Pidan sus deseos que hoy el cielo
está abierto, tan abierto que si no se echó bloqueador por la mañana ya puede
ser muy tarde para evitar ese quemado boyaco que solo se ve acá y en los
cachetes de los finlandeses. Poca gente es tan rozagante y feliz como un
colombiano promedio –porque conozco varios que no están en ese promedio- y es
que así parece que se siente un poquito menos el baldado de mierda con el que
nos reciben todos los días esos a lo que ni los cachetes se les queman. No
confío en alguien que no se quema en esta ciudad, así sea un poquito, al menos
el verraco tabique. Si no se quema es que no camina, es que no espera el SITP
91 por una hora en el paradero, es que no tiene “vueltas de banco” por hacer,
es que no le gusta caminar para oír música conectado a sus audífonos y armarse
su propia banda sonora, es porque prefiere no sentir la vida desde adentro
mientras se tuesta desde afuera.
Hoy, mientras caminaba por la 53 y oía
“Cry, cry, cry” de Johnny Cash, pedí un
deseo de esos que cuando se sueltan al aire uno siente que se llevan un pedazo
de riñón pegado. Dejé que se fuera y comenzara su viaje, le tomé una foto y la
subí a mi cuenta de Instagram para chicanear que yo también pido deseos y que siento
el tirón renal cuando deseo mucho algo. El cielo estaba tan abierto que apenas
tomé la foto la luz que rebotaba en el suelo se devolvió y las nubes se
reacomodaron para comenzar a irse llevando al Sol envuelto detrás del horizonte
como a una canasta dorada viajando río abajo hasta perderse.
Llegué a mi casa y saludé a Mara y
a Napoleón, les di de esa comida con olor a atún que –supongo- también sabe a
atún porque se enloquecen solo con ver el paquete. Me eché en la silla del
escritorio y comencé a pensar en algo para escribir; algo con música de fondo,
siempre con música y algo de oscuridad. Un último rayo de luz desapareció al
fondo de la ventana y entonces lo supe: Primero, no habría oscuridad en el
cuento, y segundo, alguien ya recogió la canasta con lo que venía dentro y
cuando esto comenzaba a parecerse a un viejo cuento bíblico en el país de los
gatos y Cleopatra sonó un mensaje entrando al Whatsapp: “Su deseo ha sido
recibido. En los próximos días le notificaremos para darle más información”. Napoleón
se tiró al sofá lamiéndose toda la cara, Mara raspó la pega de sus platos y yo lo
único que pude hacer fue poner a hacer café y cargar el celular para no
perderme la entrega final de ese mensaje cualquiera fuera la hora de su
llegada.