dirigió hacia un callejón oscuro. La espuma brotaba de su boca mientras los gritos de pánico de algunos se disipaban quedando atrás, en el pasado, en la claridad gris de la ciudad. La entrada al túnel apareció succionando a Andrés desde lo lejos. El silencio comenzó a hacerse presente y con él vinieron las primeras partículas de tranquilidad profunda y real. Sus dedos sangraban mientras pedazos de sus uñas se desprendían quedando pegadas a la pared. Las plantas de sus pies se arrastraban levantando la piel y rasgando tejidos fibrosos y amarillentos. La Voz martillaba su cabeza al ritmo que bombeaba su corazón, dejando escapar el líquido vital por cada orificio de su cuerpo cada vez con mayor intensidad. Su columna se doblaba quebrándose en varias partes al ritmo de las fuertes convulsiones a medida que la entrada al túnel se hacía más próxima. Para cuando Andrés hubo ingresado al túnel su cuerpo era irreconocible. Se había convertido en una bola de huesos rotos y piel desleída que luchaba por sumirse en la oscuridad por una última y primera vez. Lo había logrado. Bajo el asfalto retumbaría ahora el silencio de una Voz desconocida para aquellos lo suficientemente prácticos.