Esperar tanto habiendo perdido
tan poco, ese fue el verdadero problema de todo esto. Nunca pudo darse cuenta,
no hasta esa noche helada en la que pudo por fin reconocerse frente al espejo;
flaco, ojeroso, abandonado y lesionado hasta el puto último hueso se dio cuenta
de que ya no era el mismo de antes. Finalmente y tras mucho esfuerzo, que hasta
ese momento pensó había sido en vano, se había movido hacia algún lado, no
importa cuál, pero se había movido. De hecho, se había sacudido todo ese miedo
y rabia con los que cargaba desde hacía ya años. El principio siempre era el
mismo final y eso, de alguna manera, le molestó sobremanera pues siempre que
intentaba evitarlo terminaba por caer más hondo, como un supositorio de
cianuro. Bien, se amarró bien los zapatos, tomó su morral y cruzó la puerta
para nunca más volver. Ya tenía una meta clara y tan solo faltaba derrotar esas
3 horas que aún tenía para transportar esos supositorios antes de que le
rompieran el culo.
-
Listo Rodri?
-
Tan listo como un supositorio de cianuro metido
entre el culo
El carro de Adolfo cruzó las
calles sin detenerse en ningún semáforo. Era tan tarde que ya todos estaban
sincronizados en la luz amarilla y no hubo necesidad de mirar hacia ningún lado
antes de adentrarse en la ciudad que parecía devorarse al viejo Reanult 9
anaranjado. Al cabo de un rato, se detuvieron frente a la antigua fábrica de
cerveza ahora infestada de indigentes y vagos que adornaban el set como una
secuencia infernal de The Walking Dead.
-
Espéreme acá. Si no regreso en media hora…
-
Todo bien, yo lo espero – Interrumpió Adolfo
apagando el motor
El suelo estaba húmedo aún por el
torrencial aguacero de hacía unas horas. El olor a bazuco y Mustang rojo creaba
una cortina de humo tras la que no se escondía más que miseria y sueños
destruidos. Para evitar eso, precisamente, era que Rodrigo llevaba metidos en
su culo más de 70 millones de pesos así que la molestia al caminar y el
punzante dolor le importaban literalmente un culo.
Dos hampones que se esforzaron en
vano en ponerse su mejor ropa para ese día se interpusieron en el camino de
Rodrigo obligándolo a detenerse.
-
Y este pa’dónde cree que va? – Preguntó el más
enano, que también era el más gañán.
Rodrigo no necesitó llenarse de
valor pues ya le comenzaba a entrar el afán por entregar la mercancía y salir
de ahí directo a San Andrés para seguir con su “plan de huída”. Así lo había
bautizado desde el primer momento en que comenzó a concebirlo.
-
Voy pa’donde su gran puta madre. Quítense de ahí
que vengo a ver a Freddy y voy tarde.
Cruzó por en medio de los
hampones que no tuvieron otro remedio que dejarlo pasar pues antes de que
cayeran en cuenta de lo que acababa de pasar, ya Rodrigo estaba sentándose
frente a Freddy en una silla de cuero bien rota por todas partes.
-
Al fin llegó el culipronto! – Se burló Freddy,
al tiempo que los pocos secuaces suyos que aún podían reírse lo hicieron. El
resto, estaba obnubilado por una burbuja de polvo de ladrillo quemado que no
los dejaba ni parpadear.
-
Cómo hacemos? Entrégueme la plata y le paso lo
suyo – Dijo Rodrigo muy seguro.
-
Fresco, fresco mi chino, que acá no está
tratando con los de su calaña – Eso estaba clarísimo para Rodrigo.
Freddy hizo
una seña con la mirada y uno de sus andrajosos trajo un viejo y colorido morral
Totto lleno de dinero en efectivo. Billetes de 20 mil y de 50 mil regados como
papel higiénico en baño de colegio. ¿A qué horas iba a contar toda esa plata si
lo que más quería era sacarse esos putos supositorios y largarse de ahí?
-
¿Qué pasa chino? ¿No confía en nosotros? – Se
burló Freddy, a lo que todos los que estaban en la habitación, incluso los que
todavía no había visto Rodrigo, se carcajearon entre flemas y toses de todos
los tonos.
-
Bueno, pues ya está. Mi amigo se lleva la plata
y yo le entrego lo suyo – Interrumpió Rodrigo. Si el silencio le erizó los
pelos de la nuca, la mirada fija de Freddy le volvió la piel transparente. Era
una jugada válida en medio de tanta hampa y lo que menos quería Rodrigo era
salir en una bolsa negra de ese espantoso lugar.
Si esta fuera una historia de héroes y
villanos, de buenos y malos, muy seguramente alcanzaríamos a pensar que Rodrigo
y Adolfo saldrían victoriosos tras el charco ensangrentado sobre el que
descansaría el cuerpo de Freddy. Si fuera una historia de estas, al día siguiente
Rodrigo y Adolfo estarían fornicando con turistas alemanas libidinosas en las
playas paradisíacas de alguna isla del Caribe sin importarles un carajo los
tales supositorios ni el uso que le daría la mafia callejera de la inmunda
Bogotá. Pero no. Esta no es una de esas historias y ya untado el dedo… Solo
queda por decir que Rodrigo pudo salir con vida, con el ano vacío y con un
morral lleno de papel periódico con algunos billetes falsos. Paradójico hubiera
sido que fuera papel higiénico. No hubo viaje a San Andrés; sí lo hubo a Apulo;
no hubo langosta en salsa de uva; sí hubo pincho de rata crucificada. Y del
mismo modo, no hubo supositorios de cianuro, el “último gran invento”; sí hubo
un gran cagadón de Advil Max Forte en el sórdido baño de Freddy que, en efecto
y tras limpiar este gran desastre terminó por hacerse a la idea de que para
suicidarse hay que ser todo menos un cagado.