De donde vengo la gente tiene
varias cosas en común. Una de ellas es la exuberante fealdad que desborda sus almas. En este lugar
la gente tiene varias cosas en común: un ojo desviado y esa particular manera
de pronunciar la doble L como lo hacían nuestros abuelos, mejor adoctrinados bajo
el régimen de la regla y el castigo humillante. Supongo que es el clima, y no
el nivel de alicoramiento que en mí crece, el que me hace percibir cierto tono
insinuante de índole sexual en cada chiquilla que pasa frente a mí mostrando
sus muslos y carnes aún firmes apenas ocultas tras unas pocas ropas. Soy un
provinciano, un extranjero en mi propio país incapaz de reconocer los
códigos que todos acá parecen manejar
con tanta naturalidad y sutileza. El acento, la temperatura, la distante ciudad
gélida cuyo recuerdo parece titilar como un faro que se ahoga en el horizonte
de una cruda tormenta, me hace sentir como un hombre sin hogar, fuera del
espacio y, hoy más que nunca, fuera del tiempo.
Un matrimonio acaba de consumarse
en este lugar impregnado de sudor y despreocupación, cuyas gentes parecen salidas de un guión de El
Zorro versión 1930. Sin embargo, la noche no es pretexto para dejar de hacerme
esta pregunta: ¿Cómo carajos puede alguien vestirse con traje y corbata en este
clima que, muy a pesar de la mismísima noche, supera los 20 grados centígrados?
Este hecho que se consolida sin miramientos ni dudas, hace que dentro de mí
crezca de nuevo esta desazón que me excluye de todo lugar, de todo tiempo,
aligerando el peso de un pasado que parece hundirse con el recuerdo de una
ilusión siempre esquiva e hilarante que se desvanece como fina arena roja entre
mis dedos.
“En el silencio, todos nos perdemos para volvernos a encontrar…”
1 comentario:
y por ahí también ando yo....
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