jueves, 29 de diciembre de 2011
Acuité
martes, 20 de diciembre de 2011
Hesse IV
lunes, 19 de diciembre de 2011
Hesse III
viernes, 16 de diciembre de 2011
A. Caicedo I
domingo, 11 de diciembre de 2011
Hesse I
Hesse II
sábado, 10 de diciembre de 2011
Moonlight Drive
miércoles, 30 de noviembre de 2011
KUNDERA
miércoles, 26 de octubre de 2011
MODERN RUIN
viernes, 1 de julio de 2011
El Último Ramón
Le había tomado 46 años llegar hasta acá. Había valido la pena, después de todo. El momento decisivo de su vida, la culminación de cada momento, cada sueño, cada meta alcanzada, de cada fracaso, había llegado al fin para quedarse con él y hacerlo sentir como el último héroe de una generación venida a menos, sobretodo a partir del nuevo siglo. El televisor permanecía encendido a un volumen moderado para cumplir, una vez más, esa extraña función de acompañante sin objeciones que tanto le gustaba a Santi. Mientras intentaba encontrar los ingredientes perfectos para un buen sánduche de atún (especie en vía de extinción) con lechuga (fertilizada y cultivada en laboratorios de la Zona 51 en E.U) y un poco de mayonesa (se ignora su procedencia hasta el momento), se hizo un nuevo anuncio en la pantalla: Marky Ramone, el último de los Ramones, iba a dar un concierto dentro de dos semanas antes de retirarse a su casa de campo en Vevey (Suiza) para morir en paz y harmonía. Era un honor para Santi, que el último de los Ramones tuviera la delicadeza de venir a este roto de ciudad a tocar ante el público más fiel y pusilánime, si bien el punk ya había muerto hacía muchos años. Se negaba a profundizar mucho en esa clara idea, así que simplemente la evadía con música a alto volumen que pronto disparaba su adrenalina aniquilando cualquier duda u objeción que pudiera surgir de su ya debilitado razonamiento. Durante días enteros cultivó la idea de cómo sería el concierto; qué estaría pensando Marky cuando decidió venir a dar su último concierto justamente acá?; y lo más importante, podría exhibir su camiseta favorita de Rancid sin herir susceptibilidades entre los demás asistentes? Era un gran misterio, todo lo había sido hasta ahora, pero a medida que se acercaba el día definitivo las cosas se fueron aclarando. En gran parte debido a una serie de sucesos que Santi pudo apreciar con extrema claridad y que asumió con una recatada imparcialidad. Un mensaje escrito con aerosol en un muro de la avenida por la que tanto disfrutaba caminar fue la revelación que durante tanto tiempo esperó. “El Fin Está Re-cerca”. Rotundo, contundente, sin que de la frase se desprendiera la más mínima posibilidad de algún error o malentendido. Al llegar a casa abrió su correo y encontró un mensaje: “Todos a las calles. No calles”. De qué se trataba? Una idea comenzó a surgir con la rapidez de una bala que luego choca contra un muro blindado. No podía ser! Sería acaso posible que el día en verdad hubiera llegado? Se preparó tanto tiempo para él y gastó tantas neuronas descifrando las teorías conspirativas erigidas para coartar la libertad del hombre, que justo ahora no sabía qué hacer. Por qué Marky ahora cobraba el valor de un mensajero divino que traería al fin la paz a este ruidoso lugar? El televisor interrumpió de nuevo: “Cientos de personas marchan a ésta hora hacia la plaza central para exigir el cambio de gobierno por la fuerza”. Al fin habían despertado de su letargo. Santi desempolvó su chaqueta de cuero con taches ennegrecidos y ganchos nodriza cuidadosamente dispuestos por todas partes. Sacó sus Dr. Martens de la vieja caja en la que las había empacado aquel lejano día en el que descubrió que el punk había nacido en Perú en los años 60, lo que generó en él un choque étnico y ético y la pregunta con la que decidió olvidarse de su par de botas: debería usar en adelante alpargatas incas? Se paró frente al espejo y recordó los años de abundancia capilar, cuando erguía su cresta a punta de gel perfumado (a manera de oscuro secreto, siempre quiso que se incluyera escarcha entre los ingredientes del mismo) y pasaba entre los oficinistas de traje y corbata simplemente para sentir el placer de no tener un trabajo tan desdichado como el de esos jóvenes, seguros de sí mismos y de su sus exitosos destinos. Ahora solo quedaban dos opciones: afeitarse la cabeza o usar bisoñé. Así fue como esa fría noche Santi decidió enfrentar su destino, tomando una única decisión que definiría lo que había sido él. Con su cráneo abrigado por un elegantísimo bisoñé de color anaranjado, frases comenzaron a formarse en su cabeza para ensamblarse e ir componiendo su epitafio. La gente marchaba a toda prisa hacia el centro, algunos llevaban pancartas, banderines, camisetas con frases alegóricas y claro, había quienes también aprovechaban para llevar a sus mascotas modificadas para caber exactamente en un bolso de mano. La decisión ya estaba tomada desde el momento en que nació y no había ninguna posibilidad de que las cosas fueran de otra manera. Si así llegara a serlo, sería poco consecuente con el discurso que prematuramente se instaló en su cabeza. Sin duda valía más la pena ir al último concierto de Marky Ramone que acabar con una dictadura por mano propia. Eso se lo dejaba a la multitud ignara, después de todo, para eso estaban ahí. Todos tenemos un papel en el planeta y en la historia del mundo animal y esa noche, después de 46 años, el destino al fin se declaró inocente de toda culpa. Cuando Santi llegó al lugar del concierto, lo que en un principio fue alegría por ser el primero en el lugar, pronto se desvaneció y se convirtió en el más claro de los epitafios alguna vez imaginados. Un cartel colgaba del micrófono sobre la tarima tenuemente iluminada por un halo de luz color rojo: “Out to the white riot. Next show at 11pm. Loves: Marky R”. Esa noche Santi lo ratificó de una vez por todas. El punk, había muerto.
martes, 24 de mayo de 2011
Beloved
Fue una mañana de Septiembre la que escogió para huir de lo que había hecho de sí mismo. Para entonces, ya había acumulado gran cantidad de ideas y justificaciones en su cabeza que lejos estaban de hacer su vida más placentera. El habitar en ese cuerpo se había convertido en un tormento y últimamente sentía incluso su peso, como si cargara un incómodo objeto ajeno del que no podía desprenderse con facilidad. Buscó algún viejo paquete de cigarrillos y con ansia encendió el último tabaco que fumaría en su vida. Esperaba que estando en el lugar al que iría no necesitara de ningún placer mundano para justificar su profunda necesidad de morir pronto. Las ganas de vivir habrían de ser suficientes para mantenerse en pie y poder disfrutar de los diminutos detalles que lo rodearían y harían lo suficientemente feliz. Mientras fumaba pensó en las muchas veces que lo invadió ese sentimiento de alegría por vivir. Estando junto a ella todo parecía más fácil, más soportable, no había cosas imposibles en ese momento que compartieron. Solo bastaba con estar para poder, al fin, ser.
Cerró la puerta con llave a pesar de no haber nada de valor en el interior y esto le pareció divertido. Era un autómata y esa denominación le hizo lanzar una corta carcajada que retumbó en el largo corredor llenándolo de un misterio que nunca había percibido hasta entonces. Lanzó las 17 bolsas de basura por el shut y así se desprendió de un gran peso material del que se había vuelto dependiente sin darse cuenta. Hasta esa mañana, su vida había estado sustentada por una infinidad de adornos que distraían su atención de lo primordial, acercándolo más a eso de lo que siempre quiso huir. Era cont
Encendió su auto y rodó en busca de la vía que lo sacara de allí pronto. Mientras conducía recordó el momento en el que ella se despidió. Era algo que ambos sabían tenía que ocurrir en algún momento, más pronto que tarde. Mientras el momento de la separación se acercaba, su amor por ella creció tomando tanta fuerza que creyó sería suficiente para impedir que el destino cumpliera su cometido. Una vez más jugó a ser el héroe y lo perdió todo. Ahora que no tenía nada más que perder, se alejó de su leyenda para acercarse a una vida más real e inspiradora por sí misma.
El camino hacia el mar aparecía como la opción más acertada así que giró hacia la izquierda y tomó la autopista. Al cabo de un poco tiempo ya respiraba el aire del campo y sentía cómo su cuerpo se revitalizaba con cada kilómetro alcanzado. Era
El cansancio lo detuvo en un restaurante junto a la carretera. El ambiente árido rodeaba el lugar y le daba ese extraño aire de soledad y misticismo propio de algún spaguetti western. Una vez entró al lugar la idea se reforzó al convertirse en el centro de las miradas de esos campesinos sucios y desaliñados. Era un forastero que huía de sus pecados en busca de una nueva oportunidad y ni él mismo sabía si ese era el lugar indicado para encontrarla. Pidió un café cargado y un par de panecillos aún bajo la mirada del público que parecía esperar que un espectacular hecho los sacara de sus aburridas vidas. Sacó su revólver y disparó contra el anciano sentado a su lado con tan buena puntería que su cráneo se abrió como una cáscara de nuez antes de chocar contra el suelo. Luego apuntó contra la madre de una horrible niña pecosa quedando ésta salpicada de sangre oscura por todo su rostro. Los gritos lo despertaron y su café ya estaba servido. La mesera preguntó si deseaba algo más pero él negó. Aún estaba aturdido y trataba de recuperarse luego de ese abrupto paréntesis. Algo de satisfacción quedaba siempre en él luego de tener este tipo de alucinaciones que aparecían aleatoriamente sin él proponérselo.
El lugar parecía otro cuando salió y se dirigió de nuevo a su auto. El cielo se había nublado y la luz del Sol tenía un extraño color púrpura que le daba otro aspecto aún más inquietante al desierto. Encendió el motor y se acomodó en la silla bajo la mirada fija de la gente dentro del lugar. La niña pecosa movió con timidez su mano despidiéndose y dejó escapar una leve sonrisa. No se hizo más bella por eso, seguía siendo horrible, pero era como si una pequeña dosis de paz hubiera penetrado su alma para recordarle el sentido de su viaje. Arrancó dejando una nube de polvo que lo hizo perder de vista el lugar para siempre.
El Sol se ocultó y la noche comenzó acompañada por una fuerte tormenta. Pronto se hizo imposible seguir andando pues la visibilidad era casi nula y la única manera de mantenerse en el camino era gracias a los truenos que iluminaban a intervalos el lugar. Orilló el carro donde pudo y apagó el motor quedando completamente aislado del mundo por la densa lluvia. Bajó el espaldar de la silla y cerró los ojos para dejar pasar el tiempo con tranquilidad. Al cabo de un rato, como producto de imágenes e ideas sin sentido predecesoras del sueño profundo, en su memoria fue surgiendo una vieja melodía que pronto cobró forma invadiendo su cabeza mientras los recuerdos iban aflorando. Entonces ahí, en medio de ese lugar desconocido donde el tiempo había perdido su significado, tuvo una revelación que lo llenó de miedo al darse cuenta que lo único que lo mantenía atado al pasado era ella. Se despertó de un salto y el espaldar se reclinó con fuerza empujando su cara contra el volante. El golpe le rompió la nariz y lo hizo perder el sentido de orientación una vez más. La lluvia no cesaba y caía con más violencia sobre las latas del carro. Maldijo su suerte y estiró la manga de su saco para limpiarse la sangre y detener la hemorragia. Con la mirada al frente pensó lo miserable que debía verse ahí, en medio de la nada, escampando en un viejo carro y con la cara ensangrentada por un ridículo golpe. De pronto, la luz de los relámpagos iluminó por un momento la carretera y surgió una figura a lo lejos que desapareció de nuevo en la oscuridad. Se fijó con atención esperando que otro rayo develara el misterio. Con la manga del saco limpió el vidrio panorámico para ver con más claridad. Enfocó su mirada y entonces otro relámpago le mostró a una persona que se acercaba despacio. Llevaba una especie de capota que cubría su figura y no pudo distinguir qué tipo de persona podría ser. En todo caso, dadas las particulares circunstancias y basado en sus propias experiencias y fobias del pasado, desconfió y estuvo alerta dispuesto a salir corriendo del carro a la menor muestra de peligro. Tomó el bate bajo la silla y esperó pacientemente hasta que la figura estuvo lo suficientemente cerca, entonces encendió las luces altas del carro. La figura se detuvo y cubrió sus ojos con fastidio. Gritó preguntando qué quería al misterioso ser que volvió a avanzar contra el viento y la lluvia. Una vez estuvo lo suficientemente cerca, éste se detuvo y se quitó la capota; se trataba de una mujer que fijó su mirada en el interior del carro, a pesar de no poder ver con claridad lo que había en él. Con algo de desconfianza fue soltando el bate y apagó las luces. Subió los seguros de las puertas e hizo una señal invitando a la mujer a subirse. Ella accedió y pronto estuvo a su lado. Le agradeció y se presentó como "una caminante perdida". Él, sostuvo la mirada sobre ella hasta que fue evidente que intentaba develar algún misterio que no sería posible resolver en tales circunstancias. Era claro que le tomaría algún tiempo llegar al fondo del problema y quién sabe si alcanzara el tiempo para resolverlo. Quién sabe si valiera, incluso, la pena hacerlo.
La lluvia fue cesando y el cielo poco a poco se fue despejando dejando ver las primeras estrellas. La primera en descubrirse fue esa a la que hacía ya tiempo él mismo hubiera bautizado con el mismo nombre de su único amor. Encendió el auto y retomó el camino hacia el Este al son de un viejo CD con varias canciones minuciosamente escogidas. Durante un buen rato ella no habló, solo miraba al cielo con su cabeza recostada contra el marco de la puerta y de vez en cuando murmullaba alguna parte de una canción para luego suspirar y volver a retomar su profundo silencio.
Era ya tarde y la medianoche se acercaba. Los ojos le pesaban y le costaba mantenerse despierto. Le preguntó si quería descansar en algún hotel del camino a lo que ella respondió con una negativa. Su propuesta fue aún más audaz. Propuso conducir mientras él descansaba a su lado. Al cabo de un rato, él yacía dormido en el asiento del copiloto y ella conducía tragándose la carretera con gran tranquilidad. Una idea lo atacó antes de entrar en estado de inconsciencia, "solo es un sueño, mañana ya se habrá marchado". Y así, se hundió en sus sueños.
Lentamente la imagen fue componiéndose y tomando forma real. Un viejo poste del que colgaba un teléfono descompuesto de SOS se impuso ante él y lo trajo de vuelta a la realidad. El Sol ya despuntaba envuelto en un silencio mortuorio. Miró a su lado para buscar algo que aún no recordaba qué podría ser. El asiento del chofer estaba vacío. El freno de mano estaba puesto y las llaves permanecían colgadas del switcher. No tenía muy claro por qué el color del llavero había cambiado. Hasta donde supo, siempre había sido anaranjado y ahora era azul celeste. Abrió la puerta y se bajó para desperezarse y tomar la primera bocanada de aire en el día. Estuvo unos minutos ahí, en silencio, viendo cómo el suave viento desprendía la arena de la superficie haciéndola formar círculos sobre el árido paisaje. Miró a su alrededor buscando indicios de vida en alguna parte, tal vez un techo de lata o una cerca que delimitara algún terreno. Nada. Estaba él solo. Caminó en círculos un rato frente al carro esperando que el pasar del tiempo trajera alguna sorpresa que lo sacara de ese letargo. Finalmente se decidió y de una vez por todas fue hacia la parte trasera del auto. Se paró frente a la puerta del baúl y lo detalló. Estaba la marca del carro completamente hecha en aluminio y adornada con delicados caracteres que le daban una burda elegancia. Miró hacia todas partes antes de decidirse a abrir la puerta. Una vez ubicado espacialmente dio un jalonazo a la manija y la puerta se abrió como un resorte. Lo que vio fue impactante, claro, sin embargo lo era mucho más el saber que la idea ya había pasado por su cabeza como una estela que duró proyectada en su inconsciente desde el momento en que ambos decidieron unirse para compartirlo todo. El viaje había terminado sin ningún océano cristalino ni cielo púrpura como redención. Ahí, bajo el Sol del desierto, ahora sin ninguna culpa, ni siquiera una razón, esculpió en el último trozo de su memoria el que fuera su epitafio, en soledad.