Si su orgullo pudiera haberse
materializado, habría podido cargarlo en uno de sus bolsillos sin ningún
problema. Incluso habría podido perderse en uno de ellos y refundirse entre las
motas de tela negra de su jean. Pero lo aterrador del asunto no era este dato;
sí lo era, en cambio, la repentina materialización de su Culpa desde hacía años
y su posterior huída. Después de tantos años de respetable convivencia, de
justas palabras y de canciones desgarradoras, ella se había ido sin dejar ni
una maldita nota sobre la cama. Las cobijas aún estaban revueltas cuando llegó
a casa después de enfrentar las latas calientes de millones de carros que
recubrían la ciudad. No fue por el silencio, no fue por el olor, tampoco fue
por el dolor. Simplemente tuvo la sensación de haber recibido un patadón en su
hígado y luego, como una epifanía llegó la frase: era libre. Lo primero que
hizo fue sentarse en el sanitario y liberar toda la tensión que había acumulado
desde que sonó la alarma del reloj despertador esa mañana. Pudo alzar la mirada
y descubrir en el espejo el reflejo de su decrépito cuerpo arqueado expulsando
el dolor hecho mierda. No podía oler de otra manera, le era tan familiar que
quiso sentirse avergonzado, pero entonces se dio cuenta de que ella también se
había llevado ese sentimiento tras de sí. La noche cayó y las estrellas
intentaron brillar un rato antes de que una gran nube oscura las obstruyera
para hacer aún más melancólico ese instante. Quiso encender su equipo de sonido
pero para ello necesitaba una canción, una simple canción que en 3:30 minutos
resumiera todo lo que estaba sintiendo. Repasó mentalmente el listado de
opciones pero no pudo detenerse en ninguna. Una idea lo invadió: era un puto
emo. Todas las canciones, sin excepción, no eran otra cosa que historias de
fracasos, dolores entrañables y jaquecas que se aireaban en las calles grises
de una ciudad sacada de una novela gráfica dibujada por el hijo de Beth Gibbons
e Ian Curtis a tinta china negra, muy negra. Tanto tiempo invertido en
cuidarla, consentirla, mimarla, soportarla, amarla y al final de cuentas estaba
en el mismo punto de partida en solitario y sin ella. Había logrado separarla
de su soledad y ahora hacía una nueva vida lejos de ahí para dejarlo hundido en
recuerdos insoportablemente alegres.