Fue un día largo pues tuvo que
untarse de mucha gente. Tenerlos tan de cerca invadiendo su espacio vital como
única opción, hizo que cada minuto de esa tarde pareciera eterno. No tuvo más
remedio que salir a la calle pues la cama con medio lado vacío no le era
suficiente. Agarró la primera chaqueta que encontró, esa que hacía meses no
usaba y se puso las botas que compró para caminar kilómetros en solitario,
acompañado siempre de una extensa selección musical que incluía un bajo predominante
y una que otra voz femenina para refrescar tanta viscosidad. ¿Cómo enfrentar el
caos de una ciudad atestada de chatarra y carne olorosa? Esa era la pregunta
recurrente a la que debía enfrentarse desde el momento en que se llenaba de
coraje para poder entrar a la ducha con la entereza de un hombre que había dado
la vuelta al Sol más de treinta veces. Y era ahí desde donde siempre había
podido tomar las mejores y más inteligentes decisiones de su vida, ya fuera
sentado en su trono o refregándose los bucles de la entrepierna bajo la
seductora agua hirviente que Boccherini
le regalaba todas las mañanas. Ya vestido y acicalado, le era imposible no
sentir que por más de que lo intentara quedaba siempre fuera de su elemento,
pues no había más que mirar hacia adelante para saber que todo marchaba en
dirección completamente opuesta a la que sus ojos estaban acostumbrados desde
hacía ya bastante tiempo. Caminó un rato más siguiendo a la gente que sabía
hacia donde iba, pero al poco tiempo se aburrió y dio media vuelta para
retornar a las faldas de la montaña en la que siempre se refugió para escapar
del horizonte infinito que se abría hacia ninguna parte. Solo ahí, recibiendo el Sol en su terraza y sosteniendo la chaqueta que no alcanzó a ponerse, encontró lo
que nunca tuvo que buscar pero siempre pudo ratificar.
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