viernes, 8 de agosto de 2014

FEUILLES

Tan solo esperaba que su propia intransigencia fuera suficiente para deshacerse de la culpa que sentía al ver su propia sombra. Llevaba meses sin conectar una palabra con otra; era tormentoso. La música era lo único que le permitía percibir esa empatía entre sus signos vitales y el movimiento natural de la rutina a su alrededor sin que pesaran más la culpa y el dolor. Se sentía defraudado por quien no fue, por la palabra nunca dicha, por el reflejo jamás tocado. Aún traía consigo algo, tal vez mucho, de ese tiempo perdido que hacía meses había dejado de pesar para comenzar a convertirse en recuerdos nada más. Lo que antes fue, fuera lo que fuera, era ya un montón de papel arrugado en una cesta de basura y por mucho que intentara desarrugar las hojas para encontrar las palabras afines ya le era simplemente imposible. Solo hay sonidos que brotan y desaparecen con tanta frecuencia como los latidos del corazón retumbando en una caja torácica. Cada sonido son mil palabras y cada palabra son otros mil latidos que se niegan a desaparecer a pesar de nunca haber sido escritos. 

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