Un par de días después, la encontró flotando en lo que pareció un fotograma delicadamente suspendido entre el reflejo de un espejo y el recuerdo que había atesorado en su mente recubriéndola de esa profunda luz que en adelante decidió llamar “Rojo - K”. Era ella y lo supo en el instante en que sus ojos lo atravesaron otra vez estallándole el plexo solar haciéndolo volar hacia lugares en los que nunca antes había estado. Flotó sumergiéndose en la espesura de la turbia oscuridad y pudo sentir cómo el polvo de millones de estrellas se le metía entre la ropa para recubrir su cuerpo. La idea de ir flotando por el espacio como una paleta de chocolate dorado le pareció tan seductora como épica, por lo que se entregó de lleno a la experiencia con la absoluta certeza de que iba a aterrizar donde debía sin ningún rasguño -o mordisco-. Así que pasadas algunas centurias –que en la Tierra no fueron más que unos pocos días- estas lo llevaron inexorablemente al encuentro de ella y pudo al fin volverla a ver en el mundo en el que ambos habían sido creados. Se acercó caminando y era todo lo que recordaba y mucho más. Sus colores, sus contrastes, toda su manera y su clase, fueron suficiente para que ya no quisiera irse más. La miró a los ojos y la reconoció quedando completamente imantado a ella, pero justo cuando quiso decirlo todo, el tiempo se detuvo y de ella solo quedó una fotografía enmarcada bajo el destello de una luz en forma de sístole y diástole.
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