“El amor es para la gente real”.
Gente fea, de piel grasosa, espinillas en la espalda, motas en el ombligo, uñas
que ya estuvieron encarnadas; gente de espalda encorvada y panza desbordada por
encima del cinturón; gente con mal aliento en las mañanas, en las noches o todo
el día; gente que se saca los mocos y los pega debajo de las sillas; gente que
se rasca los oídos con las llaves de la casa; gente que prefiere colarse en la
fila a tener que esperar 7 horas más en ella; gente que prefiere distraerse denigrando
del otro que leyendo un buen artículo, o libro, o cómic, o calendario de
farmacia con caricaturas de perritos enamorados; gente que se enfurece y golpea al que sea por lo que sea; gente que
desayuna sopa con cabezas de pollo; gente que se lava las manos luego de
saludar a alguien en la calle llamándolo “parcero”, “amigo” o “hermano”; gente
que acepta mejor el feísmo como realidad. Sí, somos más y es verdad: hay que
ser un total cara de verga para seguir amándonos en medio de tanto realismo.
martes, 25 de junio de 2013
martes, 18 de junio de 2013
Sin Invitación
Se escurrió por la habitación
mientras ellos dormían. La luz que atravesaba las cortinas, apenas dejaba ver
las siluetas de sus cuerpos desnudos. Se detuvo junto a ella para apreciar sus
curvas; siempre lo habían enloquecido. Tras sus párpados entrecerrados se
escondían sus oscuros ojos y, por un momento, quiso hacérselos abrir para poder
disfrutar de ellos por última vez. Había entrado con facilidad; nunca necesitó
de ayuda para hacerlo pues siempre fue bienvenido en esta casa. Él dormía junto
a ella dándole la espalda y con un ligero gesto de molestia en su rostro. Se
notaba que no había dormido bien y que no se había casi movido mientras lo
hacía. Todo estaba dispuesto para que al amanecer ella ya se hubiera ido sin
ninguna razón, o tal vez con muchas, dejando tras de sí una baraja entera de
probabilidades, que más tarde que temprano, terminarían por enloquecer al
preocupado dormilón. Eran ya las 3:17, justo a tiempo para concretar el plan.
Estiró sus manos y acarició el suave cabello rojizo de ella, bajando por su
mejilla hasta el cuello. Ella se estremeció y dejó escapar una sonrisa plácida.
Apenas tuvo tiempo de abrir lentamente los ojos y de pasar del éxtasis al
horror, cuando su cuello se partió liberando un último aliento que fue
absorbido para siempre por quien ahora la dejaba escurrir entre sus manos.
Cerró sus párpados y estuvo tranquilo pues ella finalmente también lo estaba.
martes, 11 de junio de 2013
Stone's gone Up
No podía descubrir la entereza
que ya mucho tiempo atrás había descubierto en su mirada cuando buscaba el
primer reflejo al comienzo del día. Hoy por hoy, le era esquiva, indiferente y
siempre andaba con algún pretexto inconexo que terminaba por ahuyentar a quien
más próximo estuviera a él. Ya las ideas yonqui le resultaban repulsivas y poco
coherentes, incluso cuando encendía el viciado cigarro en busca de ese suspiro
de muerte plácida, lo único que veía era su rostro en cinco facetas multicolor,
pero ninguna de ellas lograba serle del todo familiar.
Emprendió el viaje a aquella
montaña de su infancia. Mientras se acercaba a ella, pudo reconocer algo de la
inocencia ya perdida; oyó las voces de aquellos que hacía tiempo ya habían
dejado de estar a su lado y supo que jamás volverían. Bajó de su carro y se
abrió camino hacia la cima en la que ya comenzaban a dibujarse los rayos ocre del
atardecer. Fijó su meta en la roca de la que, según la leyenda, salía una vez por
año aquel venado dejando una estela de color que atravesaba el cielo para
deleite de quienes se atrevían a mirar sin miedo hacia las alturas. El canto de
los pájaros se fue convirtiendo en uno solo a medida que se acercaba a su meta.
Un solo silbido, un aleteo frenético entre las copas de los árboles, el caer de
algunas hojas secas a la alfombra de musgo y roca húmeda, fueron el preámbulo
de un camino sin retorno cuya existencia era todo para él. La gran roca se mueve,
transmuta y abre paso a un sendero rojizo por el que ya sus huellas frescas
marcan el rumbo. Se detiene en el umbral, busca en sus recuerdos algo que lo
haga volver, una señal de fuego, una palabra. De las hojas por el suelo va brotando
una silueta familiar que camina hacia él con toda calma. Se acerca y lo toma de
la mano para mostrarle el camino de regreso señalando la inmensa cúpula de luz
que se alza en la llanura muy lejos de allí. Desciende de la montaña sin mirar
atrás, acompañado solo por la ilusión del pronto regreso y de una nueva
oportunidad para renacer junto a ella bajo la luz incandescente de una promesa entera
por vivir.
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