Estos son los buenos momentos,
llenos de dulzura y cosquilleo pectoral cada vez que sus cuerpos se acercan y
sus miradas se cruzan por fracciones de segundo. Fue inevitable no dejar
aflorar todas esas palabras que por tanto tiempo permanecieron inconexas
adornando las imágenes que se sucedían como idealizaciones de momentos aún
irreales. El pasado comenzaba a borrarse de una vez por todas para empezar
desde cero al son de una bien definida banda sonora. La primera vez que la vi,
supe tan solo por un instante que iba a estar irremediablemente junto a ella;
el color rojo de su vestido parecía vibrar con los rayos del sol que sobre él caían
haciéndola sobresalir del frío corredor grisáceo por el que con tanta propiedad
andaba dejando una estela de luz de vida. Sus ojos brillaban con intensidad y
desde lo lejos parecieron hundirse sobre mí por un momento tan corto que todo
alrededor perdió su bien definida concepción temporal. Al cabo de un rato
estuvimos tan cerca el uno del otro, aún sin conocernos, aún sin cruzar
palabra, que tan solo con oír su voz a la distancia pude disfrutar de ese corto
momento en que sus rojos labios sonrieron y entonces no hubo más remedio que
llevármela a donde nadie pudiera separarnos. Ahora comencé a dejar de
imaginarla, basta con recordar esos buenos momentos que juntos compartimos en
medio del torbellino arrasador de un pasado que comienza a desvanecerse para
recordarnos de qué estamos hechos. En las noches tomo su mano, escucho su
respiración acompasada y observo el palpitar de su cuerpo adormecido. Solo un
momento, único e imperecedero es lo que necesitamos para seguir andando al son
de esta banda sonora que está en constante evolución para llevarnos al único
lugar al que en verdad pertenecemos.
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