miércoles, 5 de diciembre de 2007

Ring-Ring

“Lo amé en silencio”. Ella lo repetía mientras lo veía esforzándose por bailar a lo lejos. Después de todo, estaba con una buena mujer. Hace más de una década que él no sabía nada de ella así que ahí estaban; congelados entre la multitud, sonriendo y escondiendo sus palabras tras el fuerte sonido de la música. Desde allí, todo parecía una simple escena preparada minuciosamente y ensayada con anterioridad. Sin embargo, lo que él experimentaba en ese preciso momento era la unión de todos sus actos y experiencias, por fin dando un buen resultado. Sin traumas, complejos, presunciones ni egocentrismo, todo estaba simplemente fluyendo hacia algún lugar. Muy lejos, ellos tres lo sentían, había quedado la primera impresión. El momento de juzgar y de clasificar los eventos y juicios quedaba finalmente atrás. Solo existió ese momento. Perpetuado por una fuerte percusión que dio inicio al siguiente acto.

El olor a licor y a aliento humano rebosaba el ambiente. Todos parecían estar yendo hacia el mismo lugar, tragando al mismo tiempo saliva y esforzando sus lenguas para lograr pronunciar ideas inconsecuentes. Sin embargo, el leve aroma a la diferencia, a lo desconocido, al futuro, flotaba por ahí, justo debajo de una luz, la única, de color azul. Allí seguían ellos dos. Juntos y ahora unidos pisando el mismo suelo, empujando la pelota para que tomara más impulso y nunca tuviera que detenerse. Un roce de labios selló su destino.

Ahí estaba él; no por primera ni por última vez, frente al espejo del baño se esparcían las palabras escritas en tinta negra sobre su cuerpo. Una tras otra, en orden claramente aleatorio, todas parecieron existir por alguna razón. Todo apuntaba a algo, permanentemente inconcluso, pero al final la felicidad se asomaba modestamente. Algunas letras no parecían estar unidas a nada en común. No tenían ningún sentido si se las miraba desde lejos. “Cóccix”, “gambeta”, “lana”, “rayas”, “eye”, una razón poderosa las dejaba completamente fuera de contexto y la historia tomaba ya otro rumbo. Ahora él pensaba cuál sería el final de la historia. Tal vez no existiera dicho evento, ni siquiera ella. Pero esa presión nerviosa en el pecho lo guiaba hacia un final feliz.

Experimentada tal sensación de compatibilidad con ese momento, él se retira del espejo. Decide que ha visto todo lo que quiere ver y cierra finalmente este incómodo capítulo. Escoge con muy poco cuidado su ropa y se siente libre, por primera vez después de muchos años. Las heridas parecen haber sanado por completo, sin él habérselo si quiera propuesto. Justo cuando está amarrando los cordones de sus zapatos irrumpe un fuerte sonido. El teléfono quiebra las paredes y vidrios dejando entrever un millar de posibilidades nunca antes vislumbradas. Él solo levanta la bocina y suspira antes de intentar pronunciar la primera palabra. Alguien lo interrumpe, tal vez una anciana solterona que niega su debilidad por la carne joven. Una voz melancólica se oye a lo lejos: “Señor López, lo llamamos desde la morgue…”

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